Egresada de la Unicén, cosechó experiencias en una organización en Turquía
“Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”. La frase de Eduardo Galeano completa el testimonio de Leticia Corbellini en la sección de voluntarios de Small Projects Istanbul (Pequeños Proyectos Estambul), una ONG ubicada en Turquía que trabaja con niños, adolescentes y mujeres sirias expulsadas de su país por la guerra. Allí cuenta que llegó a Turquía a principios de 2015, que comenzó a trabajar para la ONG en septiembre, que colaboró principalmente como ayudante en el área financiera pero que también se unió a las actividades con los niños.
Leticia Corbellini es argentina. Nació hace 35 años en Necochea, estudió Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Humanas (FCH) en Tandil. Luego, un poco por trabajo y mucho por pasión, se armó un caminito que la llevó primero a Salta, a Jujuy, después a Perú y Colombia y más acá, a Turquía. Hoy, de vuelta en Tandil, charló con El Eco de Tandil sobre su experiencia.
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Andariega
Los modelos simulados de Naciones Unidas en el colegio y un viaje de intercambio en el Rotary de Estados Unidos hicieron su aporte para que Leticia, que quería estudiar en una universidad pública, se mudara los 18 años a Tandil para cursar Relaciones Internacionales en la FCH. Con el título bajo el brazo y una pasantía en la Fundación ExportAr, se volvió a mover, esta vez a la ciudad de Buenos Aires. De a poco se fue corriendo más para el lado de lo social. “Entré en Comercio Exterior en el Banco Santander, y después pasé al HSBC”, repasó. “Trabajaba con lo que es responsabilidad social en empresas, con sus vinculaciones con la comunidad o con las ONG”, agregó.
Su primera experiencia funcionalmente en un proyecto de ayuda social fue en el programa Porvenir, de la ONG Conciencia, contra el trabajo infantil en la cosecha de tabaco en Salta y Jujuy. Poco después, un viaje por motivos familiares a Australia y conocer de cerca las comunidades aborígenes locales que “pintan sus sueños y hacen obras de arte”, la motivó a buscar, ya de vuelta en el país, una nueva chance de colaborar. “Tomé contacto con una ONG y en 2007 me fui al norte, a una comunidad que se llama La Estrella. Ya he ido ahí como cinco, seis veces. Era una comunidad aislada, donde el diablo perdió el poncho, en el límite con Paraguay”, contó. Allí comenzó a trabajar con Fundación Redes Solidarias. Hoy, casi diez años después, en ese lugar en donde no había ni luz ni agua, “hay electricidad, el agua llega por los grifos y las escuelas son de material”.
Antes de llegar a Turquía, Leticia estuvo un año en Perú -en 2009-, donde trabajó para el gobierno en el área de cooperación internacional, y otro en Colombia -en 2014-, donde fue voluntaria de Naciones Unidas. En el medio, pasó tres años y medio coordinando el área de responsabilidad social del Banco Columbia. Y fue más cerca del principio, también de viaje, donde su mapa de ruta comenzó a teñirse de Medio Oriente: conoció a su novio, El Cem, turco, periodista, viajero como ella, y con la misma concepción de trabajo social. Con él en 2008 vivió en Argentina y con él se fue a Perú. “Después seguimos a distancia y finalmente, después de muchas visitas, decidí en 2015 instalarme en Estambul”, relató.
Destino: Turquía
Cuando en enero de 2015 Leticia aterrizó en Turquía, no era la primera vez que pisaba Estambul. Esta vez, llegó con la idea de reencontrarse con El Cem, con una entrevista de trabajo que consiguió por internet en una empresa de Turismo Corporativo y con la intención de perfeccionar el idioma.
Cuando en enero de 2015 Leticia llegó a Estambul, el conflicto en Siria no era nuevo. Sin embargo, en ese momento las olas de refugiados comenzaron a masificarse, y la entrada de sirios por agua se acrecentó. “Empecé a ver gente durmiendo en la calle, algo que no era tan frecuente, y cada vez eran más pidiendo. Yo tenía veinte minutos andando por la calle de mi casa al trabajo y cada vez eran más y más”, repasó, y explicó que se notaba el origen de los refugiados porque “si bien el árabe y el turco tienen familiaridad, son dos idiomas completamente diferentes”. Y ellos no se podían comunicar.
