Eduardo Piras: ?No me imagino viviendo de mis libros, ni siquiera lo tengo como proyecto?
Por Leandro Vecino | leandroabelvecino@gmail.com
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“No es profesor de letras ni recibió premios a la excelencia académica, ni es docente en facultad alguna. Tampoco participó en revoluciones, ni revueltas, ni fue convocado para acciones de esta índole; rara vez fue convocado para algo. No dicta talleres de escritura y suele no formar parte de jurados literarios que no lo autorizan como miembro”. Así define al escritor Eduardo Piras la solapa de su primera novela editada, “El hombre obtuso” (2010). Es una “antisolapa”; absurda, se diría, como le gusta plasmar a Piras en sus textos.
En la entrevista con La Vidriera, dejó un párrafo que bien podría agregarse a esa presentación: “No tengo proyectos de libros. En realidad, los que puedo tener no los voy a escribir nunca y hace años que los tengo. Y no los voy a hacer porque se irían del estilo que me gusta, me saldría de lo que yo hago. Podría decir, entonces, que son proyectos para que los haga otro”.
Piras presentará el próximo viernes una nueva novela, “El afluente”, y ya está inmerso en la escritura de lo que sería su tercera publicación, “La ciudad espontánea”.
Aprovechando que se trata de –según recordó– la primera entrevista que le hicieron, dialogamos también sobre su primer libro e indagamos sobre las bases de su escritura.
-Una vez le preguntaron a Dalmiro Sáenz por los libros que lo marcaron y citó a ‘Las palmeras salvajes’, de William Faulkner. ‘La primera vez que lo leí no entendí nada, pero me fascinó’, dijo. No le voy a decir que me pasó lo mismo con ‘El hombre obtuso’, porque creo haber podido hacer una comprensión, pero sí se puede marcar que el abanico de la interpretación es bastante más amplio que lo habitual.
-Sí, hasta para mí mismo. Cuando lo escribí, el final tenía para mí una sola interpretación. Pasó el tiempo y me di cuenta que tenía otra y totalmente opuesta. Me sorprendió, porque nunca me había pasado.
-¿Releyó su libro y cambió el concepto?
-No, recordando. Tal vez fue pensando o hablando con alguien, no lo tengo presente ahora. Pero me di cuenta de que ese final era lo opuesto a mi intención. En general, no hago este tipo de finales. Intento que sean contundentes.
-¿Por qué editó este libro y no otro de todo su trabajo inédito, que consta de seis novelas y dos series de cuentos?
-Porque era el último que había escrito hasta ese momento. En sí, me ocurre que algo que escribí hace tres años me parece antiquísimo. Entonces, tanto ‘El hombre obtuso’ como ‘El afluente’ son lo más reciente que he escrito. No fue una elección por el tema tratado.
-¿Tiene algún destino para toda esa obra no publicada?
-Realmente, no lo sé. Hay algunas cosas que me gustaría que vieran la luz, pero hay otras que me parecen impublicables. Tal vez una parte, con ciertos arreglos, revisándola, podría ser publicada, me animaría.
-¿Cuál fue la razón que lo impulsó a publicar, tras tanto material acumulado?
-Fue una decisión. Mucha gente me preguntaba porqué no editaba o no hacía algo, porque jamás intenté nada: no mandé a editoriales y participé en muy pocos concursos. Lo hice más para demostrar que no tenía problemas en publicar. No es algo que me preocupe.
-¿Es deliberado no participar en concursos?
-No, es una cuestión de dejadez (risas). No tengo nada contra los concursos, aunque, en sí, no me gustan demasiado. Me cuesta mucho el tema de la preparación y también, depende adónde uno mande su trabajo, es costoso económicamente. Tampoco me interesa demasiado. Además, hay novelas que no son para concursos.
-Entonces el escritor debe decidir entre sus objetivos y las exigencias explícitas e implícitas de los certámenes.
-Yo no escribiría jamás con una intención de concurso o de edición, porque se convertiría en un trabajo mas que en la necesidad y el placer que significan para mí escribir.
Iguales y diferentes
-¿Cómo surgió ‘El hombre obtuso’?
-Las historias se me van armando de a poco. En general, tengo idea del principio y del final; después, armo la conexión. Pero en esta novela ya tenía el ambiente en el que se iba a desarrollar, aunque no mucho cómo iba a transcurrir la historia. Además, las novelas suelo empezarlas seis o siete veces; pueden llegar a existir varios principios, hasta que un día ‘engancho’ y continúo.
