La inestimable contribución de las mujeres rurales al desarrollo, experiencias locales en su honor
Se celebró en todo el mundo el Día de las Mujeres rurales y su reivindicación se extiende todo el mes. Con el lema “Construyendo la resiliencia de las mujeres rurales a raíz de la Covid-19” busca crear conciencia sobre las luchas de este género, sus necesidades y su papel fundamental en la sociedad. En estas sierras fértiles muchas mujeres son protagonistas, desde la vida en el campo, hasta el cooperativismo y desde lo exclusivamente profesional.
Como todos los años, el 15 de octubre se conmemora el día internacional de las mujeres rurales, según lo dispuso la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en diciembre de 2007. Este año, con el foco en la pandemia, el lema es “Construyendo la resiliencia de las mujeres rurales a raíz de la Covid-19”.
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De acuerdo a datos de dicha entidad “las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43 por ciento de la mano de obra agrícola”, aunque advirtió que “sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor”.
Desde su concepto, tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento. En Tandil, siendo una serranía de fertilidad productiva para los distintos sectores, se pueden encontrar muchas mujeres inmersas en el oficio rural ligadas de una u otra manera. Desde la elección personal y familiar de la vida en el campo, como el cooperativismo y desde lo exclusivamente profesional.
La resiliencia de las mujeres
De acuerdo a las estadísticas conocidas a nivel mundial, la pandemia ha aumentado la vulnerabilidad de los derechos de las mujeres rurales a la tierra y los recursos. Las inversiones con perspectiva de género en las zonas rurales nunca han sido más críticas.
En la realidad Nacional vale recordar que en la Federación Agraria Argentina (FAA), en 2014 se realizó un congreso extraordinario para la reforma del estatuto de la entidad en el que se aprobó la creación de la Secretaría de igualdad de género y oportunidades y derechos humanos. En dicho ámbito se estableció también que la misma siempre estará a cargo de una mujer, en respuesta a lo solicitado por Mujeres Federadas Argentinas (MFA), que pedía participar en la toma de decisiones, aumentar su visibilidad en diferentes eventos y formar mujeres a través de capacitaciones, asegurando así la igualdad de derechos y la participación en el Comité de Acción Gremial.
La consigna 2020, “Construir la resiliencia de las mujeres rurales a raíz del Covid-19”, busca crear conciencia sobre las luchas de este género, sus necesidades y su papel fundamental y clave en la sociedad.
Las mujeres rurales, una cuarta parte de la población mundial, trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Además, garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático.
Sin embargo, también hay barreras estructurales y normas sociales discriminatorias que continúan limitando el poder de las mujeres en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. Su labor es invisible y no remunerado, a esto hizo referencia, entre otras cosas, la ingeniera agrónoma Fanny Martens.
La mujer de la Pampa húmeda
Si bien Martens se describió como “una mujer urbana”, tiene mucho vínculo con el ámbito productivo desde su profesión y brindó una mirada diferente.
Ella se recibió y a fines de los 80 tuvo la oportunidad de recorrer casi medio partido gracias a trabajos de encuestas. “Siempre a las respuestas las daban los hombres, a pesar de que muchas veces era la mujer quien llevaba adelante la producción, y ese rol de preponderancia me llamaba la atención”, reveló.
Sostuvo que en la actualidad hay muchas mujeres que dirigen sus sistemas productivos y son responsables de los mismos, cada vez más profesionales en los lotes y mangas, así como operarias en la cabaña o fosas de tambos. “Aparecen tomando sus propias determinación en los distintos roles de la cadena productiva”, señaló.-
A la vez, contempló que desde la ciencia y técnica, también hay un gran abanico femenino que trabaja pensando para la ruralidad.
Y por otro lado, señaló a las mujeres que viven en el campo con su familia, quienes consideró que son las que tienen más “invisibilizado su trabajo”, porque siempre están ejerciendo algún rol, desde el más sencillo de buscar algún insumo en la ciudad hasta ir a recuperar un animal si se escapa o recibir al contratista “y resolver un montón de cuestiones”.
“Siempre elegiría la vida de campo”
María Fernanda Ibarrola es de Laprida, pero se mudó a Tandil en enero de 2011 y desde ese entonces se instaló en un campo en la zona de De La Canal con su familia para hacer algo que disfruta día a día, trabajar con el rodeo de recría de vacas Holando en un tambo.
Esta mujer rural tiene 46 años, tiene seis hijos, el mayor de 27 y la menor de cuatro, y un nieto. Le gusta la vida de campo, lo dejó claro. A diario se encarga de que a las vacas no les falte comida ni agua, de que su alimentación sea balanceada y de revisarlas para atender si es que hay alguna enferma como para apartarla en lo que llaman la “enfermería”. Asimismo, de mantener esos bebederos y comederos en condiciones.
