A dos años, un mes y seis días, Concha pidió perdón y que los demás también se hagan cargo
Ultima etapa de presentación de prueba en el juicio por el crimen de Marito Maciel. Restaba apenas escuchar un par más de testigos de lo que resultó la larga lista que desfiló por el Tribunal, declaraciones sobre las que no pesaba mayor expectativa, habida cuenta de las características de los protagonistas. Más de lo mismo: huidizos, parcos, desmemoriados o con memoria selectiva, sobre todo, para despegar a uno de los acusados.
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Empero, habría más, mucho más. Irrumpió en la sala, cargada de contradicciones y declaraciones sacadas con tirabuzón por el paciente, estoico trabajo de fiscal como defensores, el acusado Matías Concha, quien dijo que quería hablar, y habló.
Entonces los componentes de la sala que hasta allí se habían comportado complacientes por momentos y con cierto fastidio al escuchar una y otra vez relatos contradictorios como complejos de digerir y traducir, sintieron un escalofrío por la espalda. La tensión llegaba a su máxima expresión. Concha diría su versión de los hechos, su verdad. A escasos metros, Angel Jesús Molina no le quitaría la mirada, a sabiendas que lo iba a comprometer, y mucho, en el desenlace fatal que sufrió Marito.
Lo propio pasaría entre el público. La familia de la víctima, consternada hasta las lágrimas al escuchar en primera persona cómo mataron a su ser querido.
Los padres del acusado confeso conmovidos por “el coraje” de su hijo que dijo sin titubear (no como varios de los protagonistas de aquella reyerta) que se hacía cargo de lo que hizo, pero que quería que los demás también tuvieran “los hue…” para hacer lo mismo.
Los familiares de Molina, en tanto, indignados por la impotencia de escuchar cómo le endilgaban la responsabilidad de la muerte, masticando bronca. Si hasta la mamá de Molina al terminar la audiencia se dirigió directamente al juez Arecha pidiendo que tuviera en cuenta las circunstancia de cómo había declarado Concha, a lo que el magistrado, con diplomática paciencia, le respondió que no podía intercambiar opinión alguna con el público.
Tiempo de confesiones
Pasadas las 20 sería entonces el momento de escuchar a Matías Concha. Ese joven de cuerpo grande y gestos aniñados. El cual evidenciaría -como lo expresa su pasado- no contar con antecedentes penales ni los “vicios” y muletillas de aquellos acostumbrados a pasar por esas circunstancias. Relató entonces frente a los jueces y el público lo que ya había contado ante el fiscal (la cual fue transcripta en ediciones pasadas), con un agregado que conmocionaría la audiencia: sin miramientos diría que vio a Molina empuñando un cuchillo y tirándole puntazos al joven Marito, que estaba tirado en el piso a unos 8 ó 10 metros de la pelea donde él había sido protagonista, y también le había asestado una, dos, puñaladas “para defenderse” de las agresiones de Maciel.
“Hace dos años, un mes y seis días de esto. Voy a contar la verdad, quiero saber la verdad. Yo me hago cargo de lo que hice. Pido perdón a la familia de Maciel”, fueron algunas de las frases que soltaría a lo largo de su extenso relato que, incluso, aceptaría preguntas de su defensor como del fiscal, no así para el representante legal de Molina, quien se quedó con ganas de interrogarlo (tal vez los jueces también) ante la intempestiva reacción de decir que ya no quería hablar más, que se sentía mal y no podía seguir…
Perdón y mentiras
Concha replicaría lo ya expuesto en el expediente en cuanto a la previa y el inicio de aquella pelea que iba a terminar de la peor manera. Dio cuenta de quiénes empezaron la pelea con Marito y los suyos, señalando a Marengo y Cuadra, pelea en la que intervino su amigo Peli Molina (hermano del acusado), que allí se metería él también en pos de sacar a su amigo de la disputa cuando se topó con Marito empuñando un cuchillo con el que comenzó a atacarlo. Frente a la agresión -siguió- que incluso le provocó un corte en el pulgar de una de sus manos al intentar retirarle el cuchillo para evitar que lo apuñalara, y ante la continuidad de las agresiones, él sacó su cuchillo y se “defendió”, pegándole uno o dos puntazos en el brazo o al costado de tórax.
Que una vez dicha reacción, Marito se fue hacia el medio de la avenida mientras él se fue hacia la moto con Peli Molina. Fue allí donde se dio vuelta y observó que a Maciel lo seguían rodeando y golpeando. Que una vez tendido en el piso en plena Del Valle, Jesús Molina, Cristian Toledo y Leo Romero rodeaban al cuerpo tendido, y observando también que Molina le aplicaba puntazos con un cuchillo.
