Mucha modorra en el primer día del año
La ciudad duerme una siesta larga, no hay estrépitos, ni autos que apresurados quieran llegar a ningún lado. La ciudad no quiere despertarse del letargo, de la modorra en que se sumergió después de tanto descorche, música, picnics a la ladera del Parque o de mesas con destrezas gastronómicas en la vereda, fiestas privadas después de las doce y en caso de alguna rencilla, seguramente se hicieron las paces hechas a la hora de brindar porque al año hay que comenzarlo sin rencores. Por lo menos, esa es la idea.
Desde nuestra casa observamos la ciudad callada, quieta, con humo en algunos puntos de la periferia suspendido en el aire, también con modorra. Una injusticia.
Hace calor, no tanto como días atrás donde era casi imposible lanzarse a la calle a las tres de la tarde sin sentir que en cualquier momento uno también podría convertirse en un foco ígneo. Nos lanzamos entones a la calle, el auto rueda despacio sobre el asfalto caliente en dirección al centro sin que hallemos en el camino un alma. Tampoco un kiosco abierto. Los chicos de la playa de estacionamiento bostezan a la sombra de los expendedores de combustible, pero ni un alma.
Llegamos al corazón de la ciudad, Rodríguez y Pinto, el semáforo nos indica detenernos, esperamos un rato hasta que nos damos cuenta que está tildado y sólo pueden pasar los pocos vehículos que vienen por Pinto. Le explicamos a un agente del orden lo que sucede y dice que ya se está solucionando, que pasemos, y arrancamos nuevamente mientras vigila que del otro lado nadie nos empañe el primer día del año.
Seguimos con nuestra búsqueda de un kiosco, vamos por un paquete de galletitas y un agua mineral, pero todo está cerrado, durmiendo esta siesta prolongada del primero de enero.
Los únicos que sabemos que trabajan sin descanso en la periferia de la ciudad sin destajo son los bomberos, en una seguidilla de incendios que aparentemente podrían ser intencionales, los que no les han permitido tan siquiera desearse entre ellos un buen año. Y eso no es justo. Es un delito.
Continuamos nuestro camino y pensamos que antes de dirigirnos a la Redacción podríamos pasar por las maternidades para ver si nació el primer bebé del año. Y así, hacemos una recorrida que termina de modo frustrante ya que parece que el chiquito o la chiquita no han tenido apuro en conocer cómo es el mundo fuera del útero materno. Hasta el cierre de esta edición, no teníamos primer bebé del año, algo que es un clásico.
Seguimos despacio, rodando sobre el asfalto caliente y el silencio de la siesta tandilense del 1 de enero, que continúa hasta casi entrada la noche cuando las Llamadas avisan que hay que levantarse y la gente se agolpa en las veredas de la calle Rodríguez y le pone garra a la fiesta. De pronto terminó el sopor, la somnolencia, ya el mundo se despertó, se duchó y salió a la vida a celebrar con murga y colorido el 1 de enero de 2014.
El único que no quiso darse a conocer fue el primer bebé del año en la ciudad.
Nos dejó con las ganas.
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