Más testigos comprometieron a la acusada por el crimen de “Tchami” Bazán
Ayer se desplegó una nueva audiencia en el TOC 1 por el juicio que ventila los pormenores de una compleja pesquisa en torno al homicidio de Walter “Tchami” Bazán, por el cual están sentados en el banquillo de los acusados quien era su mujer, Gabriela Maldonado, y su hermano Alejandro Lastra.
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Los condimentos de la nueva jornada estuvieron regados de nuevos testimonios que con sus limitaciones intelectuales a cuestas, resquemores, desconfianzas y temores, terminaron de sellar una semblanza de la acusada, a imagen y semejanza de lo que propone el ministerio público.
Desnudando, entonces, a una mujer que detrás de la ya citada imagen aniñada convive un carácter irreverente, violento, capaz de pelearse cara a cara a puños cerrados con el más corpulento de los humanos (Tchami lo era) o empuñando un arma blanca. En definitiva, también capaz de matar, entiende el fiscal.
Algo de esa imagen dejaron entrever, no sin un esforzado interrogatorio, las varias personas que desfilaron ayer a lo largo de la mañana y parte de la tarde, con el comparendo de un testigo que resultó el más contundente y creíble de los testigos, ni más ni menos que Matías Concha, el joven condenado por el crimen de Marito Maciel en las puertas de Sol Disco, homicidio que precisamente fue esclarecido, en buena parte, por la confesión del señalado, derivando en otra condena (Angel Jesús Molina) y otros dos procesamientos.
Otra vez Concha
Es que Matías Concha era amigo de Bazán, vivían en el mismo barrio La Movediza y en la contemporaneidad de lo que luego resultó su desaparición y macabro hallazgo en el arroyo Las Calaveras, trabajaban juntos en la construcción de una vivienda. Es más, lo ayudaba en la terminación de la casa que Bazán había tomado del Plan Federal para vivir con su familia, léase Gabriela Maldonado y su pequeño hijo.
Cual destino de su agitada vida, sería Concha una vez más quien echaría algo de luz a otro homicidio de la ciudad. En esta oportunidad no siendo protagonista directo de una muerte, pero sí aportando elementos necesarios al paladar acusador.
Fuertemente custodiado y esposado, ingresó a la sala para contar lo que sabía, y lo que sabía sería bastante en pos de comprometer a los acusados, fundamentalmente a la hora de circunscribir el asesinato en la propia casa de “Tchami”.
Manchas de sangre en la pared
“En la última semana que lo vi ‘Tchami’ estaba nervioso, con temor, se había peleado con su mujer”, supo recordar el testigo, quien también recordó que le llamó la atención que la última vez que lo vio fue a bordo de su moto y ni siquiera paró a saludarlos, cuando tenían trabajo pendiente.
Así reseñaría luego que ante su faltazo al trabajo (cosa que no acostumbraba) decidieron ir primero con el empleador a pagarle su sueldo y con el primo de Bazán después (ya declaró y coincidió en un todo con lo que ahora expondría el condenado), con quien vieron la casa cerrada, sin nadie habitándola.
Que miraron por una hendija y él vio sangre en la pared que da a la cama matrimonial, que estaba toda desordenada. También observó el piso mojado como recién baldeado.
Al referirse a la relación entre “Tchami” y Maldonado, la describió como violenta, que ella peleaba como un hombre y se agredían mutuamente, detallando sobre el antecedentes de los cortes que había sufrido su amigo y que lo dejaron internado en el Hospital.
A preguntas del Tribunal, también agregó un elemento importante. Refirió que en el pozo del patio vio las ya citadas prendas quemadas, pero con el detalle que él dijo ver restos de la campera que llevaba puesta Bazán el día anterior, subido a la moto, aquel día que no se detuvo.
El comparendo de Matías Concha resultó creíble y si bien, como el resto de los testimonios no puede asegurar ni saber quién mató a “Tchami”, dejó evidencia concreta que hubo algo en la casa y que los rastros hablaban de una fuerte pelea con restos de sangre. Y que Maldonado algo tuvo que ver en eso.
Testigos reticentes
Mucho más dificultoso resultaría el interrogatorio del resto de los testigos de aquellos que también se presentaron como amigos de la víctima, pero que sin embargo poco querían aportar a la hora de despejar dudas y ayudar a esclarecer el asesinato. Al menos así se percibió desde la actitud, la gestualidad como la falta de memoria que, alimentada desde la precariedad intelectual, generaron un combo tedioso a la hora de conocer qué sabían o qué se animaban a contar.