Porqué se me ocurrió esta historia no sabría decírtelo. Son sensaciones. Si quiero desarrollar un mundo absurdo, que es lo que más me gusta, voy para ese lado. Me gusta desarrollar más escenarios que historias, en eso me baso. Pero no digo ‘voy a escribir sobre un tipo al que lo vienen a buscar otros dos y se van a un pueblo, en medio de la nada’. Todo eso surge después.
-En general, ¿a qué autores reconoce en su escritura?
-Uno se arma de todo lo que lee. De ahí, puede salir un estilo propio o nada. Creo que los escritores que más me han influido pueden ser (Samuel) Beckett, (Eugène) Ionesco, Boris Vian… Más de teatro que de narrativa. Y (Franz) Kafka, que, creo, influye en todo escritor. Es una mezcla de todo. Después, algunos argentinos, como Abelardo Castillo, que en una época influyó muchísimo en mí.
-En 'El hombre obtuso' se nota en el estilo.
-Sí, pero sobre todo en el manejo de los diálogos. En ese aspecto, de Abelardo Castillo aprendí muchísimo.
-También se ve a Beckett.
-Claro, el ambiente es más estilo Beckett. Me sorprendí porque en ‘El hombre obtuso’ mucha gente encontró a (Louis-Ferdinand) Céline en ‘Viaje al fin de la noche’. Yo leí a Céline, pero jamás me hubiese imaginado que me iba a influir en algo.
También el cine marcó mi escritura. Por ejemplo, ‘Brasil’ de Terry Gilliam, uno de los Monty Python, que trabajan todos en esa película. Es increíble cómo influyó muchísimo en la ambientación de mis novelas. Las influencias pueden venir de cualquier lado, no solamente de la literatura.
-Además del absurdo, en ‘El hombre obtuso’ están muy presentes el cuestionamiento de la existencia y las obsesiones. Por ejemplo, en este pensamiento de Jeremías: ‘A veces, ciertas obsesiones se independizan del obseso y adquieren vida propia; andan por ahí en busca de una víctima’.
-Sí… Las obsesiones, sobre todo.
-Y como escritor, ¿tiene obsesiones? Me refiero a la hora de buscar el acabado de un texto o en las temáticas.
-En las temáticas. Por ejemplo, la personalidad de Jeremías siento que se repite en el resto de lo que he escrito. Para mí, es exactamente igual al personaje principal de ‘El afluente’. Es algo que me critico, porqué no puedo salir de ese personaje. Sin embargo, los que han leído las dos novelas no encuentran ningún parecido; es más, ven a las dos novelas totalmente diferentes. Y para mí hay similitud en todo, es como una continuación de lo mismo.
-¿De qué trata ‘El afluente’?
-Con respecto a los argumentos, no me gusta contarlos. Hay una reflexión muy conocida de (Alejandro) Dolina al respecto, hablando de lo difícil que es explicar el argumento de una novela. Alude a ‘Crimen y castigo’, de Dostoievski. Uno podría contarla así: ‘Se trata de un tipo que mata a una vieja y después se arrepiente’. Y, sin embargo, la novela es más que eso. Sí me gusta hablar de lo que me basé para escribirla. Ahí volvemos a las obsesiones, cuando se imponen por fuera del objeto. El obseso no quiere saber nada, pero las circunstancias lo obligan a que la obsesión continúe. No recordaba la frase que me citaste, pero es básica: es como si hubiese hecho esta novela sobre esas palabras de Jeremías.
-Y ahora, en 'La ciudad espontánea', ¿está tratando de salir de eso que usted ve repetido pero no los lectores?
-Sí, estoy tratando de hacer algo diferente. Me estaba encasillando en lo mismo, pero empecé a incluir partes en primera persona. Eso te da muchísima más libertad, uno puede hablar más fluidamente de lo que quiere describir. Puede llegar a salir otra porquería ilegible más (risas).
Un miedo que ya no está
-¿Cuándo empezó a escribir?
-Los primeros intentos deben haber sido a los 11 años, ni bien llegué a Tandil (N.d.R: Nació en 25 de Mayo). Después corté y retomé a los 17, siempre de una manera muy oculta, no lo sabía nadie, hasta que mucho tiempo después unos amigos me invitaron a participar en una revista, ‘El cómplice’, y ahí me empecé a soltar un poco.
