En punto muerto
El Papa habló del escándalo de la pobreza en el país de los alimentos y le mojó la oreja a Néstor Kirchner, millonario ex presidente y conductor real de la Argentina en los últimos seis años. Hirió el orgullo y la sensibilidad social del hombre que dice tener ?autoridad moral? para abordar el tema por la lucha que encabezó desde su llegada a la Rosada. Una batalla sui generis en la que los logros de primer turno se esfumaron ante el impresionante despilfarro de recursos públicos.
En lo privado, no. Los K multiplicaron de manera inmoral su fortuna en base a operatorias inexplicables si se tratara de un país con Justicia independiente.
Lo cierto es que el Santo Padre, desde su pedestal, instaló un debate siempre postergado. Kirchner azuzó repetidamente durante el conflicto con el campo con aquello de la redistribución de la riqueza. Elogiable como principio. Pero no llevó ni por aproximación ese discurso a la práctica. Discrecionalidad en la asistencia, ausencia de políticas de inclusión y los viejos vicios de un camino que inexorablemente conduce a la pauperización social, con individuos que lejos de ser ciudadanos se tornan meros rehenes del poder de turno, constituyeron otro capítulo de la farsa actual.
Del otro lado, la visión no es más creíble. Ni por asomo. Que Hugo Luis Biolcati, erguido en su pedestal de la Sociedad Rural Argentina, dé lecciones humanitarias, resulta inverosímil y surge como lo más rancio de un país que no acierta el rumbo.
Más acá, a la vuelta de la esquina, el pago chico también sufre los embates de una crisis que cada vez expulsa a más personas del sistema. El propio secretario de Desarrollo Social, Julio Elichiribehety, lo reconoce a partir de un informe revelador, que obliga a profundizar el abordaje de la problemática. Coincide en que se terminó el tiempo de las miradas livianas, y accede al diálogo con una oposición que recién en las últimas horas cayó en la cuenta de que las elecciones pasaron. Y, para colmo de males, perdió claramente.
El país está en punto muerto. El Gobierno nacional busca ganar tiempo y aire para intentar un reposicionamiento, aunque fuere ficticio, que le permita capear el temporal por el que atraviesa. Ya mostró que no tiene vocación de cambio ni de diálogo, y que las mesas convocadas son sólo una foto patética de la dilación. Lo reforzó, por si quedaba algún desprevenido, con sus estrategias legislativas de los últimos días.
Mientras tanto, en Olivos se sigue jugando a la política. Un picado cada vez más reducido y riesgoso. Porque los que pierden, impotentes, están afuera. Fuera de todo.
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