Nala y Mariana
Por Marcos Gonzalez
(marcosggonza@gmail.com)
Son más de las seis de la tarde y el domingo se encamina a esa zona de grises y sombras. Zona de bajón.
Vuelvo del ritual de la vuelta al Dique con alguna historia para contar. Pero tendré que postergarla para mañana o alguno de estos días.
El semáforo de Avellaneda y Rodríguez me para. Infinito. El semáforo más largo del mundo. Para colmo no están los pibes haciendo malabares. En su reemplazo, una chica se acerca con un papelito, un panfleto. Bajo la ventanilla por educación y se lo recibo.
A veces me resulta molesto cuando me entregan promociones por la calle. Pero me parecen bastante odiosos los tipos que se niegan a aceptarlos. Los agarro, los meto al bolsillo y de tanto en tanto hago limpieza.
Pero me equivoco, no hay nada para comprar ni vender ni alquilar. Un "me buscan" en letras grandes y la foto de un perro me terminan de aclarar el asunto.
Freno unos metros más adelante. Acá hay una historia para contar. Mínima y entrañable, como suelen ser las historias de quienes no acostumbramos a salir en las revistas ni en televisión.
La relación entre Nala y Mariana se remonta a una década atrás, en Punta Alta. Nala (petisa, negra, patas marrón y blanco, rabona, según la descripción del volante) era la mascota de la familia, pero sobre todo de Mariana. Tanto, que cuando la chica se vino a estudiar veterinaria a Tandil se la trajo.
Desde entonces son compañeras. Y compañeros son los que comparten el pan. O el arroz cuando los días se acercan a fin de mes. O unas buenas hamburguesas y huesos, cuando llega la mensualidad salvadora.
El amor de Mariana por los animales es bien grande. A tal punto que se metió en Mascotandil y en poco tiempo su casa de estudiante -de patio chico y corazón grande- se convirtió en hogar de perros perdidos y caídos en desgracia.
A Nala el asunto no la terminaba de convencer. Por eso, de tanto en tanto pedía salir a la vereda para sentir la libertad, sin que un desorejado sin pedigree -como ella- le tarasconeara la cola o le complicara sus tardes tranquilas de perra madura.
La cuestión pasó en segundos. Un perro que la asustó, una corrida hasta la esquina equivocada, la confusión, el despiste, el extravío.
Desde el 6 de junio, Mariana se quedó sin compañera, y como las mañanas están vacías aunque los otros cuzcos acompañan, y no alcanzan a cubrir la ausencia, no se resigna.
No está sola en la búsqueda. Menos todavía desde que publicó el extravío en facebook. Decenas de almas solidarias le acercaron su voz de aliento y algo más concreto: la plata para engrosar una recompensa que hoy llega a los mil pesos.
Claro que en estas cuestiones, no hay plata que alcance. Pero si sirve para encontrar a Nala, seguro que van a ser suficientes.
El domingo se está haciendo noche y el bajón ya no molesta tanto. Mañana habrá más historias. Ojalá sean de las buenas.
Por cierto: si alguien se encuentra con Nala -negra, petisa, sin el ojo izquierdo y con collar fucsia-, Mariana está esperando en el 156-25954.
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