Necrológicas
ANGEL MAFFEZZOLI
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Con muestras de pesar y tristeza fue recibida la noticia del fallecimiento de Angel Maffezzoli, un querido y respetado hombre que contaba con 90 años de edad.
Angel nació en Cerro Leones el 14 de diciembre de 1924, donde transcurrió su infancia. Trabajó diez años en la Escuela Granja; desarrolló su pasión deportiva integrando el seleccionado tandilense de fútbol, fue campeón con el club Figueroa en 1947 y se desempeñó como vicepresidente del Club La Movediza.
En 1949 contrajo matrimonio con Blanca Ghironi, se trasladaron a Necochea por cuestiones laborales y es allí donde nació su primer hijo: Jorge; dos años después en su retorno a Tandil, nació su segundo hijo: Juan Carlos, y comienza un emprendimiento de venta de gas envasado, actividad que continuaron sus hijos.
En 1974 inició su actividad minera, en la cual ya había tenido experiencia previa (oficio de sus ancestros) y que lo acompañaría hasta el día de su jubilación y más, ya que era su pasión, al igual que la pesca, el bandoneón y el fútbol. Su nieto Enzo continúa actualmente con su legado de la piedra.
Su prioridad en la vida fueron su familia y sus amistades. Gran esposo, padre, abuelo de sus seis nietos: Enzo, Andrea, Romina, Angélica, Paula y Laura.
Tuvo la alegría de poder disfrutar de sus trece bisnietos: Yessica, Guadalupe, Franco, Gina, Mercedes, Morena, Petra, Nino, Juan Martín, Valentino, Mía, Angel y Bautista. “Fue un ejemplo de vida, del cual nos sentimos inmensamente orgullosos”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron cremación en el Crematorio de Dolores.
GABRIEL MARIANO ROMAY
“Dice la canción: te recuerdo feliz, con poquito así, no hacía ni tanto ya que te reías de ti. Baja a la tierra, que no es tan terrible vivir aquí…”.
Nuestro adorado Gato, ¿cómo escribir sobre tu pérdida? ¿Cómo explicar lo inesperado?
Mejor recordarte con la ocurrencia justa, con la palabra de aliento, con el mate siempre listo en tu mano tendida. Ocupado en tus pasiones: los caballos, la música, la libertad y preocupado por tus amores: tus hijas y yo.
Así te recordaremos: arriesgado, temperamental, luchador, apasionado, intimo… así, así, así siempre… hasta el reencuentro”.
Colo, Ignacia, María.
Sus restos, previo velatorio, recibieron cremación en el Crematorio de Dolores.
GUSTAVO JUAN ELIAS GENTILE
Tras soportar los procesos de una cruel dolencia, el pasado miércoles 13 del corriente dejó de existir Gustavo Juan Elías Gentile, un querido y respetado profesional de la medicina que contaba con 57 años de edad.
Gustavo nació el 19 de agosto de 1957, en el Sanatorio Tandil, institución del que luego fue su director hasta sus últimos días y testigo de su pronta partida. Su papá, el doctor Jorge Héctor Gentile (f), que era gastroenterólogo, le transmitió el amor y admiración por la medicina, al igual que su tío Carlos Gentile. Su mamá Elsa Verón crió a siete hijos, y Gustavo fue el tercer varón y el tercer médico de los cuatro hermanos que eligieron la misma profesión.
Concurrió al Jardín de Infantes N°1 y después cursó el primer grado inferior a pocos metros de allí, en el
Colegio San José. Muy temprano sintió el llamado de su profesión y ya en la primaria les decía a sus amigos y maestros que iba a ser médico.
Médico clínico de miles de tandilenses de distintas generaciones, aquellos que lo conocieron en profundidad hoy lamentan que la ciudad haya perdido a un hombre con total apego a la ética, brillante y muy humano.
El 20 de febrero de 1988 se casó con Victoria Elissondo, formando una hermosa familia a la que llegaron sus tres hijas: Dolores, Julia y Victoria, quienes lamentan profundamente su partida de este mundo.
También tuvo una intensa vida social, participando de instituciones como el Círculo Médico, el Club de Leones y la Cámara Empresaria; además de impulsar un proyecto donde dejó su impronta, en la refundación del centro de ex alumnos del Colegio San José.
Gustavo era hincha fanático de River, encontraba placer en la lectura sobre política y amaba profundamente el tango, sobre todo las canciones de Carlos Gardel, y las interpretaba muy bien.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el cementerio parque Pradera de Paz.
ELBA ALICIA BEGBEDER DE LLERA
Cuando contaba con 80 años de edad, el pasado viernes 4 de abril se apagó la vida de Elba Alicia Begbeder de Llera, causando dolor y tristeza entre sus familiares y amistades.
