Necrológicas
MARIA FERNANDA CUVILLIER
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El pasado 18 del corriente se apagó la vida de María Fernanda Cuvillier, y sus seres queridos escribieron en su memoria:
“Papá Dios decidió llevarte con tus pocos 24 años, Seguramente pensó que ya era tiempo que dejaras de sufrir y pudieras respirar.
Supiste alegrarnos los días con tus sonrisas, caprichos que no dejábamos de complacer. Desde niña te fue difícil vivir, pero sabías sacar siempre las cosas buenas, de lo malo que te tocaba transitar.
Sabemos que ahora estás en nuestros corazones, y para tus sobrinos hermosos en la estrella más brillante.
Ahora llegó el tiempo de ser feliz, en el Cielo con tu padre, ahora respirás, bailás, reís, jugás…
Te amamos: tu mamá, hermanas, cuñadas, sobrinos, familias y tías de la vida”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Parque Pradera de Paz.
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PEDRO ELIAS IBARRA
Cuando contaba con 52 años de edad, el pasado lunes 13 del corriente falleció Pedro Elías Ibarra. Sus seres queridos escribieron en su memoria:
“Extrañaremos tu presencia en todo momento, verte correr como lo hacías hace tantos años, juntarnos para comer tus asados, poner paños fríos sobre situaciones importantes. Tu recorcholis en vez de decir una mala palabra y tantas cosas más que nos dejaste. Salir a socorrer a un hermano, dar una mano a un amigo. Te vamos a extrañar: tus hermanos Cacho, Graciela, Oscar, Lili, Hugo, Fabián, Martín, Carlitos, Tati, tus cuñados y cuñadas, sobrinos y amigos”.
“Viejito querido, todavía no podemos creer que ya no estás, a todos lados que miramos te vemos y siempre vas a estar ahí, acompañando nuestros pasos y cuidándonos como siempre. Sólo deseamos que descanses en paz. Buscando el motivo de tu partida y lo único que se nos ocurre es que el Señor precisaba un ángel a su lado.
Te vamos a extrañar siempre, nos quedan recuerdos y momentos compartidos muy lindos, siempre caminaste derecho, así que para vos sólo se puede desear el Cielo. Tu esposa, hijos y nietos”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
DELIA IVONNE MARIANI de MOLINA
Luego de soportar los procesos de un segundo cáncer que no logró resistir, en la madrugada del pasado domingo 12 del corriente falleció Delia Ivonne Mariani de Molina, que contaba con 82 años de edad.
Delia nació el 8 de octubre de 1932 en Capital Federal; fue una mujer entusiasta, quien a lo largo de su vida participó voluntariamente en defensa de lo que consideraba mejor para las personas. Con muy buenas intenciones intentó interpretarse ella e interpretar a los demás.
Luego de concluir sus estudios secundarios comenzó su Facultad de Medicina en la Capital Federal. Debido a un viaje a Tandil, a casa de su tío, su carrera se vio afectada por una situación que la sorprendió inesperadamente. Delia conoció al amor de su vida, por quien decidió dejarlo todo e irse a vivir al campo. Junto a Ramón Lázaro “Yeye” Molina conformó su familia en la campo El Marlito, cerca de Iraola, con tres hijas: Alicia, Leonor y Marina.
Luego se vinieron a vivir a la ciudad para brindarles una buena educación a sus hijas; más tarde se relacionó con el Centro Tradicionalista Tandil, donde entabló una gran amistad con una mujer sabia por naturaleza: Laura Pelufo, donde a través del folclore sus hijas aprendieron tanto el baile como la cultura del propio lugar de origen y latinoamericano.
Sus últimos años pasaron rodeada del cariño de sus nietos y bisnietos.
Sus restos, previo velatorio, recibieron cremación en el cementerio de Dolores.
ANGELICA YOLANDA MONTENEGRO de AGUILERA
“Angélica nació en Tandil el 18 de junio de 1941; concurrió a la escuela N° 5; luego trabajó en el campo, conformando su familia junto a Angel Salvador Aguilera y tuvo dos hijos: Claudia y Diego, que se sumaron a su hijo Marcelo.
Su existencia transcurrió en el campo, en la zona de El Gallo; años más tarde se trasladó a la ciudad donde realizó trabajos en casas de familia, hasta alcanzar su merecida jubilación.
Estuvo rodeada del cariño de sus nietos: Carolina, Juan, Mariana, Cristian, Enzo, Diego, Morena, Lucila y su bisnieto Valentino.
