En un desgarrador relato, joven madre declaró las agresiones de su expareja
Ella irrumpió en la sala de debate dispuesta a contar lo que ya había contado. Una vida signada por la violencia en manos de quien fue su esposo durante 14 años, con quien tuvo dos hijos. Precisamente ese hombre ahora estaba a escasos metros sentado en el banquillo de los acusados. Mínima distancia, menor a la que nunca respetó durante el proceso de separación cuando la Justicia le impuso un régimen de restricción de acercamiento por un sistema que falló a la hora ya no solo de intervenir sino de controlar, desidia que derivó en que ahora se lleve adelante un juicio por intento de homicidio, enmarcado en un caso de violencia de género.
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Ella, Graciela Noemí Da Costa. El, Francisco Samudio. Un matrimonio normal hasta que la violencia se apoderó de una relación enfermiza de parte de un hombre que no soportó el desamor, desconfiando incluso de una infidelidad como pretexto para emprender un acoso y agresividad que casi termina con la vida de un hijo, primero, y la joven madre, después.
El Tribunal, integrado por Pablo Galli, Guillermo Arecha, Gustavo Echeverría, abrió el juicio dando la palabra al fiscal Gustavo Morey y la defensora María Florencia Alaniz, quienes como antesala del debate por venir, trazaron sus lineamientos argumentativos.
Acusación y defensa
Tras describir los hechos a ventilarse (ver recuadro), el fiscal anticipó que con el correr de la audiencias y el comparendo de testimonios, más prueba incorporada por lectura, se iba a probar la responsabilidad penal de los hechos para pedir la condena.
La defensora Alaniz, en tanto, anticipó que no contrariaría la participación de su pupilo en los sucesos, pero que no hubo una intención homicida. Asimismo, daría cuenta de las fallas del sistema para evitar lo ocurrido ya que su defendido no se hallaba con sus plenas facultades, tal lo habían señalado los peritajes que aconsejaban su internación, instancia que no se concretó por obra y gracia de profesionales de Salud Mental del Municipio que desaconsejó el criterio perital e incluso una orden de la mismísima jueza de Familia interviniente.
Ya conocida la estrategia de las partes, se dio lugar al desfile de los testimonios citados para la ocasión, principalmente el de la joven víctima (ver aparte) para luego dar por culminada la jornada hasta mañana, con la promesa de más declaraciones, no descartándose que una vez cerrado el listado de testigos el propio imputado hable frente a los jueces y cuente su verdad.
La pesadilla en primera persona
La sala de audiencias estaba copada de un público ávido por escuchar y seguir el desarrollo de un juicio que cuenta con la particularidad de que se aborde la problemática de la violencia de género, pocas veces hasta aquí desarrollada en el TOC 1. Por eso no solo la presencia de familiares y allegados de víctima y victimario, sino también de dirigentes y actores enrolados en organismos de derechos humanos.
Da Costa protagonizaría un desgarrador relato en el que no escatimó en detalles que dieran credibilidad a sus dichos y la magnitud de los sucesos padecidos. Tampoco esquivó preguntas de las partes que pudieran incomodarla, sobre todo de parte de la defensa, cuando intentó dejar sentado que las órdenes de restricciones no solo lo había incumplido el acusado, sino ella también, posibilitando acercamientos e intercambiando llamados y mensajes de texto.
La densa reseña por aquella pesada historia iba a contar con interrupciones propias del mismo desgarro de la mujer al recordar aquel horror. Primero cuando vio amenazado a su propio hijo, quien fue preso de la ira de su propio padre, tomándolo e inmovilizándolo y apoyándole un cuchillo en el cuello, con la amenaza de matarlo y matarse, si ella, su ex mujer y madre de ese niño, no volvía con él. Por suerte llegó la policía y el hermano del agresor, quienes tras horas de tensas “negociaciones” lograron disuadirlo para que desistiera de aquella terrorífica escena.
Terminó siendo apresado y por orden judicial se ordenó su internación ante el diagnóstico de las peritos que aludieron a un cuadro psicótico por el cual era peligroso para sí y para terceros. Empero aquella directiva judicial (por razones que la razón no entiende) fue desoída por los facultativos del Salud Mental comunal, considerando que no era un cuadro semejante para una internación. Aquella dicotomía científica a la hora de analizar el cuadro psicológico del hombre, terminaría dejándolo en libertad sin más. Hasta que ocurrió el segundo hecho, aún más grave, cuando Samudio estuvo a punto de asesinar a su ex mujer, madre de sus dos hijos.
Da Costa detuvo el relato de aquella historia también cuando las lágrimas y el pecho inflado de angustia acumulada no la dejaban seguir hablando. Pasados unos minutos, retomaría el testimonio con puntos y señales de lo que fue aquella virulenta escena en la que quien fue su pareja la zamarreó, la golpeó, le aplicó puntazos varios, hasta querer asfixiarla con una almohada.