Elba nació en Tandil el 4 de diciembre de 1935: Conformó su hogar junto a César Omar Llera (f), dando fruto a su único hijo: Sergio Llera.
Desde muy joven se desempeñó como empleada en la antigua y gran conocida Casa Epa. Vivía rodeada del cariño de su familia y nietos.
Sus seres queridos piden a Dios que su alma descanse en paz.
“Los que siempre te amaron y amarán… te recordarán por siempre”. Tus nietos: Romi. Facu, Mari, Pao, Yesi, Belén, Rocía y bisnietos.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
LUIS ALBERTO MARTINEZ
Mientras se encontraba de visita junto a su esposa, el pasado lunes 4 del corriente falleció en esta ciudad, el arquitecto Luis Alberto Martínez, oriundo de Córdoba, donde tuvo una extensa trayectoria profesional.
Luis cursó sus estudios secundarios en el Colegio Monserrat y los universitarios en la Universidad Nacional, ambos de la capital cordobesa.
La familia tenía una fuerte y antigua amistad con los propietarios del hotel Hostal de las Sierras, a quienes visitaban asiduamente.
Su corazón dejó de latir, causando estupor y profundo pesar en sus amigos y familiares.
EDGARDO JOSE ERRANDOSORO
El pasado martes 12 del corriente, a los 82 años de edad, falleció Edgardo José Errandosoro, causando dolor y tristeza entre sus familiares y amistades.
Edgardo nació en esta ciudad el 27 de noviembre de 1932, desempeñando su actividad laboral en la estancia La Calandria.
Estaba casado con Clotilde Elvira Ondicol (f) y tuvieron dos hijos: Oscar Edgardo y Susana Mabel,
quienes les dieron siete nietos y diez bisnietos.
Tiempo después se radicó en esta ciudad, instalando el Bar “La Pastora”, en Villa Italia, atendiendo a su clientela durante 48 años.
“Te despedimos con cariño y amor, tus hijos, hijos políticos, nietos y bisnietos”.
Dedicatoria:
“Querido Abuelo: dejaste un gran vacío y dolor con tu partida; fuiste un gran hombre, el cual te voy a extrañar muchísimo, porque eras el abuelito intocable, el que me peleaba siempre, el que me retaba por todo, ¡cuánto extraño todo!
Recuerdo el día que te di la noticia de que ibas a tener otro nietito, tus ojitos brillaban con lágrimas y me dijiste felicitaciones, otro más en la familia. Hoy estoy dolida porque no llegaste a conocerla, pero se que vos sos su ángel y que desde allá arriba vas a estar en todo momento.
Te amamos Abuelo, fuiste un gran padre y sobre todo un gran abuelo, siempre vas a estar presente en nuestros corazones, pensamientos y recuerdos.
Allá oíste a los ángeles pronunciar tu nombre, acá la canción que habla de vos. Nadie sabe porqué un día en la vida todos tienen que partir, aunque nadie sabe hacia donde, aunque nadie quiera dejarte partir. ¡te extrañaremos por siempre!”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
RAUL OSCAR FISCINA
Cuando cumplía 84 años, el pasado viernes 8 de mayo falleció Raúl Oscar Fiscina, quien es autor de este relato autobiográfico, titulado: “Por el sudeste bonaerense”.
“Sí, pibe aún, uno se iniciaba en el trabajo como peón de mano, allá por la zona del Mechongué, entre Lobería y Miramar. Huérfano y criado por otros, tuve poca escuela, apenas un segundo grado; exigencias y trato duro como para hacerse hombre desde niño.
Un ayudante de peón ordeña las vacas, hacha leña, da de comer a las gallinas… es un caballerizo, ése que trae los caballos que andan sueltos por el campo.
Así fui creciendo bajo mi patrón Domingo Giuliani, unas dos mil hectáreas tenía: él daba las órdenes y cuidaba su cumplimiento.
Corrían los años cuarenta y en ese campo éramos unos seis peones, gentes de la zona viviendo en unas piezas para cuatro personas, una matera y un fogón, donde alguno cantaba de noche con la guitarra.
Ahí nos traía la comida la sirvienta del chalé, en sus horarios: a las once y a las siete (según las estaciones del año). Nos preparaba asado al horno, guiso, estofado, puchero y el domingo tallarines. Se trabajaba de sol a sol aunque nos levantábamos de noche, con unos mates en la panza y a salir al campo. Sobre las siete y media venían un café y el almuerzo chico.
Sí, de muchacho debía recoger la papa y a tirar la maleta: se ata a la cintura una cincha de lona con dos ganchos, la bolsa entre las piernas y a manotear la papa que la máquina antes escarbaba, dejándola a flor de la tierra. Recoger hasta llenar la bolsa… todo a fuerza de espalda y cintura. Y así por varias horas por día.