Después de recuperarse dos veces de una cruel enfermedad, ya no tenía fuerzas para seguir luchando.
Mamá: siempre fuiste una luchadora, pero ya no soportabas más tanto dolor y te fuiste y nos dejaste un vacío enorme, pero la tranquilidad de que te acompañamos hasta tu último minuto. ¡Estarás siempre en nuestros corazones!”.
SEBASTIAN MARCIAL SEGUEL LINCO
“Tras soportar los procesos de una prolongada dolencia, el pasado lunes 13 del corriente falleció en nuestra ciudad Sebastián Marcial Seguel Linco, un querido hombre que contaba con 82 años de edad.
Sebastián nació el 20 de enero de 1932 en Perkenco (Chile); estuvo casado con Margarita Figueroa y fruto de ese amor nacieron sus cuatro hijos: Carlos, Patricio, Stella y Walter; que luego fueron sumando a sus hijos políticos: Alejandra, Zulma y Rubén; sus nietos: Angelina, Cintia, Carla, Daiana, Sebastián, Daniel, Braian, Enzo, Valentina y Nadia; sus nietos políticos: Oscar, Miguel y Javier; sus bisnietos: Kevin, Francisco, Candela y Victoria que iluminaron los últimos años de su vida.
Se destacó por ser un hombre trabajador, le gustaba mucho hacer tareas hogareñas y le apasionaba hacer asados lo domingos junto a sus familiares, que van a extrañar sus ricos asaditos”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
Pedro, el de los cuentos
-Ayer se murió Pedro, le dice una señora a otra en la fila del Banelco.
-¿Qué Pedro?
-Pedro, che; Pedro, el de los cuentos.
Fue el martes pasado cuando se despidió en nuestra ciudad a Rodolfo Oscar Pedro –el Turco Pedro–, humorista de cuento ágil que hizo reír a muchos en mesas de café y en varios escenarios prestigiosos.
Quizá lo que más caracterizó el estilo del Turco fue la seriedad, su gesto implacable mientras contaba el chiste, el cuento desopilante. Manejaba bien los tiempos en el escenario, decidía en décimas de segundo encimar un cuento sobre otro hasta lograr la explosión de risa en su público. Después le daba tiempo a la carcajada contagiosa y nuevamente el arsenal de chistes de gallegos, árabes, judíos y cordobeses. Muy buen imitador de dialectos y conocedor de historias que le permitían inventar cuentos casi caricaturescos de distintos estereotipos sociales. Tandil lo conoció bien y supo reír con él. La etapa de esplendor del Turco Pedro fue en la década del 90, aunque hasta sus últimos días recreó la realidad con algún cuento rápido que nos hacía distraer –de su enfermedad– a quienes estábamos cerca.
A mediados de los 90 llenó salas porteñas, aunque su parada obligatoria –con el público que lo esperaba fiel, viernes tras viernes– fue en el conocido bar La Dama de Bollini, donde más de cien personas terminaban literalmente llorando de la risa. También en esa época fueron sus espectáculos en Bariloche, en hoteles de las cataratas del Iguazú y en Córdoba, donde entabló amistad con el humorista Hugo Omar Cativa, más conocido como El Sapo, y con quien compartió escenario.
En Tandil, el Turco se sentía como en su casa en la confitería Dionisios y en la discoteca La Traba, recodos de noches y boliches en el recuerdo de muchos. Este es parte del recorrido del Turco Pedro en el camino de la risa de su público: el Turco profesional, el que recreaba sus funciones con una gorra de gallego –y parecía un gallego- y un segundo después, unos anteojos en la punta de su nariz lo pintaban como la caricatura de un judío ortodoxo. Del mismo modo imitaba al santiagueño, al cordobés y al tucumano con soltura provinciana; y a sus anécdotas, siempre originales, les ponía la impronta de algo que recién le habían contado. Lo cierto es que en sus fueros íntimos sabía bien lo mucho que había estudiado sus chistes, su mímica, las coleadas en la voz para identificarse con tal o cual colectividad y asegurar el verosímil. Quizá por todo esto fue acreedor de muchos aplausos, risas y carcajadas.
Volviendo al principio, a la fila del Banelco, a cuando una señora que estaba delante de mí le dice a otra:
-Se murió Pedro
-¿Qué Pedro?
– Pedro, che; Pedro, el de los cuentos.
En ese instante bajé la cabeza, me puse unos anteojos oscuros y repetí en voz baja “Se murió Pedro, el de los cuentos”. Se murió Pedro, mi papá.
Por María Gabriela Pedro
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