Carta de lectores
Tomo el colectivo 505 casi todos los días desde hace varios años. Conozco los rostros de todos los choferes, unos más serios, otros más simpáticos y otros que directamente parecen estar programados para hacer el recorrido y no emitir palabras durante todo el camino, no les sacás un ”buen día” o un “buenas tardes” ni por casualidad. Pero hay uno en particular que me generó tal emoción que hoy me hizo sentar a escribir sobre él y su tan grandiosa amabilidad, quien teniendo todo, o quizás sin tener nada, da con tal de ver a sus pasajeros sonreír.
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No sabía su nombre hasta ayer que uno de los pasajeros se despidió por la puerta trasera del colectivo diciendo: ”Chau Claudio, nos vemos”. Cosa muy rara, porque no sé, uno cree que por bajar por una puerta diferente o que está más lejana al chofer no hay que decir al menos un ”chau, gracias”.
Parecía como un colectivo de familia: a cada persona que subía y veía el rostro del chofer, así viniera de tener su peor día, automáticamente se le dibujaba una sonrisa al verlo, era como una especie de intercambio. Él siempre alegre y los pasajeros respondiendo igual al verlo. No sé, pero a mí me encanta la gente que da, y no espera nada a cambio, que con su alegría contagia. Él parece ser de esas personas.
Así como subía gente que al verlo sonreía, también subían personas que ni ‘hola’ decían, y el saludo del chofer tan educado y alegre los desconcertaba un poco.
La mayoría de las veces cuando me tomo el colectivo, Claudio está charlando con un hombre con capacidades diferentes que suele sentarse en el primer asiento. Me llama la atención porque siempre está ahí. Charlan de un asado, de fútbol, del ”Tandil Brilla”, y a mí se me dibujan mil sonrisas cuando veo que todavía quedan personas como él en el mundo, donde la única diferencia que encuentra entre su amigo del primer asiento y él, es que él va al volante, feliz de compartir otra charla con el hombre, y su amigo es espectador de la felicidad que Claudio le contagia.
Él le da charla a todos: a niños, a adultos, a personas con capacidades diferentes. Creo que a todos les genera la misma sensación que a mí, porque no sólo yo sonrío cada vez que veo su amabilidad reflejada dentro de un espacio donde sólo entramos un par de personas y todas somos espectadoras de que en un espacio tan chiquito, pero tan concurrido durante el día. Se puede hacer un cambio muy grande con simples palabras de amor y con amor.
Ayer de Claudio aprendí que uno puede alegrarle el día a muchas personas con una sonrisa y con un gesto de amabilidad, y que la felicidad está muchas veces en hacer sonreír al de al lado, aunque no lo conozcas, aunque ni sepas su nombre. Seguro esa persona se va a acordar de vos, así como yo del chofer del 505 que tantas veces con sonreír, y decir ”que tengas un buen día”, me ha hecho sonreír a mí también.
Cada quien hace con su sonrisa el cambio.
Josefina Cuzzucrea
DNI 40.256.181
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