Amigos de la vida
Por Eduardo Aldasoro
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Comenzaban las clases de 1946 y mi madre me ubicaba en el Colegio San José, en cuarto grado. Ocupo un asiento doble y mi compañero era Carlos Lunghi, y como si fuera poca coincidencia, mi madre me anota en el club Independiente, cuya sede estaba situada en Alem al 500. Ahí también estaba Carlos y quienes serían mis amigos de toda la vida. De esta manera, mi madre me sacaba de la calle, desde cuando no venía con el pantalón roto lo hacía con una rodilla maltrecha.
Independiente lo tenía de profesor a Héctor Torrenti, jugador de básquetbol de la primera división, y en el patio se practicaban diversas disciplinas. La mayoría eran jugadores de básquet que integraban los equipos de las divisiones inferiores rojinegras. Ahí también estaba Carlos y, como si fuera poco, dos veces a la semana nos reuníamos en la casa de los Lunghi, en cuyo frente al tía María atendía la zapatería Lunghi, frente al Sanatorio Tandil. La casa contaba con un patio grande al descubierto, que nosotros usábamos para hacer un “picón” de fútbol y romperle alguna planta a la tía María. Al culminar, “Coca”, la madre de Carlos, nos esperaba con una merienda. En esos momentos, conocí al padre de Carlos: Don “Pepe” Lunghi.
Cómo no recordar aquellos compañeros de la niñez: Osvaldo Guillot, el “Pelado” Esnaola, Horacio Cereghetti, Eugenio Pagés, Mitchel Gárate, el “Gordo” Paso, Héctor Equiza, “Coco” Carro, Enrique Villarreal, Enrique y Gino Pizzorno, Juan Ritucci, Juan C. Gargiulo, Héctor Anselmi, “Beto” Blanco, el “Flaco” Anselmi, Alberto De Miguel, “Laucha” Iturriaga, Edgardo Martínez y José Luis Lunghi, entre otros.
La osadía de los amigos no tuvo límites y, pese a que casi todos eran basquetbolistas, no escatimaban en participar en el torneo interno que hacía el club Independiente en fútbol para veteranos. Los primeros años participamos sin mayores chances, pero cuando logramos reclutar a Marino Terni y “Pancho” Zeberio, en noviembre de 1965, logramos salir campeones y, desde ese momento, se formó un grupo “irrompible” que perdura, pese a que ya muchos no están en este camino.
Carlos Lunghi contaba con un temperamento especial, unido a sus condiciones, en las que los valores y la lealtad con los amigos no se discutían. La prueba de ello es que en un partido amistoso contra la primera de Independiente, en una lucha por la pelota, Villabona lo derribó con una fuerte infracción, a la vuelta Carlos hace lo propio, y el árbitro los expulsa. Carlos se niega a retirarse del campo de juego aduciendo que había sido mal expulsado. En una de las tribunas, estaba su padre mirando el partido y, bajándose de la misma, intentó pedirle a su hijo que se retire, costó un largo rato para que lo convenza y la tribuna a su salida lo acompañó con aplausos que lógicamente no eran de aprobación.
No tengo dudas de que el deporte bien ejecutado no solamente enseña para su recreación, lo hace también en su formación. Y eso nos ayudó mucho para caminar por la vida atesorando esa mágica palabra “amigos”. Gracias a tu familia por hacerte menos dolorosa tu dura agonía. A fin de cuentas, estás allá arriba con tus amigos de la vida y seremos objeto de serias críticas para los que quedamos abajo y muchas de ellas te las aceptamos, “Cuervito” y, si nos queda tiempo, vamos a corregirnos.
Cuántas vueltas dan nuestras vidas y ojalá que desde dónde estás puedas llevar a cabo ese mundo de sueños, obtengas la fuerza de mil abrazos que te den seguridad y toda la alegría que puedas disfrutar. Descansá en paz, querido amigo.
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