Betty Pagnacco, 40 años con la gimnasia
Tenía 13 cuando llegó a Tandil desde su Rafaela natal, con otra hermanita de 7 y de la mano de papá. Acá se casó y tuvo cuatro hijos. Después del último bebé entró en un estado de tristeza, muy común en el puerperio, sintió que necesitaba salir un poco de casa y tener un espacio para ella. Se recibió de instructora de gimnasia. Montó su instituto en el frente de su vivienda con muy buena respuesta de las mujeres de la ciudad. Llegó a tener cien alumnas. Actualmente y esperando se habiliten nuevamente los gimnasios para volver a la rutina de ejercicios con sus amigas-discípulas, sale a caminar con alguna que otra y teniendo como centro de su vida el refugio del hogar.
Son escasas las personas que conocen el porqué de la llegada de Betty a Tandil. Cuando se lo preguntamos, en la acogedora cocina de su casa, nos dijo: “nunca me quise victimizar”. La historia es así: La familia vivía en Rafaela, provincia de Santa Fe, los papás y sus siete hijos. Al fallecer la mamá a los 47 años, el papá “no supo cómo manejarse”, relata. Decidió venir por esta zona a la cosecha de papa, primero en Balcarce y luego en Tandil. “Los otros cinco hermanos –llegó con su hermanita de 7- quedaron allá. Fue muy triste. Pero por suerte después pudimos encontrarnos y estar todos juntos”.
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Hace 54 años, quien ya era su marido y le llevaba 17, Juan Carlos Pagnacco, se puso al hombro el reencuentro de todos los hermanos que se dio un fin de año en la casa de uno de ellos en la ciudad de La Plata. “Por eso valoré tanto casarme con Pagnacco y tener la hermosa familia que construimos a lo largo de 34 años”.
“Nunca pensé que me harían una nota, de modo que no sé muy bien qué decir”, nos cuenta mientras prepara café para tomar durante la charla que mantendremos en la cocina de su enorme casa de la calle Rodríguez al 300 y que pertenecía a Jorge Blanco Villegas. Juan Carlos Pagnacco se la compró seguramente pensando que sería, como lo fue, una familia numerosa. Aunque el destino del escritorio y sala que daba a la calle tendría una importante mutación luego de que se recibiera de instructora de gimnasia con María Ester Lacovara. Y lo cuenta emocionada: “Le estoy muy agradecida, me trató con mucho cariño, porque estos cuarenta años de trabajo surgieron de un bajón después del nacimiento de mi último hijo. Una amiga muy querida no me veía bien y me propuso que hiciéramos algo juntas. Yo no tenía idea. Me trajo un folleto de Belleza Científica en el que se mencionaban una serie de cursos pero no me gustaba nada, hasta que vi instructora de gimnasia.
Y así empezó todo. “Le dije a Pagnacco, porque en ese entonces había que consultarlo con el marido -cuenta sonriendo- tengo ganas de hacer el curso”, al bebé de seis meses había que atenderlo porque el curso duraba toda la tarde del sábado. Le gustó la idea y me ayudó con el chiquito. Fue todo un año, me entusiasmó, encantó, me di cuenta que era realmente lo que quería y lo incorporé a mi vida y no lo dejé nunca más. Mónica Vidagure era la profe que nos daba las clases y de todas las alumnas quedé sola como instructora, las demás siguieron otros caminos. Tenía 35 años”
Alumnas-amigas
-¿Cómo fue el inicio?
-En esta casa grande. Empecé en la habitación donde tenía el escritorio y la sala al lado, con 4 ó 5 alumnas, hasta venía mi cuñada para hacer número. Después se fueron incorporando otras y otras más. Y aquí hago un paréntesis porque no puedo dejar de recordar y agradecer a “Beba” Puchuri que venía a gimnasia conmigo cuando empecé a trabajar mucho. En una oportunidad que ya estaba quedando un poco chico me ofreció el salón de calle Belgrano –actualmente se encuentra el restó Ladran Sancho- que lo alquilaba para fiestas los fines de semana. Me dijo: “No te cobro alquiler y te quedas con el salón de lunes a viernes, pagás los impuestos nada más y lo trabajás”. Cuando vine a casa mientras tomábamos unos mates con Pagnacco le conté y fuimos a verlo. ¡Eran tres habitaciones de las mías! ¡Abríamos las puertas y teníamos el patio todo verde y esas hermosas galerías! Trasladamos las colchonetas y lo que hacía al gimnasio y lo primero que hice, Pagnacco siempre se acordaba y reía, porque uno de los ejercicios que hacíamos era rodar y lo hice pero la habitación era tan grande que terminé mareada y descompuesta.
