A 15 años del suicidio de Matías Bello en el despacho del intendente de Tandil
Esa mañana, el joven de 26 años había convocado a las 9.50 a los medios locales a la Sala de Prensa sin demasiadas especificaciones acerca de su anuncio. Aunque nunca sospecharon que él mismo sería noticia. En principio pareció una denuncia y luego devino en pedido solidario, en el que hizo comentarios acerca de la difícil situación económica que se atravesaba en esa época. “La historia que les voy a contar es relativamente normal. Después si quieren, pueden ser testigos de cómo termina”. Fue así como comenzó a relatar las justificaciones que sustentarían su decisión posterior. Luego de veinte minutos de un relato pausado acerca de las penurias de un hombre, dijo: “Hasta acá lo grabado. Lo siguiente, si quieren, en vivo…”
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Fue así como Bello se levantó de su sitio y se dirigió hacia el despacho del intendentente, que en ese momento se encontraba ausente a causa de un chequeo médico. Sin titubear, ingresó y se sentó en el sillón de Zanatelli. Se bajó el cierre de la campera, extrajo una escopeta del 12 recortada y se la colocó en la boca. En ese momento, el secretario privado del Intendente, Carlos Capodicci, se sentó frente a él en un intento desesperado de calmarlo. Estaba al tanto de la situación, de las deudas, de la falta de trabajo de Bello, quien se lo había contado antes de tomar su última decisión. Sin embargo, Bello no cedió: “Aunque me digas: ‘loco, te damos el edificio de acá en frente’, no hay marcha atrás”.
Su historia comenzó con la condena de ocho meses que recibió en 1995 por robo y que, tras cumplir la condena, se juramentó no volver a delinquir. Fue así como se reunió con Zanatelli para pedirle trabajo y fue designado al área de parques y paseos de la comuna. Poco después de haber logrado estabilidad económica y haber formado una familia, fue sospechoso por el crimen de Juan Cano, un papero de la zona. “Esa noche estaba con una amante”, dijo a los investigadores para salvar la imputación, pero no su relación de pareja. Su concubina, enterada de la situación, lo echó de la casa.
Vivió en Ushuaia un tiempo hasta que su ex compañera le avisó que iba a ser papá. Al regreso recompuso la relación y recuperó el empleo, esta vez en Vialidad Municipal. Pero deudas acumuladas y sueldos embargados lo tenían en aprietos, su mujer lo abandonó y una cruel enfermedad lo tenía sentenciado. En medio de la tensión que se vivía dentro y fuera del despacho del Intendente, se hizo presente otro joven que se identifició como amigo del suicida, comentó que Matías era HIV positivo, según habían anunciado los estudios realizados en el Hospital Santamarina. Al parecer, la afección la habría contraído en la cárcel.
También criticó el accionar de la policía en dicho momento, la cual asistió al lugar pero no intervino. Los agentes se justificaron afirmando que no se encontraban preparados para la situación y, en caso de haber intentado quitarle el arma al suicida y se disparase involuntariamente, en la habitación había otras personas que podrían haber salido heridos.
Mauricio Cabrera, director de Vialidad de la gestión y superior directo de Bello también intervino para intentar disuadirlo, aunque sin éxito. A las 11.23 le pidió un cigarrillo: “Te agradezco, sé que cuando pudiste me ayudaste”, le dijo. Un par de pitadas más tarde, se colocó el caño en la boca y gatilló.
Experiencia en primer plano
Nuestro reportero gráfico LV estuvo presente en la conferencia de prensa, sin sospechar que fuera a concluir de la forma que lo hizo. Para él era un día normal, un día más, como habitualmente se lo demanda su trabajo. En aquel momento el despacho del intendente no disponía de ningún tipo de control, era una municipalidad de puertas abiertas, por lo que Bello entró y “se sentó en la silla de Zanatelli”, aunque se deseo de tener presente al intendente no pudo cumplirse por encontrarse de viaje.
A pesar del recorrido inusual desde la sala de prensa hasta el despacho, LV afirma que era “todo normal, todo tranquilo. Era rara la forma” solamente. Cuando mencionó las palabras “esto no da para más y se abre la campera”, momento en el que toma la escopeta recortada que se encontraba dentro de su abrigo cambió todo el panorama. Sin importar la situación de tensión, no dejó de responder a su profesión como reportero: “Me dediqué a sacar fotos de todos los ángulos posibles”. Cuando Cabrera le dio un cigarrillo, porque los suyos habían sido olvidados sobre la mesa de la sala de prensa, pensó: “Se prende el cigarrilló, aflojó” y que todo terminaría allí.
Sin embargo, el desenlace fue completamente distinto. “Dos pitadas, se reclinó en el sillón, y ¡puc!”. En ese momento, el desconcierto fue inmenso. “Nunca esperábamos un final así. Suponíamos que era una presión que hacía el muchacho y que con una promesa firmada se terminaba todo. Nunca esperando semejante final”. Después entró la policía, continuó, y los periodistas se retiraron del lugar. “Fue algo de otro lugar, no nos podíamos esperar nunca eso”.
Sin duda será un momento que no se borrará fácil de su memoria, ni de ninguno de los presentes aquel día. “Eso jamás te lo podés olvidar. Una de las peores experiencias. Te queda por unos días dando vueltas, pero es tu profesión, lo superás.”
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