En desgarrador relato, la joven recordó los reiterados abusos sufridos por su padrastro
“Me iba con mi mochilita, una botella de agua y dos revistas que habían dejado los testigos de Jehová… con eso salía a caminar solita a que pasen las horas y así tardar lo más posible para regresar a casa…”.
La imagen devino de uno de los tantos párrafos de un relato que lanzó como vómito ante tanta aberración, tanto miedo sufrido por años una niña, hoy mujer -17 años-, que replicó su historia frente al Tribunal en pleno juicio, por los abusos sexuales sufridos por su padrastro.
“Uno aprende a vivir con miedo, a dormir con un ojo abierto. Me acurrucaba en la cama y me retorcía con la frazadas como un gusano para que no me tocara”, contó sollozando, para luego ir recordando a retazos abusos varios de lo que fue un calvario por seis años, hasta que un día, cumplido los 12 “dije basta”, y en medio de un nuevo abuso, dejó de resistir por una vez y logró atarle las manos y los pies en la cama como si fuera un juego sexual consentido, y allí, una vez disipado el riego de reacción del más fuerte, comenzó a pegarle con toda la bronca y así descargar aquella impotencia contenida tras tantos padecimientos y sometimiento.
Audiencia
Se trató -se trata- de un nuevo caso de abuso contra una menor que arribó a juicio oral y público, en el que el Tribunal integrado por los jueces Guillermo Arecha, Carlos Pocorena y Gustavo Echevarría, dio por iniciado a partir de dar lugar a los lineamientos del fiscal Marcos Egusquiza y la defensa oficial, a cargo de Carlos Kolbl, para luego adentrarse en el testimonio principal del caso, la joven víctima, declaración que demandaría toda la mañana hasta el mediodía, para luego seguir por la tarde con el testimonio de la madre y mujer del acusado, quien ubicado estratégicamente en la sala para que no fuera visto por la joven, escuchó inmutable cómo aquella joven que lleva su apellido lo acusaba de reiteradas como aberrantes vejaciones.
El fiscal, primero, se encargaría de adelantar los lineamientos de su acusación, encuadrando los hechos bajo la calificación penal por los abusos sexuales que luego serían descriptos, comprendidos entre 2001 y 2007, desde que la víctima tenía seis años hasta los 12.
El defensor oficial, en tanto, sostendría que los hechos denunciados no existieron y que iba a pugnar por la absolución de su pupilo.
La joven logró explayarse con cruda contundencia y claridad sobre lo vivido y sufrido, afirmando en varias oportunidades ante preguntas de las partes que antes nunca contó nada por miedo, sobre todo por su mamá, sobre quien confió tenía sobre ella sentimientos encontrados, pasando del amor al odio sin más, porque no podía entender que su mamá prefiriera seguir con él antes que protegerla a ella. Aunque luego, a partir de sus propias palabras, se desprendería que nunca antes habló precisamente para “proteger” a esa misma madre que fue sometida a golpes en infinidad de oportunidades, y no sería otra cosa que una víctima más de aquella violencia infernal encarnada de un solo hombre.
De hecho, en varios párrafos de su narración se iba del tema central de debate -los abusos sufridos- para contar cómo ella era testigo de los golpes propinados a su madre, lo que finalmente las llevó a irse de la ciudad y vivir en un pueblo rural de la ciudad, donde en principio creía que “ya está, estábamos salvadas”. Pero no, el padrastro y su madre volverían a reeditar su relación y con ella, se retomarían las agresiones y los abusos.
“Yo lo único que quería era jugar con mis muñecas, y que no le pegara más a mi mamá. Yo era una nena, no tenía nada, no estaba desarrollada (físicamente)”, contó entre llantos y su voz entrecortada. “Me robó la infancia, me cag…la vida”, con crudeza soltó cual rencor acumulado ante la mirada atenta de los magistrados.
La locuacidad de la joven fue varias veces interrumpida por su propia conmoción, especialmente cuando el fiscal buscó que respondiera sobre detalles de los abusos, lo que permitiría luego configurar el delito y el consiguiente pedido de pena.
Una de las tantas escenas de violencia que tuvo que presenciar entre su madre y el padrastro la recordó casi al detalle, reseñando sobre una virulenta escena de una noche en la casa cuando él llegó totalmente borracho y empezó a discutir con la madre, hasta que comenzó a golpearla salvajemente. Allí ella, pequeña, salió corriendo en bombacha por plena avenida y madrugada pidiendo por socorro, hasta que llegó a la casa donde vivía su abuela, cerca de su vivienda.
“Tenía miedo, uno porque le volviera a golpear a mi mamá y el otro, el que me volviera a tocar”, dijo no sin congoja.
Recordaría también que en aquella casa de la abuela era como su refugio, que buscaba por todos los medios quedarse allí para no ir a la casa donde iba a estar el abusador. Pero que ninguno de daba cuenta, no advertían lo que estaba ocurriendo y por eso la obligaban a ir a su casa. Que pasaba buena parte del tiempo en la calle hasta que supiera que su madre llegara, porque con él solo, pasaría la aberración una vez más. Obligándola a bañarse sin que llevara la ropa para cambiarse y cuando salía del baño le arrebataba la toalla y allí empezaba una nueva escena de terror.
A tanto llegó la insoportable situación vivida que en algunas oportunidades -contó- lo distraía con el pretexto de que le enseñara a jugar a las cartas. El abusador, entusiasmado, le enseñaba, y ella se hacía la que no entendía así estiraba las horas para que no pensara en otra cosa. Esa otra cosa era abusar. Así, el hombre se cansaba y le decía que se fuera. Allí la niña lograba zafar y respirar aliviada. Tal vez esa noche podía dormir con los dos ojos bien cerrados.
A preguntas del fiscal sobre el tiempo que eligió realizar la denuncia y si tenía relación con que su hermanita cumplía la misma edad que cuando ella empezó a ser abusada, ella respondió que el padrastro esté en la cárcel ya no le servía en nada, ya que su vida se la había arruinado, pero sí quería proteger a su hermana como a su madre.
Ahora vive en pareja con su novio, que resulta muy sensible y cariñoso, aunque a veces tiene miedo de que ese joven que ama se transforme en aquel monstruo que le ocasionó semejantes trastornos. Todavía a veces, cuando hacen el amor y él instintivamente en un juego realiza alguna maniobra violenta, ella vuelve a aquellos aberrantes recuerdos y grita como si despertara de una pesadilla. Por suerte su novio ya sabe de su historia e intenta comprenderla, y ella se siente agradecida, ya que ahora hay alguien que la quiere bien.
Tras pesadas horas cargadas de un testimonio lleno de angustia, transcurriría la mañana en la sala de debate y se pasaría un cuarto intermedio para escuchar más testimonios que buscarían apuntalar lo dicho por la joven.
Ayer siguió la zaga con más relatos que ayudarán a fiscal y defensor a cerrar sus respectivas hipótesis y así pedir al Tribunal que resuelva penalmente una historia violenta como triste. Tal vez una condena ayude a cerrar alguna de las heridas que han quedado abiertas como grietas de un alma destrozada en un cuerpo abusado.
Este contenido no está abierto a comentarios