-Digamos que fue un debut con sus bemoles…
-Nos reíamos junto de aquel día inolvidable… pero lo de “Beba” fue un acto tan generoso que no lo voy a olvidar nunca. Siete años estuve allí.
Gimnasia tradicional aggiornada
-¿Era la profe de moda?
-Sí, se dio así. Llegué a tener cien alumnas con tres turnos a la mañana y cuatro a la tarde. Era la época en que habían llegado a la VI Brigada Aérea, los pilotos –y sus familias- de los aviones Mirage. De modo que tenía alumnas de Mendoza, Córdoba, San Luis… de todos lados. En ese entonces ya estaban Rosita Gullón y Nelly Bonini entre tantas otras que ya le voy a ir nombrando. Además de gimnasia teníamos –por ahora dada la cuarentena- caminatas tres veces por semana.
-¿Cambió su manera de dar clases?
-A pesar de no haber hecho cursos, siempre me actualicé y lo sigo haciendo. Sábados y domingos me encerraba para programar las clases, me gustaba y me continúa gustando.
-¿No se le dio por incursionar en otras técnicas?
-No, gimnasia tradicional pero aggiornada. Nunca la misma clase y eso fue lo que le gustó a la gente.
-¿Cómo terminaba a la noche con siete turnos y cuatro hijos?
-¡Hecha bolsa! Pero ahí estaba Pagnacco colaborando con la crianza de los hijos. El me acompañó mucho y cuando tuvo problemas laborales porque era chatarrero y trabajaba con las metalúrgicas, felizmente fue la época de las cien alumnas y pude seguir manteniendo la casa con los chicos, los colegios, los clubes y seguir bancando todo. El me agradecía porque lo ayudé en esos momentos que fueron difíciles, pero éramos un equipo. Yo no decía no a nada porque se necesitaba el dinero y él tuvo que quedarse en la casa y le costó mucho pero lo logró o lo logramos. Se adaptó y al final lo disfrutamos mucho Después cambió de trabajo pero continuamos los dos con lo nuestro.
-Continúa con las clases.
-Nunca dejé. Ya no son mis alumnas somos un grupo de amigas a las que les preparo una rutina y hacemos gimnasia juntas.
Una re-abuela
-Cuénteme de su familia.
-Tengo cuatro hijos, Carlos, Jorge, Claudia y Diego el más chico. Tengo cinco nietos y una bisnieta de doce años.
-¿Cómo tomó el hecho de convertirse en bisabuela?
-Fue lo mejor que me pasó porque no soy de esas viejitas sentadas en la mecedora. Esa época ya pasó, ahora las abuelas y bisabuelas están activas.
-Como usted
-(Risas) Es cierto, porque además de la gimnasia en grupo siempre le buscamos la parte social, entonces íbamos de viaje a la playa, excursiones, un asado -soy buena parrillera- en algún campo, una mateada, cenas en lo de Don Lino, una salida a las sierras, a La Indiana, a Sierra de la Ventana, dónde fuera pero siempre estábamos pensando en qué cosa hacer además de las clases porque nos convertimos en amigas. Y hoy –bueno ahora está el parate de la pandemia- lo seguimos haciendo.
Cuatro hijos tenistas
-¿Todos sus hijos son profesores de tenis?
-Sí. Y por eso fui varias veces a Lima (Perú), de ahí que tenga una foto en bicicleta en El Olivar de San Isidro y otra tomando mate en Machu Picchu. Los iba a visitar, tenía tres en Lima y el mayor, Carlos, se quedó allá y ¡no lo traigo más! Me encantó Lima. Pero sufrí mucho cuando se fue a los 18 años. Lloré a moco tendido mirando desde la terraza –antes se podía- cómo se iba el avión y se llevaba a mi hijo. El nunca se enteró… bueno ahora se está enterando (risas).
-¿Por qué se fueron?
-El papá (Juan Carlos Pagnacco) fue un hombre visionario, porque nosotros vivíamos en Sarmiento pasando la avenida Rivadavia. Cuando compró esta casa lo hizo porque queríamos una buena educación para ellos y elegimos el Colegio San José, antes habían ido al jardín 901. Y él pensaba que estando en el centro me iba a manejar bien con los chicos. Empezaron a ir al Club Independiente a aprender tenis con Raúl Pérez Roldán. Jorge se fue del club porque quería buscar nuevos rumbos y cuando empezó a necesitar gente en Lima llamó al mayor que estaba en Coronel Suárez trabajando como profesor también porque de la escuela salían como profesores y en eso hay que sacarle el sombrero a Raúl Pérez Roldán… en eso. Los cuatro son tenistas.