El crudo testimonio era acompañado por un coherente relato, con una singular templanza que se quebraría solamente cuando recordaría sobre el consejo de su madre para que se entregara o cuando insistiría en pedir perdón por lo que había hecho. Perdón que no encontraría eco ni consuelo en los deudos de Marito, desgarrados por escuchar en vivo y en directo a uno de los que apuñaló y terminó con aquella vida.
A preguntas del fiscal señaló que muchos de los que pasaron por el juicio no dijeron la verdad. No por casualidad sostuvo que la única que se acercó casi a la perfección a los hechos fue la testigo (de identidad reservada) que también ubicó a Molina con un cuchillo apuñalando a Maciel.
El único detalle, nada menor, era que la testigo lo ubicó también a él cerca del auto del cuñado de Maciel apuñalándolo por la espalda, escena que el imputado confeso negó, aseverando que nunca estuvo en esa zona de la reyerta.
“Yo entiendo que fue muy grave lo que hice. Por mi culpa arruiné a una familia, dejé a un chiquito sin su papá, pero quiero que sepan que yo no soy así, no ando peleando ni matando a la gente. Yo me defendí. ¿Qué iba a hacer? Estoy arrepentido y asumo mi responsabilidad. Yo me hago cargo, pero quiero que los demás también lo hagan. Eso me da bronca, que los otros no tienen los hue…, los cojones, para hacerse cargo”. Expresiones que mantuvieron una mirada firme hacia los jueces, mirada que también replicaría Molina para con él, ubicado a las espaldas de su defensor.
Así espetaría que Leo Romero mintió, porque él participó de la pelea y estaba al lado del cuerpo tirado de Marito. Que Cristian Toledo también faltó a la verdad, como Kevin Cuadra y otros. Aunque no supo encontrar explicación de porqué lo hicieron.
Llantos
En medio de la confesión, Concha se quebraría en llanto en varias oportunidades, recordando no sólo aquel episodio y las consecuencias, como los días que lleva detenido. En especial, su congoja, que parecía sentida, fue más elocuente cuando recordó el papel de su madre, quien lo aconsejó entregarse esa misma madrugada. “Yo hago y haré siempre lo que mi mamá me diga. Me enseñaron que me tengo que hacer cargo de mis acciones, pero todos los que formaron parte de esa pelea tienen que pagar también”, dijo conmovido, mientras insistía en el pedido de perdón para los Maciel que, a esas alturas del relato, estaban aún más desgarrados por el dolor y la impotencia. Si hasta sin querer parecían dialogar entre ellos ante el silencio atroz de los demás. Concha pedía disculpas sollozando y Marcela Aranda (hermana de Marito) desconsolada le respondía que no, que no había perdón posible…
Cuando culminó el interrogatorio del fiscal como el particular damnificado, Concha daría por terminada su exposición, sin margen para que el defensor de Molina pudiera incomodarlo con alguna pregunta que lo descolocara de su aparente sólida versión. Tampoco los jueces tuvieron chance de alguna aclaración.
Sin más, y pisando las 21, se daría por culminada la jornada judicial. Todos saldrían con distintos estados de ánimo de la sala. Los Maciel, conmovidos. Los Molina, indignados y masticando bronca con sonrisas nerviosas. Los Concha, aliviados por lo que se presentó como un desahogo de aquellos dos años, un mes y seis días. La postal se cerraría con la mamá de Jesús Molina pidiéndole a viva voz al juez que prestara
mucha atención al relato “armado” por el declarante, mientras Concha caía desplomado en su butaca, custodiado por la policía, que igualmente permitió que se acercara su mamá para darle un abrazo eterno, de esos que sólo una madre y su hijo saben explicar sin palabras. Es que ya no había más nada por decir…
Falso testimonio
Como se indicó, antes de Concha, pasaron frente al Tribunal los testigos Darío Jaramillo y Cristian Toledo. A sus modos y sus formas, con su precariedad intelectual a cuestas, se despegarían de la escena violenta. Reconocerían que formaron parte del grupo que arribó al lugar en el auto rojo junto a Jesús Molina, pero de desentenderían de la pelea.
Dijeron no recordar nada. Eso sí, había algo de memoria para despegar a Molina de la reyerta que culminó en el asesinato.
A tal punto llegó el cúmulo de contradicciones, que la paciencia de fiscal como defensores pareció agotarse, mereciendo el pedido compartido de que se abra un sumario para que se investigue la posible comisión del delito de falso testimonio de parte de Toledo, que además de desmemoriado resultó muy reticente a querer colaborar y responder lo que se le preguntaba, como aclarar sobre las notorias contradicciones de lo que había dicho y se plasmó en la instrucción como lo que ahora decía en la sala.
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