Ni ella aún sabe responder de dónde sacó las fuerzas que ya no tenía tras la paliza que le había propinado. Se lo sacó de encima en medio de la sofocación y pudo reincorporarse, para ver cómo aquel hombre con quien había compartido 14 años de su vida tenía aquellos ojos desorbitados, encendidos de furia hasta cegarlo, como aquella vez cuando privó de la libertad y amenazó con matar a su propio hijo.
Sin más, él huyó por donde vino y ella pudo salir de la casa y ser auxiliada por unos vecinos que salieron ante los gritos de auxilio y toparse con una joven bañada en sangre. Su propia sangre producto de los cortes en el cuello y la oreja que aquel sujeto que corría del lugar le había asestado.
“Aún hoy los chicos tienen miedo. Se fijan y cierran todo con trabajas antes de irse a dormir” por miedo a que él vuelva, supo graficar la madre a la hora de lograr entender las secuelas de la pesadilla vivida.
Claro que el relato tuvo otras instancias. Aquellas que aludieron a los episodios previos a las agresiones ventiladas, sobre el incumplimiento de las restricciones de acercamiento y acoso solapado cotidiano. Capítulos que sumarían a una novela de amor primero y odio después, para cerrar en una cruenta crónica policial.
Transitada buena parte de la mañana con el testimonio de la víctima, llegaría luego el comparendo de los policías como de los vecinos que intervinieron en los respectivos incidentes.
Así también se escuchó al hermano del señalado, quien supo e intervino en aquellos episodios. Igual de consternado que quien fuera su cuñada, hablaría del buen concepto de su hermano, de que sabía de los problemas psicológicos al que fue empujado por el desamor, pero que en Salud Mental no lo quisieron atender e internar.
Claramente trató de favorecer la situación procesal de su hermano y no dudó en poner crisis las actitudes de la mujer a la hora de referir a infidelidades y un presunto “coqueteo”, ya que lo denunciaba y luego volvía con él, lo que descolocaba a propios y extraños. Mirada diametralmente opuesta a lo que se había escuchado de boca de la víctima.
Los hechos
Según reza la acusación, el 17 de noviembre de 2014, Francisco Samudio se hizo presente en el domicilio de calle Casacuberta 2370, donde vivía su expareja Graciela Noemí Da Costa y sus hijos menores de edad, desobedeciendo de tal modo la orden judicial emanada de la causa 11.412 del Tribunal de Familia 1, que con fecha 20 de octubre de 2014 había impuesto su restricción de acercamiento, no obstante lo cual ingresó a dicha casa a través del ventiluz del baño, sin la autorización expresa ni presunta de quien poseía derecho de exclusión -Da Costa-, para una vez allí, mediante la utilización de un cuchillo, tomar a su hijo por la espalda y apoyándole la hoja del cuchillo por debajo del mentón amenazar con matar al menor y quitarse la vida, si el personal policial actuante -presente en el lugar ante el requerimiento efectuado por Da Costa-, no se retiraba del lugar, continuando con sus amenazas diciendo: “Si dan un paso más me mato y lo mato al nene, y Negra entrá, así hablamos”, todo ello mientras mantenía retenido al menor bajo la amenaza de utilizar el arma que portaba.
El segundo
Sobre el segundo suceso, se detalló que entre las 19.30. y las 20 de día 23 de diciembre de 2014, Da Costa concurrió al domicilio de su amiga Alicia Laborde en la calle Ameghino 850, siendo atendida en ese lugar por su expareja Samudio, quien previo indicarle que Laborde no se encontraba en dicho lugar, tomó de los brazos a Da Costa y la introdujo en la vivienda para arrojarla al piso posándose encima, a la vez que la sujetaba de sus manos para luego ello conducirla a una de las habitaciones donde la arrojó sobre una cama de dos plazas, posándose nuevamente encima y tapándole la boca con una de sus manos para impedir que ésta pidiera auxilio, mientras que con la otra mano, en la que portaba un elemento punzo-cortante, y con la finalidad de ultimarla, le lanzó varios golpes sobre cabeza, rostro y cuello que le provocaron heridas punzante varias, para inmediatamente a ello, y siempre con la misma finalidad de quitarle la vida, tomó una almohada, la que colocó sobre el rostro de Da Costa comprimiéndola para lograr su asfixia, no logrando consumar su propósito por razones ajenas a su voluntad.
Calificación legal
A la hora de calificar los hechos el ministerio público, para el primero de los episodios, los valora como “Desobediencia, violación de domicilio y coacción agravada por el uso de armas”, a lo que tras escuchar los testimonios ayer le añadió la “privación ilegal de la libertad” (retuvo al hijo por una dos horas, amenazándolo con un cuchillo).
Ya para el segundo hecho, la calificación legal elegida fue la de “Homicidio agravado por la relación de pareja mantenida con la víctima y por ser perpetrado mediante violencia de género, en grado de tentativa en concurso real con privación ilegal de la libertad agravada”.
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