Leonas de platino
En el antológico seleccionado argentino de hockey sobre césped en su versión femenina inspirado por Sergio “Cachito” Vigil, uno de sus principales saltos de calidad vino de la mano del bautismo identitario de “Las Leonas” y de la conquista de la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Sidney de la que hoy se cumplirán veinte años.
Por dichoso y curioso sortilegio en una tierra sospechada de exitista, la derrota en la final en nada empañó una mirada grata hacia las chicas del emblema felino diseñado por la actual secretaria de Deportes de la Nación, Inés Arrondo, y convertida en un estampado en las camisetas gestionado en tiempo récord por Vigil en un local de la “Galería Jardín” de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires poco antes del viaje preparatorio a Nueva Zelanda.
En realidad, que el ingreso a la elite del hockey se haya consumado como se consumó, en un lapso relativamente breve, de menor a mayor en la fragua olímpica australiana y hasta el partido decisivo, lejos está de consentir que se trató de un mero golpe de suerte y de convergencias astrales.
En todo caso, si fuera legitimada la creencia en la alineación de los planetas, es ineludible desandar el camino y observar que se trató de una generación extraordinaria orientada por el coach ideal para esas circunstancias.
Es posible que en alguna medida hasta las propias “Leonas” se sorprendieran por el alto nivel alcanzado, pero en todo caso como fruto de una base que había crecido de forma sostenida en los grandes articuladores de todo buen equipo que se precie de tal: un grupo juramentado, de esfuerzos repartidos y devociones sazonadas, un horizonte común y una línea de juego de interpretación profunda y virtuosa.
Como alguna vez observó Vanina Oneto, la notable goleadora de entonces apodada “La Batistuta”, pese a que venían en ascenso y pletóricas de ilusión y habían ganado el oro Panamericano en Winippeg 99, saltar a la elite parecía algo lejano. “La medalla no fue de plata ni de oro: fue de platino”, observó Oneto, la carta del gol en aquel verdadero Dream Team con Cecilia Rognoni, Magdalena Aicega y Luciana Aymar a la cabeza, más Soledad García, Karina Masotta, Jorgelina Rimoldi, Mercedes Margalot y Mariela Antoniska, la arquera de las atajadas imposibles, entre otras.
El derrotero de la gesta de Sidney, medalla olímpica inaugural en los representativos nacionales, tanto de damas cuanto de caballeros, comenzó con una victoria de 3-2 a Corea del Sur y otra de 1-0 a Gran Bretaña, tras las cuales sobrevinieron sendas derrotas a manos de Australia (3-1) y España (1-0).
Con independencia de que habían sido caídas en cierta medida previsibles ante dos rivales con tradición y poderío probados, lo que más impactó fue el saldo negativo en el sistema de arrastre y por consiguiente el último lugar.
Sin embargo, esa desventaja no hizo más que alimentar el potencial y la sed de triunfo llevadas al punto culminante con el indispensable soporte de una madurez que ya era un hecho.
Así llegaron dos notables triunfos: una a expensas de Holanda (hoy Países Bajos) por 3-1, bautismo oficial de “Las Leonas” con un logo esbozado por la hoy funcionaria Arrondo e integrante del equipo , y otra a merced de China por 2-1.
Una serie de resultados con influencia de lo propio y de lo ajeno, como haber apabullado a Nueva Zelanda por 7-1 y aprovechar la caída de 2-1 de la selección española ante su par Naranja posibilitó una final en la que las chances de salir airosas eran remotas y al tiempo la segura medalla plateada suponía la puerta de entrada al paraíso.
Pese a un adverso score de 3-1 frente a las poderosas australianas que ostentaban el número 1 en el ranking mundial, el viernes 29 de septiembre de 2000 las flamantes “Leonas” ganaron, y cómo.
Esa medalla plateada representó un hito y a la vez la ceremonia inaugural de la permanencia en el mínimo, vital y móvil de las principales competencias internacionales en general y de las justas olímpicas en particular: bronce en Atenas 2004, bronce en Beijing 2008 y plata en Londres 2012, amén de una colección de copas y laureles en los Panamericanos, los Mundiales y los Trofeos de Campeones.
Más criollas que el mate y el dulce de leche, “Las Leonas” tienen una genuina entidad que acaso como propone Marcelo Bielsa, deban ser consideradas incluso más allá de los límites del deporte. Hace un puñado de días, a guisa de los veinte años de la piedra fundacional de un lema ya legendario, el entrenador rosarino escribió una sentida carta en la que las describe como “una propiedad popular que enorgullece al pueblo argentino”. (Télam)