Merry Gagey presenta su libro
"De la Patagonia extensa al mar infinito", es el título del libro que presenta su autora, este viernes a las 18, en el Taller Espacio Cultural, Alem 832
El Eco de Tandil dialogó con Merry: “Antes del que estoy presentando escribí ‘Cuentos para mis nietos’, donde cada uno de ellos es protagonista de uno. Fue el primero que escribí. Tengo ocho nietos y el libro contiene solamente seis, de modo que faltan dos. El segundo es justamente ‘De la Patagonia extensa al mar infinito’”, contó.
-¿Cómo surgió?
-Trata de nuestra vida, de cuando nos vamos con “Charlie” al sur en 1974. Comencé a escribirlo para dejar a los chicos una narración de nuestra vida. Y escribo desde que nos vamos al sur hasta que tuvimos que irnos a Esquel que es donde los chicos hicieron el colegio. Mi marido quedó en el campo y viajaba cada tanto. Es la etapa de la que no tienen registro y me parecía interesante que supieran esa parte de la historia.
-¿Lo leyeron?
-¡Sí! Les gustó muchísimo. De modo que me siento satisfecha y con el objetivo cumplido. Son dos historias de vida en un solo libro.
-¿Cómo es eso?
-Mi marido compró un velero, él siempre amó navegar. Yo no. No sé nadar. Mi contacto con el agua era cero. Y él que no tiene ninguna tradición náutica en su familia siempre amó navegar. Y lo hacía en la medida que podía, con amigos. En 2001 se compró un velero en Buenos Aires y me llamó y no paraba de alabarlo. Yo estaba muy bien en mis cosas en el sur, en el campo, disfrutando de esa etapa. Me pidió que viajara y lo viera y eso hice.
-Fue a conocer el velero.
-Al Pionero. Era hermoso. Y “Charlie” me dice: “Qué lindo sería irnos a navegar”. No me veía arriba del velero, pero finalmente terminamos haciendo un trato: si no me gustaba me bajaba. Teníamos un hijo viviendo en Miami, entonces el objetivo era un poco loco, por lo que contratamos a un muchacho conocido de mi marido para que nos enseñara y hacernos al barco. Y me subí al velero. Y fue otra historia que me sorprendí viviéndola. Cuando llegamos a Miami, el muchacho que habíamos contratado se bajó en Trinidad (y Tobago) y de allí seguimos solos.
-Y usted sin saber nadar.
-¡No sabe las veces que lo he intentado! Felizmente hay toda una serie de artículos como el flota-flota… me pongo patas de ranas y con eso recorro lo que quiero y soy feliz. Además soy la cocinera y tengo la suerte de no marearme. Me alababan y me defendí bien. Pero en un barco, porque no para, hay mucho que hacer, por ejemplo las guardias donde nos turnábamos todo el tiempo.
-¿Viven en el barco?
-En la actualidad no. En esa oportunidad cruzamos el Atlántico, nos acompañó María, una de nuestras hijas que estaba embarazada. Y llegamos a Cádiz, España. Y esa historia está contada en el libro. Ahora el barco lo tenemos en Grecia y todos los inviernos nos vamos allá. Muy lindo, la verdad que sí, porque Grecia además de lo bello que es por sus paisajes tiene una calidad de vida maravillosa. Si bien forma parte del mundo desarrollado, su gente es muy conservadora en su forma de vida, lo que lo hace sumamente atractivo y auténtico. Durante el tiempo que estamos allá recorremos con el velero y la pasamos muy bien. Como le decía, la gente es maravillosa.
-¿Y el resto del año?
-Estamos en el campo, aprovecho a escribir aunque no tengo una rutina, cuido las plantas, cocina y disfruto de esta etapa de la vida.
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Epílogo
“Con muchos años encima, me lancé al mar. En esa infinita conexión de vida descubrí el mundo, el más allá. Dejé flotar mi espíritu de aventura y me conocí un poco más. Al fin y al cabo a los 50 años cuántas cosas hay por descubrir; en la placidez del mar encontré mi propia paz y me gustó sentirla e identificarme. En los mares embravecidos aprendí la importancia de mantener la calma y no dejarme llevar por las tormentas. Tratar de controlar y controlarme”. (De la Patagonia…)
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