El gran George Carpentier
Su futuro se limitaba a las oscuras e irrespirables galerías de las minas. Por toda herencia tendría el típico casco con reflector que por muchos años usó su padre. Los milagrosos caminos de la vida le ofrecieron una cortada, que no desperdició, y llegó a la cima. Cuando nació en 1894 en Lens, Francia, no se conocía el boxeo en ese país. Se practicaba el sabot, una lucha en la que se empleaban los puños y las piernas. Un suizo, Frank Erne, campeón del mundo entre 1898 y 1901, recaló en París, desde Estados Unidos, y organizó el boxeo ?inglés? con tal destreza, que detrás de él, Joe Jeannette, Sam Mc Vea y Dixie Kid aparecieron por la capital gala. Fue Francois Descamps, un profesor de gimnasia, quien alejó a George Carpentier del tufo subterráneo y el casco paterno. De muy joven, siendo un peso mosca, fue modelado y enseñado por Descamps comenzando una carrera que transitó por todos los pesos y que lo transformó en el primer campeón europeo y luego del mundo, de origen francés. A casi tres años de su debut, ni siquiera tenía dieciocho años, se coronó campeón welter de su país, venciendo a Robert Stache en París en 1911. Para esa época vivía en la Ciudad Luz junto a su preparador y se pasaban horas mirando los entrenamientos de los colosos negros que habían ido tras Frank Erne. El joven mosca siguió creciendo. En físico y en logros. Fue campeón europeo welter, mediano, medio pesado y pesado europeo. Sufrió un traspié con el fabuloso Joe Jeannette y obtuvo luego el título del mundo pesado de la raza blanca. La Primera Guerra Mundial le impuso una pausa hasta 1919. Durante la conflagración fue condecorado en varias oportunidades, detalle que no pasó desapercibido para Tex Rickard que luego, con su proverbial ingenio, lo rescataría para su sutil publicidad. Battling Levinsky le dio una chance en Nueva Jersey en 1920 y no la desperdició. Lo noqueó en el cuarto y le quitó el trono de los mediopesados. Las características más importantes de Carpentier eran su notable velocidad de piernas y brazos, su bravura y una derecha casi criminal. El olfato de Rickard hizo que montara la pelea con Dempsey en el Boyle\’s Thirty Acres, el estadio más grande por esa época. La llegada del francés al puerto de Nueva York tuvo un toque de romanticismo. Su simpatía personal, la sonrisa permanente, una vestimenta de exquisito corte europeo, saludando cordialmente con el rancho de paja en mano, flor en la solapa, lo transformaron en ?El Hombre de la Orquídea?. En su sesión de gimnasia mostró una plasticidad y elegancia poco común. Todo fue filmado. Por primera vez las mujeres se convocaron para ver un combate de boxeo, ¡no!? al glamoroso francés. Como último condimento, Rickard promocionó el enfrentamiento entre un héroe de guerra, contra quien (Dempsey) se había escabullido al llamado a las armas. Fue el combate del millón de dólares (por primera vez se superó esa cifra de taquilla) y también el primer título del mundo transmitido por radio. Nat Fleisher fue su relator. Tuvo mal en el segundo a Dempsey, y en el cuarto cayó vencido ante la potencia de Jack.
Perdió su título ante el senegalés Battling Siki. Cuentan que debía durar hasta el octavo para poder vender la película. Lo tiró y lo perdonó. Después, el retador lo tocó duro, se levantó, pero no pudo reponerse, con el remate llegó el out. Peleó hasta 1927 siendo vencido trabajosamente por Gene Tunney y Tommy Loughram. Fue el más grande boxeador europeo, un gladiador que inscribió su nombre en el Hall de la Fama. Retirado, fue artista de music hall y también se dedicó a la gastronomía. A los 81 años, falleció ?El Hombre de la Orquídea?.
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