Necrológicas
JORGE AMERICO FALCON
El 29 de octubre se produjo el fallecimiento de Jorge Américo Falcón, quien había nacido el 19 de octubre de 1954 en Coronel Vidal, lugar donde cumplía funciones de ferroviario su padre.
De muy chico se trasladó a Tandil, donde con el correr del tiempo contrajo enlace con Teresa Noemí Iriart. Tuvo dos hijas: Soledad y Milagros, quienes le dieron sus hijos políticos Hugo Jaimon y Facundo Fittipaldi. Integran también la familia su madre, María Josefa Martiren y sus tías, Ana Julia (“Pichona”) y Teresa.
Jorge Américo Falcón se desempeñaba como mecánico en Estación López.
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Dedicatoria
“Querido Papi:
Jamás imaginé estar escribiendo palabras como estas, en medio de tu inesperada partida.
Muchas son las preguntas y los interrogantes que hoy nos dan vueltas por nuestra cabeza para intentar buscar una explicación de por qué decidiste dejarnos. Dejarnos tan tristes, tan desoladas, tan solas, sin poder comprender.
A pesar de ese dolor tan grande, logramos recordarte en miles de momentos bellos que nos vienen a la mente, al alma, tanto a nosotras como a quienes te conocían y aprendieron a quererte.
Siempre fuiste tan correcto, amable, respetuoso, con algún chiste o comentario que nos quitara alguna sonrisa.
Un grande! Siempre solidario y dispuesto a ayudar o socorrer a quien lo necesite.
Tu sabiduría e inteligencia era tal que siempre estabas dispuesto a compartirla y enseñarla a todo aquel que quisiera saber.
Yo aprendí de vos mucho de todo lo que soy: tus valores, tu franqueza, tu honestidad… sin miedo a nada, como vos.
Fui tu primera hija y como tal siempre estuve tras de ti, aprendiendo tus enseñanzas desde chiquita, como cuando me iba al galpón a ayudarte. Me siento orgullosa de saber resolver muchas cosas gracias a vos, ´hija de mecánico´.
Y también Mili, tu segunda hija, hoy lamenta junto a mi tu partida, a quien hasta hoy en día consentías y mimabas por ser tu chiquita.
Fuiste, sos y serás –como piensa más de una persona que aprendió a quererte, respetarte y como nosotras a amarte- un tipazo que desde hace unos días nos brilla y nos cuida desde una estrella del cielo.
Te amamos por siempre: tus hijas Sole y Mili”.
ENRIQUE LAUREANO GARCIA “QUICO”
“El 22 de octubre, a los 85 años, Quico se fue a la Casa de Dios, a reencontrarse con su amor, ‘Chiquita’.
Fue un orgullo para nosotras. Vivió en ‘La Pascuala’ con sus padres como tambero. Por las noches estudió, a la luz de una vela, y a distancia, porque siempre fue un adelantado.
Se recibió de técnico electrónico, armo su primera radio a batería.
Se casó con Emilse E. Guevara (f) y tuvo tres hijas.
Vino a la ciudad de Tandil buscando una mejor calidad de vida para su familia.
Su primer negocio se llamó ‘Henry Radio’. Más tarde colocó la primera antena de televisión, aquellas con torres de 10 metros y más.
Militó en política afiliado al Partido Justicialista.
Jugó fútbol en La Vasconia y fue su director técnico; también en el club Independiente y como veterano -saliendo campeones- en Paso del Portillo.
A los 55 años asistió a la Escuela Municipal de Música a estudiar bandoneón, siendo el alumno más grande. Formó parte del Conjunto de Bandoneones. como primer bandoneón y director interino con Cicopiedi, Colombo, Sánchez, Ferrari, Dimeglio y Subelza.
Participó en los Juegos Bonaerenses llevando sus tanguitos.
Vivió protagonizando todo el adelanto que ocurrió en el mundo: desde la vela en su estudio al hombre en la Luna, desde su primera radio a la televisión en colores y más tarde la computadora, la que manejaba naturalmente.
Tan inteligente y sabio, dejaba encantado a quien lo conociera. Consejero de sus hijas y luego con sus cinco nietos, disfrutó de sus cuatro bisnietos.
Oí decir por ahí que: ‘los abuelos nunca mueren, solo se vuelven invisibles’.
ABEL R. FERNANDEZ
“Escribir sobre Abel Fernández es sentir que a uno le va a resultar difícil resumir lo que en realidad se siente cuando tiene que expresarlo.
Abel nació en Tandil el 14 de marzo de 1928. Era hijo de Juan Alfredo Fernández (Vázquez) y de Antonia Amalia Staiessi (Castelli).
Fue el mayor de cinco hermanos, Amelia, Elda, José y Pilar.
Su infancia y adolescencia fue muy feliz e instructiva, junto a su linda familia, llena de historias interesantes en el campo, siendo un placer escucharlas relatadas por él.
A partir de los 14 años se fue haciendo, madurando solo, en las estancias, al lado de gente muy criolla, aprendiendo junto a ella todos los secretos de las tareas rurales. A estas últimas ya las conocía, porque siempre había dependido de la enseñanza y de la autoridad paterna, en tiempos en que a mayor afecto del padre por el hijo, correspondía una educación más prolija e inflexible.
En tal sentido, una vez finalizada la etapa escolar, “lo llevaría de la mano” a estudiar y recibirse en “Teneduría de Libros”, en lo de Buscarini (frente al Colegio San José, por calle Maipú), título que siempre agradecería a su padre. Le sería de mucha utilidad en su futuro.
