En el espacio Diagnóstico Médico de Martino
Hernandorena: estética de lo fugaz y ética de la esperanza
A sus casi 40 años, Nicolás Hernandorena sabe que en el arte, como en toda actividad que persiga lo esencial, menos es siempre más. Con un puñado de lápices de colores gastados y una hoja inmaculada, sale a la búsqueda de eso que es esquivo pero que -por suerte- en el camino siempre deja indicios. Indicios que esta vez, mezquinamente, llamaremos cuadros.
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Algunos de ellos estarán expuestos en las salas de Diagnóstico Médico de Martino hasta el 20 de junio, continuando con el proyecto que comparte el centro con Espacio Nido y que permite a los artistas locales un ámbito de alto tránsito para mostrar su obra.
Nicolás nació y creció en Necochea. Luego, vino a Tandil a estudiar al IPAT donde se recibió de profesor de artes visuales. Dejó el mar pero antes empacó sus imágenes. Lo que no dejó en Necochea fue esa pasión inagotable por el arte que supo compensar algunas afecciones de salud. Su infancia estuvo marcada por alergias traicioneras y una preocupante dificultad para llenar de aire los pulmones. No salió a la calle tanto como hubiese querido, pero patas para qué las quiero si tengo alas.
“Costaba respirar los días de humedad y no podía salir. Entonces había una serie de cuidados que me mantenían muy adentro de casa. Por otro lado, utilizaba unos aparatos en las piernas porque tenía que terminar de formarse una parte del fémur, lo que me obligaba a estar mucho tiempo sentado. Tengo muy presente el recuerdo de estar en el piso, rodeado de papeles y de lápices de colores que son los mismos que utilizó hoy. Y recuerdo estar siempre dibujando”, memora.
Lo cierto es que esa relación con el dibujo y los colores no fue el resultado de la resignación. “Yo tengo un recuerdo súper hermoso de mi infancia. Mis problemas de salud los tengo presentes a través de lo que me cuentan mis padres, pero personalmente no tengo un mal recuerdo de ese tiempo. Todo lo contrario. De hecho, los lápices de colores son la herramienta que más utilizo hoy y con la cual más me identifico. Tienen mucho de libertad, de juego, de mamarracho y de todo eso que no borra la equivocación, sino que la conserva como la primera pulsión”, asegura.
De esas limitaciones para trasladarse por el mundo cotidiano tal vez nació su capacidad para moverse en la tercera dimensión: la profundidad.
“Mi pasión y mis relatos en las obras, como dibujante en particular y como artista en general, tienen que ver con la búsqueda de esa profundidad que tiene lo humano: los sentimientos, las emociones y los pensamientos”, explica. “Pero, a su vez, trato de conducir todo eso con una mirada esperanzadora”.
Es cierto, Hernandorena no huye después de sembrar la duda ni se queda en la indagación fútil. Lleva el proceso al siguiente nivel: le da un sentido. En este camino, le suma a la mirada poética una ética de la superación. “Por eso digo que mi trabajo tiene tanto de poético como de resiliente. Tiene que quedar expresada esa fuerza interior con la que es posible sortear adversidades, siempre”, reclama.
¿Pretende un legado ético tanto como estético? Tal vez. Ambos valores se estrechan en sus cuadros como esas figuras de abrazos “klimtianos” y dedos largos, especialmente diseñados para entrelazarse, que cada tanto aparecen en sus cuadros.
De adolescente, su formación fue informal pero no menos intensa. Hizo cursos vía postal. Aprendió sobre dibujos animados y caricaturas. A mitad de secundaria -en una escuela técnica- se dio cuenta de que lo suyo no era la electrónica sino el dibujo y la pintura. Antes que él, se dieron cuenta los docentes que pasaron del reto al estímulo.
Así llegó a la ciudad, al Instituto Provincial de Arte de Tandil. Y de a poco su obra empezó a recorrer los espacios de arte y forjarse una identidad. Hoy es imposible confundirse. Sus criaturas han empezado una vida paralela a la del artista. Y donde vayan, llevarán esa ligereza y fugacidad que las precede.
En su trabajo, la figura humana tiene una presencia muy fuerte. Está en el centro. Domina todo en el cuadro y en el conjunto de obras. “Es parte de esta indagación que me gusta hacer de lo humano, de sus emociones, de su psiquis y de cuestiones filosóficas que lo cruzan. A través de las figuras, se cuentan todas estas indagaciones aunque no siempre sean tan explícitas”, justifica.
Por otro lado, las herramientas elegidas por Hernandorena para salir a la búsqueda de estos elementos son acordes a la tarea. El lápiz y su levedad son sus mejores aliados. “En esto de buscar lo esencial, lo simple y lo genuino, el lápiz es un elemento apropiado por sus mismas características: es liviano, sutil y transparente. Existe hace miles de años y sigue estando vigente pese a las nuevas tecnologías. Evidentemente, no es casual el uso de los lápices de colores en la búsqueda que emprendo en mis trabajos”, añade.
Las obras de Hernandorena que están expuestas en Diagnóstico Médico de Martino son el resultado de una selección, a priori, hecha por el mismo artista. Algunos de estos trabajos tienen varios años; otros fueron terminados hace poco. Pese a ello, comparten un mismo hilo conductor: indagan sobre el estado contemplativo.
Están expuestas en una especie de ronda y por su pequeño o mediano formato requieren de un acercamiento que obliga a intimar. El contexto donde son expuestas potencia esta idea que es parte del concepto curatorial a cargo de las responsables de Espacio Nido: cualquiera puede ser parte de esta ronda, pero para eso hay que acercarse y entrar en el ámbito de las obras.
Tras los muros donde están colgadas las creaciones de Hernandorena, una persona se tiende en una camilla para que le tomen una imagen de su cuerpo. La tecnología permite ver el interior de manera tan nítida como se ve su piel. Son dos mundos que están en permanente contacto aunque no siempre vsea así de evidente para el dueño del cuerpo. Lo vital, generalmente pasa inadvertido. Hernandorena lo sabe y hace de eso su oficio.
Escribe: Juan Perone