Acordarse de Octavio es recordarlo con afecto
Treinta y dos años atrás, un 23 de septiembre, trágicamente nos dejaba el querido Gordo, cuando venía peleando con la élite de los carreteros la primera Vuelta de Benito Juárez, que tenía lugar en los 32 kilómetros del Nurburgring argentino, como denominaban al escenario de las sierras.
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Como todos los años, los amigos del expresidente de la ACTC Octavio Justo Suárez lo recordarán en el monolito que perpetúa su nombre, ubicado en la Ruta Provincial 74, en las proximidades del cruce Scarminacci. Su hermano Pedro, acompañante en muchas lides, en cada charla lo manifiesta: “Acordarse de Octavio es recordalo con afecto”.
La última acelerada
Nunca fue un triunfador, no tenía ángel, ni fue un personaje carismático, no generaba ruido para convertirse en ídolo, pero fue dueño de una popularidad que se asociaba a su figura.
Nació el 6 de septiembre de 1932, y vivió en una escenografía muy particular, taller, fosa, mate y herramientas.
En la hermosa mañana del 23 de septiembre de 1984 mientras disputaba la competencia de Turismo Carretera, Primera Vuelta de Benito Juárez en el semipermanente de Tandil, detuvo su máquina por última vez, el “Gordo” Octavio, para pasar a ser recuerdo, abrazado a su auto, casi sellado a su TC.
Estampa de caudillo y de hombre fuerte. Manejó con personalidad y tozudez la ACTC, en un momento de serias complicaciones para la folklórica categoría.
Así logró recuperar y reverdecer al Turismo Carretera. No se casó con nadie, pero atendió a todos. Primero la ACTC, luego los demás, era su premisa. Humilde, indiscutido, sin lujos, ni pinta. Su voz ronca imprimía respeto, también simpleza.
Así era Octavio, serio, simple, y trabajador incansable. Piloto, hombre, dirigente y amigo. Se fue a los pagos del silencio y dejó una lágrima en cada TC.
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