Mente sana…
-¿Qué pasa si no sale a caminar o entrena?
-Las primeras semanas que fueron las más rígidas de la cuarentena tenía que hacer algo, no sé, algo. Entonces opté por armarme clases para no sentir que ¡me faltaba todo!
Y lo que nunca pude hacer fue caminar sola. Di una vuelta al dique en una oportunidad y no relajé la cabeza, estuve pensando en todas las cosas que tenía que hacer; en consecuencia, no fui más ¿para qué? No me sirve y ahora si podemos salir de a dos, vamos con distanciamiento y tapabocas pero charlamos.
-¿Es muy amiguera?
-Mucho. Y con el aislamiento fueron de gran ayuda los grupos de whatts up de gimnasia y caminata.
-¿Qué hubiera pasado con usted si no le hacía caso a su amiga y nada de cursos sólo, marido, casa y chicos?
-¡Me hubiera parecido todo tan triste ¡Amargadita! No me veo, por más que tenía una familia grande no me visualizo sin esto que hice. Fueron cuarenta años que pasaron volando… por más que en su momento quedé viuda y tuve que seguir sola…
-¿Cuánto tiempo le llevó hacer el duelo por la pérdida de su marido?
-Mucho… además los hijos más grandes estaban afuera, acá solamente Diego y Claudia. Pero soy muy fuerte. Y siempre para adelante y muy positiva. Me costó, pero me quedé con todo lo auténtico de nuestro matrimonio y hoy tengo recuerdos hermosos.
-Podemos decir entonces que la vida la ha tratado…
-Muy bien a pesar de cosas que he pasado como todo ser humano, pero en general el haber conocido a mi marido a los 19 años y casado después de tres meses de novios y quedar embarazada al poco tiempo, tener nuestro primer hijo y no separarnos para nada en 34 años… Fue un matrimonio maravilloso y una familia grande y haber empezado con esta actividad física que no pienso abandonar nunca, que se va a ir conmigo ya que en los grupos de gimnasia y caminata soy la emprendedora. Siempre están esperando y en las reuniones me dicen “si no fuera por Betty en esta etapa de la vida yo no estaría haciendo gimnasia”. Tengo dos alumnas-amigas de 82 años. Y les respondo que estamos en la misma porque esto es de ida y vuelta.
-¿Cómo está pasando la interminable cuarentena?
-No me ha afectado porque estoy acompañada hace trece años por mi pareja, también se llama Juan Carlos, nos llevamos muy bien felizmente. Entiendo que las personas solas y en aislamiento no la deben pasar muy bien. Las mujeres solas de nuestra edad tienen tantas cosas para hacer y una vida activa, pero en estos momentos debe ser muy difícil pasarla.
-¿Vamos cerrando la nota?
-Yo soy muy pero muy tímida, no sabe la lucha que tuve conmigo para poder acompañar a Pagnacco en el escenario cuando fuimos en una oportunidad a Uruguay ya que pertenecíamos al Conjunto Municipal de Bandoneones que dirigía el profesor Matti. Fue terrible no lo pude superar nunca, pero lo hice por él que tenía adoración por bailar tango. Lo acompañé. Y él estaba feliz.
-¿Qué es lo que más agradece?
-Que mis hijos nunca hayan tenido problemas importantes de salud. Eso me hace muy feliz, dice mientras se le escapan un par de lágrimas.
“Betty”, se asume tímida y poco amiga de exponerse; de ahí que no tenga fotos de ninguna de sus clases de gimnasia; sí en grupo, durante las salidas recreativas. Es canceriana, familiera, agradecida, llena de amigas y una mujer encantadora. Desgrabando la nota revivíamos los momentos pasados en la cocina de su casa y las risas de una y otra contagian. Se le nota ese empuje que no la dejó de lado ni en sus peores momentos. Y hoy, feliz a pesar de la pandemia, cocina para los suyos, sale a caminar y se cuida mucho del covid-19, esperando que pronto se termine la cruel pesadilla.
Dice que tiene un sueño, escribir un libro sobre sus vivencias; pero cuenta con más de uno, porque siempre está proyectando, aggiornando en lo que más le gusta hacer, rutinas de gimnasia para sus alumnas-amigas.