El fin y los medios
En ?El campo?, un film de Jim Sheridan, estrenado en 1990, el protagonista Bull McCabe ordena y dispone todo lo que tiene a su alcance y lo que no también, para conseguir aquella porción de tierra ajena que desde sus abuelos trabajó su familia y convirtió en un vergel, en las húmedas pero también rocosas montañas de Irlanda.
Cuando la viuda dueña decide vender las tierras en una subasta, McCabe revuelve cielo y tierra para hacerse de ese campo, empeñado en honrar a las generaciones pasadas y en legar a su descendencia una posibilidad de mayor progreso.
Ese inicial amor por la tierra que lo hizo nacer y lo vio crecer y trabajar devino en tal locura que lo llevó a descuidar la muerte de su propia madre, el suicido de su primer hijo, la pérdida de su esposa y la muerte de su segundo hijo, sin contar la hacienda que despeñó en el mar. Pero la obcecación de McCabe, pese a todo, agotó las posibilidades de una derrota en la búsqueda de aquellas tierras: eso sí, por las tierras perdió absolutamente todo, lo valioso de veras.
Un fin bueno y loable en sí mismo: ¿Quién podrá objetar el sano deseo de un padre de familia de ayudar a su descendencia y ofrecer sus respetos al linaje que le dio la vida? La cuestión, como siempre, es el método para arribar a determinado objetivo.
La violencia creciente fue para ?el Toro? McCabe el camino que eligió para cumplir su intención. Así le fue, desechando toda racionalidad, su fin perdió razón de ser, ya que dinamitó cualquier honor y perdió sus hijos y familia; y su medio se convirtió en una obsesión sin más: conseguir el campo a cualquier precio terminó siendo una realidad, pobre y trágica, pero realidad al fin de cuentas.
Aguardo claridad al delinear las similitudes que se acercan al panorama que los argentinos venimos padeciendo desde la resolución 125, el conflicto agropecuario y la tozudez del Gobierno.
¿Quién puede objetar la nobleza que encierra el fin declamado en los discursos oficiales, de intentar forjar una sociedad más inclusiva y justa? Pero como dijimos más arriba, es el método la cuestión más delicada que se nos plantea.
Durante cuatro meses, el discurso oficial agotó todo argumento que justificara una medida económica y en esa clave, agotó todo camino para imponerla. A costa de todo. Un fin bueno, pero con medio inapropiado y consecuencias sociales indeseables para todos los argentinos han hecho que la ciudadanía hoy descrea cada vez más de los anuncios provenientes de la órbita presidencial.
Si este Gobierno es, como se empeña en declarar, ?la profundización del cambio iniciado en 2003?, con la asunción de Néstor Kirchner a la Presidencia de la Nación, gobierno que sí (hay que reconocerlo) satisfizo ciertas demandas de aquel momento, es esperable entonces que aplique un mínimo de inteligencia para conservar aquel fin sano que se ha propuesto, pero variando el medio y los métodos (la 125 y las formas de confrontación social) que tanta controversia e irritación han hecho padecer a los argentinos.
Al igual que McCabe, el oficialismo ha ido perdiendo sus bienes más valiosos, obcecándose en una decisión que olvidó en los argentinos toda propuesta ofrecida en las elecciones de octubre pasado. La ratificación de la resolución ministerial se convirtió en el fin de esta cruzada del Gobierno: Y al no conseguirse este nuevo fin, se entiende cómo en ámbitos palaciegos la derrota se concibió tremenda.
Pero ampliando la mirada al conjunto social, la dinámica que se percibió en la Cámara de Diputados y en el Senado aceitó los canales de demanda y respuesta que conforman nuestro sistema político: La demanda social se interpuso a una actitud que intentaron fraguar a espaldas del pueblo argentino.
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