-¿Por qué mantenía oculta su inclinación hacia la escritura? ¿Había cierta vergüenza?
-No sé si era vergüenza. Creo que más bien era miedo, pero no sé a qué.
-Tal vez, a que los otros no acepten lo escrito por usted.
-No. Me parece que uno, cuando escribe, se muestra mucho. Calculo que era miedo a eso. Ahora para mí es incomprensible haber tenido esa sensación. Durante mucho tiempo pensé que era vergüenza, pero en realidad era más miedo que vergüenza.
-¿Concurrió a talleres?
-No, sólo lectura. Creo que los talleres tienen una función más que buena, pero a mí no me gustan. Para escribir bien, cosa que aún no logré (risas), lo esencial es leer. Pero si dejo de leer, menos lo voy a lograr.
-¿Qué le da la escritura?
-Como darme, nada. Creo que es una necesidad, algo inevitable. Intenté varias veces no escribir más, pero, lamentablemente para la humanidad, seguí (risas).
-¿Escribe todos los días?
-Casi todos.
-¿Tiene una rutina?
-A la noche, después de las 21, si es que no recibo visitas. Tengo períodos: momentos en los que escribo mucho, otros en los que escribo poco, cosas inconexas, fragmentos que no terminan en nada… Cuando se me ocurre una idea, la empiezo en el momento. Y suele pasar que, cuando me aparece una nueva, abandono la anterior. Tengo muchas más novelas abandonadas que terminadas.
Me ha pasado estar un par de horas o, como una vez, estar toda una noche con un cuento, cuando al otro día tenía que trabajar. Y hace poco me ocurrió que estuve seis meses sin escribir ni una línea.
-¿A qué se debió?
-No lo supe. Entonces, empecé a tocar guitarra. Y cuando empecé a escribir de nuevo, la dejé.
-Decía que la escritura es para usted una necesidad, ¿viene atada de la publicación?
-Para nada. Si se puede publicar, bien; pero no es un fin para mí.
-¿Qué opina de la ‘autoedición’, que un autor se financie sus ejemplares? Se lo pregunto porque ciertos escritores lo ven como algo indecoroso. Sin embargo, grandes autores no habrían surgido si no fuera por pagarse una publicación o por la ayuda de los amigos.
-(Howard Phillips) Lovecraft, por ejemplo. Por editorial, le publicaron sólo una novela. El resto eran ediciones que se editaba a sí mismo, a través de un grupo.
-¿Cómo llegó a que Ediciones Parque Moebius le publique ‘El afluente’?
-Un amigo, Arturo Serrano –a quien ya le habían publicado–, les mandó la novela. Les gustó y decidieron editarla.
-La editorial tiene una mecánica particular.
-Sí, todavía es una editorial muy chica y con una distribución muy acotada (N.d.R: “Para editar los cuatro primeros títulos del catálogo hicimos una inversión inicial que pretendemos recuperar exclusivamente para seguir editando. No cobramos por publicar. La editorial no tiene fines de lucro”, se sostiene en el blog de Parque Moebius). Con lo que van recaudando, van haciendo nuevas ediciones. Paralelamente a mi novela, se editará una de María Urrutia, ‘El mar suspendido’. Lo anterior fue ‘Ida’, de Damián Huergo, un libro de cuentos excelente; y lo próximo es de un escritor montevideano, Ramiro Sanchiz.
-¿Tiene el deseo de publicar bajo una editorial de las llamadas ‘grandes’?
-Si surgiera, sí. No tendría problemas. Pero no me gustan las exigencias de esas editoriales. Algo que para mí es detestable son las presentaciones que exigen. Y si a uno le publica una de esas editoriales, tiene que andar de gira por todo el país. Eso es horroroso. En los últimos años, ya en las bases de los concursos se establece que el escritor está obligado a las presentaciones y a lo que la editorial le exija. Pienso que incluyeron esa cláusula porque a esa exposición la detesta el 90 por ciento de los que escriben.
-Se lo preguntaba porque el deseo de muchos autores es vivir de la literatura.
-Sí, pero en mi caso no sé qué ocurriría. Ni siquiera es un proyecto que tengo. La verdad, no me imagino viviendo de mis libros.
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