Guillermo Vilas, el campeón sin corona
Por Eduardo Aldasoro
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Las hazañas de tenistas contemporáneos (Federer, Nadal, Djokovic) están tan frescas y a la luz de todos, que resulta lejano y hasta inimaginable fijar una comparación. Tal vez se podría hacer con el Rod Laver de 1969, ganador del Grand Slam, pero eran otras exigencias y otras velocidades, el súper profesionalismo recién asomaba. Nos referimos a un punto concreto: ¿Cuánto es capaz de lograr un tenista (un gigante) en una misma temporada? Otro año memorable fue el de John Patrick McEnroe en 1981, cuando apenas cedió tres partidos de 85.
Sin embargo, la campaña de Guillermo Vilas en 1977 figura a la altura de todas las demás. O aún más arriba. Recordemos: participó en 30 torneos, de los cuales ganó la mitad, y llegó a otras cinco finales. Entre ellos, estuvieron sus dos primeros títulos de Grand Slam (Roland Garros y Forest Hills) y otra final de un “major” (Abierto de Australia), donde solo pudo detenerlo Roscoe Tanner, el “bombardero” de los saques. Y dentro de aquel rush estuvo su serie de 50 victorias oficiales consecutivas, un record impresionante. Así, dejaba atrás los 31 triunfos seguidos de Laver en 1969.
Como aperitivo, también hay que recordar que, junto a Ricardo Cano, logró el primer triunfo de la historia sobre Estados Unidos en Copa Davis, llevando a Argentina hasta las semifinales. La consagración de Vilas se produjo al conquistar el Masters de 1974 en el césped australiano. Pero de allí, al salto definitivo, a pelear mano a mano con Connors y Borg, faltaba un trecho. Necesitaba un Grand Slam, que se le fue negando. Sobre todo en el US Open, que en ese entonces se desarrollaba en canchas de arcilla. Una derrota casi increíble ante Orantes y otra amplia ante Connors al año siguiente lo frenaron en el US Open, mientras que Roland Garros parecía propiedad de Borg, tan imbatible en esa época sobre canchas lentas como Nadal en la actualidad.
El cambio esencial de Vilas se dio cuando se colocó bajo la guía técnica y espiritual de Ion Tiriac, con quien también compartía algunas andanzas en el doble. Su severidad disciplinaria y, sobre todo, su sabiduría técnica hacían único al rumano. Esos atributos transformaron a Vilas y le renovaron el espíritu competitivo. En realidad, aquel 1977 no había arrancado tan bien, sobre todo por caídas como la sufrida ante el yugoslavo Franulovic en los comienzos del Abierto de Italia. Pero el Vilas que apareció en el abierto francés fue imbatible, se llevó su ansiado primer Grand Slam, cediendo apenas un set. De inmediato, ganó seis torneos para colocarse como favorito en el torneo en el que apostaba todos sus boletos: el US Open.
La historia es bien conocida, se jugaba el número 1 del mundo por todo la cosecha de aquel 1977. Y lo hacía ante uno de los mayores rivales que podía enfrentar. El verdadero “patrón” del Abierto de Estados Unidos. Solamente un sistema absurdo de clasificación de torneos, que de inmediato tuvo que rectificar la ATP, impidió que el nombre del argentino aparezca al tope del ranking mundial de ese año.
A los 25 años, Guillermo Vilas había alcanzado el pico de su rendimiento físico y técnico, una mentalidad ganadora y, sobre todo, una entrega que no abandonaría jamás en una cancha de tenis. Fue el 1977 de los milagros, el de un Vilas que le abrió camino a las generaciones doradas que tanto enorgullecen a nuestro tenis, a nuestro deporte.
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