Sí, después estaba la esquila; el esquilador afeita la oveja con la máquina de empeine y el vellonador la encierra y comprime en cubos de unos tres kilos y medio por oveja. En lienzos compacta unos cincuenta vellones, todos envueltos en lona, pesando más de cien kilos. Tan pesados eran que debíamos levantarlos entre cuatro o cinco personas: cada uno en una punta y uno al medio presionando con la cabeza y a apilarlos en el galpón. Ahí se acopiaban y el patrón los vendía cada cuatro o cinco años, cuando hacía buen stock. La lana no se estropea con el tiempo, es noble, perdura saludable por su misma grasitud.
Sí, otras estancias me requirieron por trabajo: “El Recreo” de Don Otto Bemberg (padre de María Luisa que hacía cine y pasaba los veranos allí)… tenía siete mil hectáreas. También “San Narciso” de María Irene Martínez de Hoz de Gutiérrez Casares (así quería que la llamáramos) de tres mil ochocientas hectáreas.
Sí, en los años sesenta fui encargado de los campos de Don Otto y me quedé por veinte años… era el responsable de mandar a la gente en los trabajos con la hacienda. Un mayordomo llevaba los libros, administraba para el patrón que vivía en Buenos Aires. Yo me ocupaba de marcar los vacunos en la nalga, señalar con un corte en la oreja, castrar terneros, caravañar (colocar un aro de color en la oreja, según el mes de nacimiento), apartar tropas de novillos en un corral o plazoleta seleccionando los más gordos para cargar en el camión a Liniers.
Más de veinte años con los Aberdeen Angus negros, cruzados con los Shorton colorados, para lograr mejores carnes en sus crías.
Sí, en aquellos años los toros Shorton se criaban a campo, no en cabañas cerradas como ahora.
En octubre a encerrar las manadas de yeguas criollas, echarles el padrillo para tener cría el año próximo… marcarlas, castrar a los potrillos, inyecciones para parásitos…
Las vacas llevaban un collar con cadena de chapa de aluminio, de unos diez centímetros, con un número identificador. Y a su cría se le ponía el mismo número y color, indicando macho o hembra. Todo registrado en planillas por el administrador. De la mezcla de Angus y Shorton nacían rosillos (colorado y blanco) o negros. Al destete debían coincidir los datos de color y número, todo evaluado desde Buenos Aires.
Sí, cuando los terneros crecían eran separados de la madre sobre el año, llevados a un potrero aparte, preparándose la madre para otra parición. Las hembras rendían un hijo por año, durante diez años, más o menos. Podían llevarse a otras estancias y relacionarse con otros toros. Revisábamos los dientes para ver su capacidad de alimentarse, si eran útiles para reproductoras (sino se las vendía para consumo).
Sí, estoy en desacuerdo que hoy se vendan las terneras como carnes de exportación… se pierde así el número de vientres, se reducen las reproductoras… Debieran comerse sólo los machos y las vacas viejas.
Sí, había tambo manual pero lo hacía un solo hombre, unas diez vacas diarias, para consumo de la estancia (fíjese que el campo tenía unos tres mil setecientos vacunos). El tambero también daba su ración a los toros.
Sí, debíamos hacer tacto para ver los embarazos; si la vaca tenía algún defecto iba para la venta y el consumo.
Sí, había jerarquías dentro del trabajo: patrón, mayordomo, encargado, peones (puesteros y mensuales), cada uno con su tarea. Yo recibía órdenes y transmitía pero hacíamos los arreos juntos y compartíamos los quehaceres: vacunar, los baños en las piletas, proveer el agua, los remedios. El veterinario venía desde Buenos Aires en octubre y mayo para hacer tactos y detectar crías. El resto del año hacíamos nosotros de veterinarios.
Sí, también andaba a caballo, me ocupaba de arreglos con mi bolsa de herramientas: reparar molinos, tranqueras, alambrados, mangas, bebederos. La estancia tenía herrería y fragua donde fundían la marca (en lo de Bemberg era con dos B enfrentadas…)
Sí, hice familia, me daban una casa de encargado. Las mujeres en la casa, en tareas del hogar y a la escuela. Al hijo varón lo formé a mi lado y hoy maneja campos de la zona.
Sí, en años mayores quise venirme al pueblo, tras las hijas mujeres que deseaban estudiar, trabajar y noviar. Hoy cuido una quinta y sigo ligado a la tierra, los árboles, los animales domésticos… con mi disciplina, de sol a sol”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
ENRIQUE PEDRO VIOLA
“El pasado domingo 10 del corriente falleció Enrique Pedro Viola, una querida y respetada persona que contaba con 92 años de edad.