La situación cada vez peor de los refugiados comenzó a retumbar con fuerza en la cabeza de Leticia. No tardó mucho tiempo en volverse insoportable. “El ser social es una manera de ser, una manera de vivir. Una vez que hacés trabajo social, o sos voluntario, o ayudás es muy difícil correrse. Yo ya lo tengo en la sangre, no puedo pasar y no hacer nada”. Buscar la forma de colaborar le llevó el tiempo que tardó en acomodarse. Una vez que pudo sistematizar el trabajo en la empresa, comenzó a buscar alguna ONG para ayudar. Así fue como dio con Small Projects Istanbul. Sin la posibilidad de dar clases -Leticia no manejaba de forma fluida ni el turco ni el árabe- recién pudo entrar en agosto, cuando su experiencia en ONGs y en Naciones Unidas sirvieron de aval. “Empecé a colaborar por un lado con los talleres y las salidas, para las cuales necesitaban adultos que se pudieran desenvolver en Estambul, y por el otro, con la parte administrativa financiera”, explicó.
El trabajo de la ONG se centra en los chicos y las mujeres. En su mayoría, los hombres son los que mantienen la familia y muchos siguen viaje a Europa en busca de oportunidades. Las mujeres, por cuestiones culturales, son amas de casa. La ONG, entonces, busca la forma de empoderar a esas mujeres e insertarlas en el mundo laboral, enseñándoles el idioma y algún oficio. La herramienta de poder para los más chicos, en cambio, es la educación. “Los refugiados son de todas las escalas sociales y llegan de todos lados. Entonces, por ahí tenés chicos con carreras truncadas porque tuvieron que dejar la universidad por la mitad. A esos chicos se los trata de reinsertar por medio de becas. Después, en relación a los chicos en edad escolar se les enseña turco o inglés y una vez que manejan el idioma, se busca escolarizarlos para que no terminen pidiendo en los semáforos”.
En Estambul viven 17 millones de personas. Hoy en día el número de refugiados sirios araña los tres millones. La mayoría de ellos se queda en la capital de Turquía. La mitad son niños. “A ellos se les dice la generación perdida. Ahí hay una brecha. Tenés un montón de chicos que tendrían que estar escolarizados, o en edad de desarrollo, y están en la calle pidiendo. Por eso la ONG trabaja con ellos, se trata de rescatarlos. Ya de por sí la familia está traumatizada, en shock. Imagínate que tu casa pasa a ser una mochila, tenés que dejar todo porque no tenés manera de trasladarlo. Sus recuerdos, sus amigos, su colegio, su entorno. Ya no tienen nada. Y muchas veces han perdido parte de su familia en la guerra o se han ahogado. No sale una familia tipo de Siria y llega una familia tipo a Turquía”, remarcó Leticia. “Se van de un país que no quieren dejar y llegan a un país en donde no los quieren”, lamentó.
Volver
Si bien Cem se quedó en Turquía y tiene pensado venir, Leticia volvió al país a fines de febrero de este año. ¿El motivo? Moverse en Estambul comenzó a ser cada vez más peligroso. Por un lado, un enfrentamiento con Rusia por un avión que invadió espacio aéreo turco. Por el otro, el conflicto kurdo y la presencia del grupo terrorista Estado Islámico. “A mediados del año pasado comenzaron las bombas. El 20 de julio murieron 36 personas en una manifestación pacifista de estudiantes universitarios. Hubo otra bomba en octubre en Ankara, un doble atentado donde murieron más de cien”. Este año, en marzo, un hombre se inmoló en la peatonal Istiklal, una calle muy similar a Florida de Buenos Aires. Cinco personas murieron. A cinco cuadras de allí vivía Leticia.
Como consecuencia de la violencia, los viajes de la agencia donde trabajaba Leticia se comenzaron a cancelar y ella se quedó sin trabajo. Mientras pasaba más tiempo en la ONG, empezó a esquivar las estaciones de metro y los lugares multitudinarios. Los atentados se sucedieron. Entonces Leticia, que comenzó a vivir con miedo, decidió regresar. “Cada vez que pasaba algo mandaba mensajes para ver si estaban todos bien. Por ese motivo principalmente me volví. No es una situación que uno sepa que pronto se va a terminar”, expresó.
Una pared de Tandil
“Fueron los años más felices de mi vida”, afirmó Leticia sin dudarlo cuando repasa su paso por Tandil y la FCH. Quizá por eso decidió, después de años de andar, establecerse con su pareja en la ciudad. “Es el síndrome del clavito en la pared”, graficó. “Quiero colgar un cuadro y que permanezca en el mismo lugar por más de tres meses. Estuve continuamente mudándome, de ciudades, de países, y todo el tiempo con mis cosas encima, dando vueltas”, relató.
¿Por qué Tandil? “Está cerca de Necochea. Me gustó el grupo de amigos que armé acá, todo el tema de los profesores de la FCH. Hoy por hoy tengo contacto con algunos. Mi directora de tesis es amiga mía y me encantó estudiar ahí”, agregó. Leticia consiguió casa y trabajo: está como consultora en RSE y Sustentabilidad. Seguramente no tarde mucho en que su “ser social”, ese que lleva en la sangre, vuelva a ponerse en acción. Para seguir construyendo “pequeñas historias en pequeños lugares para cambiar el mundo”. u
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