“Me ocupo de que el animal esté de la mejor manera posible, que tenga rollo, además del pastoreo”, explicó.
Pero no todo termina ahí, “en el campo hay diversas tareas”, sostuvo Fernanda y reveló que cuando hay que trabajar en la manga también lo hace, se vacuna o se marcan los animales. Además, hay otra serie de trabajos que si bien no son específicos demandan de tiempo y dedicación, y en ese sentido contó que son Saúl, su marido, se reparten las tareas.
“Me encanta vivir acá y el hecho de tener a mi familia en el campo”, enfatizó, con una sonrisa y a gusto. Es que ella nació inmersa en lo rural allá en Laprida, su mamá era maestra jardinera y cuando tuvo sus hijos dejó de trabajar por unos años. Ya cuando Fernanda tenía cuatro se instalaron en el pueblo, pero ya en ella quedó impresa esa experiencia que retomaría de grande.
“Es un estilo de vida, no hay nada como ver a tus hijos criarse al aire libre, de una manera diferente”, dijo orgullosa, sabiendo que hoy las comodidades son otras a las de tiempo atrás, cuando se dependía de un motor para la luz o no existía la internet. “Para mi es hermoso donde vivo y siempre elegiría la vida de campo”, ratificó.
Los lazos cooperativos para la producción, autoconsumo y empoderamiento
Para Fiamma Silva el trabajo rural significa un punto de partida, desde donde arranca toda la cadena productiva de los alimentos, que muchas veces no se sabe cómo son producidos. Ella forma parte de esa “cara oculta” que permite que la comida esté disponible para la comunidad.
Así es que consideró que hablar de trabajo rural implica mencionar no solamente el cómo se produce, sino también dónde y quiénes son los que hacen girar esa cadena para que los alimentos lleguen a la mesa.
“Sabemos que la mayoría de ellos son producidos con agroquímicos o prácticas que no siempre son beneficiosas para el consumo o el desarrollo de las comunidades”, indicó quien participa de la rama rural del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) desde el 2017, cuando arrancaron con las huertas comunitarias y productivas. Allí se cultiva de manera agroecológica tanto para autoconsumo como para la venta, en el caso de los plantines.
Ella, junto a todo el grupo, se encargan entre otras cosas de pensar nuevas formas de producir la comida, potenciar el abastecimiento local, fomentar los circuitos cortos de comercialización y, sobre todo, de visibilizar a las personas que están por detrás de toda esa producción.
Su tarea actualmente tiene que ver con vincular a los productores hortícolas de Tandil, que serían los quinteros, con la organización de los bolsones de verdura. Asimismo, están generando lazos con otros agricultores del Movimiento de distintas regiones, armando un circuito de comercialización.
“El aporte que hacemos desde el MTE es revalorizar el aporte de los trabajadores rurales, ya que son los que más trabajan pero el que menos beneficios obtiene, a veces en peores condiciones o más pérdidas”, reflexionó.
Asimismo, Fiamma reveló que han hecho un camino de aprendizaje sobre las otras formas posibles de hacer alimentos, que tiene que ver con los circuitos cortos de comercialización pero también con la generación de huertas urbanas para el autoabastecimiento.
A raíz de este trabajo han podido dilucidar ciertas necesidades, que según manifestó tienen que ver con las condiciones de vida precarias, la inestabilidad y la falta de reconocimiento de un sueldo fijo, sin condiciones laborales que brinden una seguridad. “Muchas veces los productores pequeños, hortícolas o de animales, quedan entrampados en lo que es la valorización de la tierra, porque alquilan, y es una gran necesidad acceder a la tierra para producir”, compartió.
Por su parte María Correa, también de la rama rural del MTE, este brazo cooperativo que se compone de al menos siete huertas comunitarias situadas en distintos barrios de la ciudad, las cuales producen alimentos saludables para vecinos y espacios de formación permanentes vinculados a la soberanía alimentaria abiertos a la comunidad.
Ella se consideró una privilegiada por tener un trabajo “genial”. “Lo que buscamos las trabajadoras rurales es llevar a casa y a la sociedad la importancia de una alimentación, la autonomía económica y el empoderamiento”, expresó.
María está hace tres años formando parte de esta labor y en esta oportunidad buscó resaltar el trabajo de todas las mujeres que llevan a las casas los alimentos, aportando nutrición a la familia, así como el esfuerzo que hace cada una para poder ejercer dicha tarea.