No fue magia
Los vecinos recurren a lugares comunes. Es que lo que padecen ya es el común denominador. Se ha transformado en la cotidianidad.
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Que La Movediza es tierra de nadie. Que de un tiempo a esta parte un grupo de revoltosos con prontuario los acosa, les roba y, en el mejor de los casos, no los deja dormir porque a sus vidas –las de los insurrectos– les importa poco y nada el otro. Aquí, allá en La Movediza, la patria no es el otro. Tampoco es el Tandil soñado. Más bien toda una pesadilla.
La injusticia, la desigualdad se ha diseminado como plaga hasta que en algún momento estallará -como estalló- la ira de los indefensos, de los que se levantan a las seis de la mañana para tomar el colectivo más caro para ir a trabajar y se topan con aquellos trasnochados que a base de alcohol y estupefacientes no duermen, no quieren cerrar sus ojos que los invite a pensar, menos a soñar con algo mejor. A ellos, los irreverentes, la vida se les irá en un arrebato y entonces viven a full, pura adrenalina. Sus vidas no valen nada, la del otro, menos, por más que ese otro sea el que vive enfrente y prácticamente se criaran juntos. Sólo que eligieron otra vida, ir por el camino más difícil, el de ganarse el mango para comer y educar a la herencia, con el aún sueño latente de que a ellos el progreso los acariciará.
Hoy la noticia es La Movediza, ayer, Las Tunitas. Peligro de estigmatización. Antes fue Villa Aguirre y más allá también. Pero los vecinos no saben de estigmatizaciones. Directamente los tienen bien identificados a quienes son los que molestan, los señalan a escondidas porque tienen lógico miedo. Nadie los va a proteger si los denuncian. Estoicamente subsisten con el peligro que imponen los marginales en una especie de ley de la selva, donde reina el más fuerte y los demás se la rebuscan audazmente para zafar del riesgo.
Los que “no nos dejan vivir en paz” son un grupo, una cifra sensiblemente minoritaria a los que allí mayoritariamente viven, familias trabajadoras, cuyos padres ya no saben qué hacer, y menos, qué decir.
Cómo explicarles a sus hijos que sus pares que viven en la casa de al lado están “yendo por el mal camino”, y que el mal camino es hacerse de lo ajeno y ganar dinero fácil con la venta de merca y así “progresar” vertiginosamente, hasta que el vértigo se apague dentro de un penal o con una bala en la cabeza.
En La Movediza no se evidencia la década ganada. Lo único que se ganó fue en desigualdad y una legión de pibes desangelados cuyo único resquicio esperanzador se esboza con una sonrisa sin dientes acompañada de una birra y un faso. Si pinta algún polvo mágico, mejor. Cientos de viviendas de un plan federal sin terminar ocupadas a fuerza del más fuerte u oportunistas en medio de su precaria situación habitacional, mientras que otros miran azorados como indignados, cuando apenas a unos metros de distancia ellos deben solventar un alquiler trabajando de sol a sol.
También se desnuda la desigualdad a base de la comercialización de estupefacientes. Aquel que “empezó con la joda” y se transformó en dealer hoy goza de los efímeros beneficios económicos que permiten contar con el último celular, el mejor televisor y hasta una cómoda movilidad.
Tampoco la “revolución social” prometida por el lunghismo, allá lejos y hace tiempo, cuando se instaló el capricho de la réplica de la Piedra Movediza y el frustrado parque lítico. Se habló de un centro cívico, de bancarización y urbanización. En la oscura noche del miércoles nada de eso se vio. Apenas, iluminados por el incendio a un comerciante que se negó a fiarles una cerveza y el estallido de los fusiles policíacos que, tras dejar hacer durante toda una tarde, resolvieron disuadir como mejor les gusta o de la única manera que supieron concebir, a los tiros.
En otra cosa
En paralelo, casi al unísono del son de los estallidos de los disparos, el repiqueteo de las botas de los de Infantería y las piedras de los vándalos contra los escudos de los uniformados, la casta política discutía en la burbuja deliberativa primero, o en la Plaza Independencia después, sobre la Tasa de Seguridad. Si es necesaria, si es cara, si es injusta. Como si un tributo, que servirá para solventar la estructura burocrática que supieron montar, más policías, más patrulleros, un destacamento y más cámaras, alcanzara para corregir lo que los vecinos lejos de la plaza del centro padecen.
Más represión, más criminalización (los penales están abarrotados de los marginales de siempre) hasta aquí no funcionó. Tampoco la inclusión que algunos relatan fue tal. Y si no, que lo digan aquellos otros vecinos en Las Tunitas que ahora renovaron la convivencia con un “famoso” personaje con cara de niño que supo ganarse las planas de los diarios a partir de sus tropelías delictivas cuando era menor de edad y transitó los primeros meses, años de su mayoría de edad entre rejas. Después de purgar la sentencia penal volvió al ruedo. Nadie se ocupó de él cuando ingresó al penal. Nadie lo recibió ni lo acompañó cuando salió y volvió al lugar de siempre, donde sólo lo aguarda la marginalidad, el desapego y posiblemente una pistola para poner en práctica el perfeccionamiento delictivo que tal vez supo recibir en el calabozo.
Entonces está como era entonces. En aquel promocionado juicio que tuvo la particularidad de que atestiguara hasta el mismísimo Intendente, se ventiló y denunció sobre la falta de contención de ese pibe judicializado. Que nadie (cuando se habla de nadie se habla principalmente del Estado) se había hecho cargo de su vulnerabilidad social. Pasaron los años, la condena, y nada cambió. El “famoso” marginal volverá (algunos sospechan que ya lo hizo) a lo único que tiene el alcance de su mano. Su final parece que también es historia conocida. O caerá tendido en la acera porque una bala lo atraviesa o regresará a la única contención que conoció, encerrado entre rejas, sin libertad, sin esperanza. Si zafa, será un milagro.
Nada es casual. Lo de él y de los que ahora son protagonistas en La Movediza, no fue producto del azar. Hubo décadas se desidia, de ausencia. La picardía es que en verdad Tandil está en condición de privilegio en materia de seguridad en comparación con otros distritos. Que con una pizca de compromiso los focos problemáticos resultarían manejables. No se trata de llamar a un mago. No es magia.
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