En 1947 dicho padre, Alfredo, lo emplea en un importante comercio de nuestro agro, “Casa Pantusa”, establecida en cercanías de “La Numancia”.
Una vez culminado el Servicio Militar Obligatorio, en Campo de Mayo (Buenos Aires), comienza a dedicarse de lleno a lo que ya se venía preparando y, más le gustaba: el campo. Lo haría durante más de tres décadas como encargado de estancias grandes, con rodeos de más de veinte mil cabezas. Épocas en que a don Abel le sobrada autoridad para mandar en cuanto le sobraba, también, responsabilidad para cumplir. Nunca se permitió un respiro en sus obligaciones porque era un trabajador incansable, de una honestidad sin límites; muy solidario! Sabía organizar buenos grupos de labor, que todo funcionase bien, las personas, la producción. Era un hombre muy respetado y, de palabra.
Abel Fernández, un verdadero criollo. Sabía hacer de todo, fabricar una tranquera, hacer un alambrado, preocuparse por los sembrados, la lluvia, el granizo, la sequía, trabajar en hacienda en la manga o, practicar la yerra, a campo abierto, enlazando o pialando vacunos o potros salvajes; entablar hermosas tropillas, desfilar de a caballo para alguna fecha patria o Día de la Tradición en la Agrupación Tradicionalista “José Hernández”. Emocionaba verlo: engalanado el “pingo” y engalanado él , con sus ropas gauchas, sombrero, pañuelo al cuello, corralera, rastra, bombachas, botas con espuelas, rebenque, facón, poncho .EI sabía lucir todo muy bien; así también, como en la ciudad, para la ocasión, un buen traje.
Un hito que marco su vida para siempre, fue el accidente que sufrió el 11 de agosto de 1965. Mientras recorría el campo a caballo, le cayó un rayo, fulminando al “Carta Blanca”, el bayo claro que montaba. Abel sobrevivió. Luego de mucho padecer, se recuperó como a los tres años de dicho suceso, perdiendo el 70 por ciento de su capacidad auditiva.
Por aquellas épocas, este criollo, ya tenía su pasatiempo preferido: trabajar en soga, gusto que había despertado en él, siendo un niño travieso de diez años que solía ausentarse a su abuela para observar como lo hacían unos hombres mayores que vivían cerca, en María Ignacia, Vela. Este oficio de soguero lo habría de acompañar durante toda su existencia, en los inviernos en el campo, y hasta llegar a la ancianidad, cuando su vida de tanto madrugar, se hizo más sosegada. Era común verlo preparando alguna pieza para obsequiar, trenzando delicadamente entre sus manos, finos tientos de cuero crudo. Años atrás, había sido premiado en los Torneos Abuelos Bonaerenses, obteniendo el primer lugar en la categoría Tradicional.
“Don Abel”, como lo llamaban en la jerga campera, también desplegó su gusto por las bochas, deporte que practicó asiduamente, participando en campeonatos e integrando grupos de entrañables camaradas que entibiaron y dieron sentido a sus largas tardes de jubilado.
Finalmente diremos que, como todo ser humano, Abel tuvo su lado alegre y entusiasta. Era muy de su agrado visitar la Exposición Rural de Palermo y encontrarse allá con amigos; almorzar los sábados al mediodía en el restaurante “Don José” o, el copetín en el bar Victoria de Tandil. Ser invitado y divertirse mucho en las yerras que organizaban los estudiantes de Veterinarias, compañeros de su hijo.
De joven fue a innumerables bailes en clubes, tanto en el campo como en la ciudad; en una época en que se salía a pasear, a “dar la vuelta al perro”, de traje y corbata. Los hombres, prolijamente ataviados y engominados, se paraban en las esquinas para conversar entre ellos o mirar a las chicas pasar.
En uno de esos bailes, cuando llevaba en el bolsillo una carta para otra mujer, conoce a una señorita muy delicada y distinguida en su elegancia, bella en todo sentido, muy simpática, con una sonrisa cálida y perfecta, Clelia Estela Rodríguez.
Se enamora a primera vista de ella y esa primera noche le declara su intención de convertirla en su esposa. Por supuesto, rompe la carta y se hace presentar a la madre de ella. Era costumbre en la década del 50 ir toda la familia a las tertujias.
En fin…y, mucho más. nuestro Padre, Abel Fernández fue un grande!, un ser único, un gran hombre; nos dejó su ejemplo, su sonrisa picara , sus dichos, sus versos y anécdotas. Vivió como quiso, a su manera, sabiendo que junto a él estaba nuestra mamá Clelia, apoyándolo en todo a él y a nosotros, sus cuatro hijos, a quienes nos inculcaron valores.
Llegó a ver crecer 13 nietos! A los mayores, recibirse en la Universidad. Estaba orgulloso de cada uno y los quería por igual.
¡Gracias papá!
Mucho te abrazamos y besamos cuando ya tu corazón estaba muy cansado. El pasado 19 de octubre cerraste tus celestes ojos y te fuiste serenamente hacia la Eternidad, al encuentro definitivo con los seres amados que te precedieron. Ahora que no estás físicamente, te recordamos con amor y admiración. Te extrañarnos y rezamos para que descanses en paz…
Tus hijos Abel Horacio, María Laura, María Estela y Marcelo José”.
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