Con el aditamento también de que ahora, frente al Tribunal, se desdecían de lo que habían dicho hace tres años y estaba plasmado en el expediente, aquellas versiones, rumores y comentarios recogidos de boca en boca que hablaban de las fuertes discusiones de pareja, de la violencia que ejercía Maldonado y que se sospechaba ciertamente de ella sobre el paradero incierto de Bazán.
Así, desfilarían Pablo Concha, Rubén “Boquita” Railef y Reynoso, todos conocidos de la pareja y autodefinidos como amigos de “Tchami”.
A pesar de los contratiempos y dificultades que presentaron los desmemoriados testigos, finalmente coincidirían en la mala relación que mantenían y en las sospechas que recayeron de inmediato sobre Maldonado. Todo soltado a regañadientes ante la paciencia de fiscal como de defensa y los propios jueces, que alertaron en varias oportunidades sobre la posibilidad de incurrir en el falso testimonio, alerta que no conmovía los desangelados ánimos de los deponentes.
Bajo aquella misma insistencia interrogativa, sí admitirían sobre las peleas anteriores y los cambios que evidenció la casa una vez desaparecido “Tchami”. Desde el revoque, el mobiliario y la pintura fresca en las paredes del interior.
“¿Cuál es su impresión de lo que sucedió con su amigo?”, preguntó con tono inocente el juez Gustavo Echevarría a “Boquita” Railef, quien en medio de su perturbado comparendo casi balbuceando respondió: “Mi impresión es que ella lo mató”.
La pregunta fastidió al defensor Carlos Kolbl, quien expresó sus reparos a semejante interrogatorio, sobre lo que el Tribunal le aclaró que la pregunta era con espíritu de plena subjetividad y que sería tomado de esa forma a la hora de evaluarlo como prueba.
Con mucho recelo y pocas ganas de inmiscuirse en el esclarecimiento del crimen de parte de quienes en definitiva eran sus amigos, los testigos citados salieron de la sala sin más, cargando sobre sus espaldas los puntos suspensivos sobre lo que verdaderamente sabían y no quisieron decir, y con el acertijo de poder ser considerados, en una eventual sentencia, como falsos testigos.
Un ex novio, la misma violencia
Con la misma inquietante postura de no querer aportar demasiado y no entendiendo el motivo de su presencia, declaró el ex novio de Maldonado, Martín Roquet, quien muy a pesar de él aportaría elementos para cerrar el concepto que el fiscal Marcos Eguzquiza pretendió dejar sentado sobre la acusada.
Es que el testigo debió recordar su pasado con la mujer, con quien no tuvo la mejor de la convivencias a partir de también transitar una violenta relación en la que las agresiones físicas mutuas formaban parte de la rutina de pareja.
Lo que interesaba al ministerio público se trataba de aquel antecedente virulento en su casa, que terminó con él internado en el nosocomio con cortes de un arma punzocortante por todo el cuerpo, además de traumatismos varios producto de una golpiza propinada por “Tchami” Bazán y Gabriela Maldonado.
Sin motivo aparente -relató- se apersonaron a su casa y emprendieron contra su humanidad. Subrayando con especial énfasis que era Bazán el que le provocó los cortes, no Maldonado, dejando entrever cierto respeto, sino temor, por aquella mujer.
Sí finalmente reconoció que era Maldonado la que incitaba a que Bazán le siguiera pegando y asestando cortes, hasta que incluso la escuchó decir que le pedía a “Tchami” que lo trasladara al baño para quitarle la vida.
También con esfuerzo del fiscal, el testigo apeló a su negada memoria para afirmar que supo escuchar lo que decían entre “Tchami” y Maldonado sobre la suerte de éste. “Yo no me animo a matarlo”, decía Bazán. “Pero yo me animo”, recordó que dijo su ex novia.
Bajo el mismo recelo de no querer recordar lo que para él era historia pasada, admitió también que supo que Maldonado, en medio de la golpiza, escribió con sangre de las heridas de él y un carbón en la pared la leyenda “Gabi, la 22”, como arrogándose lo que allí estaba pasando.
El testigo luego detalló cómo logró zafar de la golpiza y cómo llegó casi inconsciente al Hospital, desde donde una vez recibido el alta no tuvo intenciones de iniciar acciones legales por temor a represalias.
Frente a la llamativa intención de querer minimizar aquel asunto, finalmente el fiscal le pudo socavar sobre aquel temperamento. Es que el ex novio golpeado mantenía y mantiene una muy buena relación con Lastra, el otro hombre que estaba sentado en el banquillo de los acusados junto a Maldonado.
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