Enrique nació en esta ciudad, integrando una familia de inmigrantes italianos; cursó sus estudios en la Escuela N° 1 y se recibió de maestro en la Escuela Normal Mixta.
Su vocación por volar, en 1941 decidió inscribirse en la Escuela de Aviación del Ejército y más tarde en la Escuela de Aviación Militar de la Fuerza Aérea Argentina.
En 1947 recibió su título de alférez y se casó con Irene Angela Actis, también tandilense y tuvieron tres hijos: César Enrique, María del Carmen y Carlos Alberto.
Debido a su profesión vivió en diferentes ciudades, como Mendoza, Córdoba, Tandil, San Luis y Capital Federal.
A través de los años y merced a su impecable carrera, fue ascendiendo de grado hasta retirarse en 1972 como brigadier. Pero allí no terminó su actividad, pues se desempeñó como juez de Instrucción Militar desde 1973 hasta su retiro definitivo en 1994.
Los años y los afectos, determinaron que el matrimonio regresara a esta ciudad en 1997, donde continuaron con su filosofía de vida que llevaron en todos sus años juntos: compañerismo, amistades, humildad y servicio al prójimo. Así fue que en 2011 Irene partió y dejó solo a Enrique, que no sólo tuvo que soportar el dolor de esa perdida, sino que dos años después, dos de sus hijos se fueron a reunirse con ella.
Hombre de palabra y honor, lleno de valores que supo transmitir a quienes tuvo cerca, rutinario, deportista, ordenado en su vida, cristiano, generoso, atento social, caballero, hombre de fe, esposo dedicado, buen padre, abuelo cariñoso, bisabuelo orgulloso. Llevó una larga vida, y quienes lo acompañamos nos da el orgullo de haberlo conocido y la gratificación de haber tenido su ejemplo de vida entre nosotros.
Hoy el Cielo se viste de fiesta, recibe a un gran entre los grandes. (Gracias, Fer)”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el cementerio parque Pradera de Paz.
JOSE FELIPE MAYORA
El pasado miércoles 13 del corriente se apagó la vida de José Felipe Mayora, un excelente padre y mejor abuelo que contaba con 68 años de edad, muy querido y respetado por sus familiares y amigos.
Fue una buena persona, siempre alegrando la vida de quienes lo rodeaban con sus anécdotas y chistes. Alguien con quien siempre se podía contar.
“Tu esposa Susana; tus hijos Valeria, José y Juan Carlos; Tu yerno Marcos y tus nueras Verónica y Josefina te van a llevar siempre en el corazón y sobre todo tus nietos Mateo, Matías. Maximiliano y Valentino, con quienes siempre jugabas y a quienes siempre alegrabas, te van a llevar en el alma como su ángel de la guarda”.
Sus restos, previo velatorio, recibieron inhumación en el Cementerio Municipal.
Dedicatoria:
“Fuiste el mejor padre que se puede tener, un gran compañero y compinche en la vida.
Te vamos a extrañar por siempre: tus hijos y tus nietos, quienes esperan que estés con Jesús en el Cielo”
MARIO LUIS MAIARU
“Se fue nuestro querido Pochito, un 18 de mayo de 2015…
Sobre su historia se pueden decir muchas cosas. Nació un 15 de agosto de 1931 en su querida ciudad de Tandil, era hijo de Salvatore Maiarú y Filomena Mingrone y el menor de siete hermanos: Azunta, Elena, Chola, Piba, Perico y Nardo.
El 12 de junio de 1954 se casó con el amor de su vida: ‘Beba’, Hilda Josefa Víctor, con quien compartió sesenta años de amor incondicional. Formaron una gran familia, tuvieron cuatro hijos (Puny, Daniel, Claudia y Martín), catorce nietos y un bisnieto. Una gran familia en la que nunca faltaron las razones para festejar, reunirse, charlar y comer un rico asado (o las pastas de Bebita).
Sus ocupaciones fueron varias pero en su corazón siempre hubo música. Comenzó su carrera de músico con sólo doce años, y formó parte de la Banda Municipal por más de 50 años. Fue un músico de alma, de un talento indescriptible, por el que fue reconocido y respetado siempre. Dejó su impronta en colegas y alumnos del Conservatorio de Música ‘Isaías Orbe’, en donde fue profesor de saxofón y clarinete por más de veinte años.
Su historia está llena de alegría y momentos felices. Contagió en su entorno los principios de lealtad, confianza, humildad, sencillez y amor a la familia. Dejó su sello en todos nosotros para siempre.
¡Hasta pronto Pochito querido! Esta vez te toca cuidarnos desde el cielo. ¡Tu sonrisa nos acompañará siempre!
Te queremos y vamos a extrañar mucho. ¡Estarás siempre en nuestros recuerdos!”.
Tu esposa, hijos, nietos y bisnietos.
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