Nuevos relatos agregaron más sucesos abusivos en el merendero
Desde las 9 hasta pasadas las 15, el TOC 1 desplegó una nueva audiencia en la que se completaron de proyectar las cuatro cámara gesell de los chicos que oportunamente formaron parte de la denuncia conjunta, con el aporte final de la perito psicóloga del departamento judicial que entrevistó a los chicos una vez oficializada la denuncia y luego siguió lo que los mismos niños protagonizaron en la cámara gesell. Ahora, apenas resta un par de testigos citados por la defensa para que el Tribunal disponga que ya es tiempo de alegatos, posiblemente a realizarse el venidero lunes.
Respecto a los protagonistas del nuevo episodio judicial, poco cambiaron los ánimos en el público como en el matrimonio Ramírez. Miradas inquisidoras, lágrimas de impotencia e indignación al escuchar los testimonios y hasta algún padre retirándose de la sala al no poder soportar ver lo que veía. Su hija contando cómo ese hombre que tenía a apenas centímetros de distancia le había mostrado material pornográfico, además de otras insinuaciones verbales de tinte sexual.
Sí hubo un cambio radical en la postura física del propio Ramírez al tiempo de escuchar a la psicóloga. No así su esposa Virginia Sánchez, quien mostró a lo largo de las audiencias rasgos sumisos frente a lo que le toca atravesar. Estar sentada junto a su marido a metros de vecinos que no le quitan la mirada e insultan por lo bajo, al considerarla parte de las aberraciones que presuntamente hacía Ramírez con los chicos, algunos de los sucesos abusivos delante de ella, al decir de los testimonios.
Es que la perito dejó ciertas ambigüedades en sus conceptos a la hora de responder y opinar sobre lo que vio y escuchó de los chicos. Hablando de algunas inconsistencias y contradicciones en los siete relatos (ver aparte), lo que llevó al acusado a respirar más aliviado tras lo que le tocó escuchar a los chicos, incluso gesticulando para dar a entender que aquellos niños se contradecían entre sí y, entonces, mentían, por lo que Ramírez hasta en algún instante de la audiencia se animó -ahora sí- a mirar a aquellos padres, con cierto sesgo desafiante.
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Los testimonios
de los menores
Ayer, entonces, sin mayores preámbulos los jueces Pablo Galli, Guillermo Arecha y Gustavo Agustín Echeverría dispusieron que se continuara con los videos de los cuatro menores que restaban, chicos que cumplieron entre ocho y diez años de edad.
Un par de hermanos y un amiga, todos del barrio, como los anteriores que acudían al comedor con cotidianidad para practicar alguna disciplina deportiva o merendar, denotaron un relato acotado, propio de su lenguaje de la edad y la incómoda situación de tener que hablar frente a un extraño como el fiscal, aunque con el paso de las preguntas se fueron soltando y relataron sus vivencias con Ramírez y compañía.
Los actos abusivos denunciados fueron de distinto tenor, de acuerdo a lo manifestado por los chicos. La gran mayoría coincidió en el material pornográfico que el acusado les exhibía en las más diversas circunstancias. Algunos, con actos más gravosos, al aludir lisa y llanamente de abusos, con tocamientos.
Allí, en un relato estuvo seguramente la mayor tensión en la sala. Cuando uno de los nenes fue más allá de las fotos. Habló de que Ramírez le mostró sus partes íntimas y le tomó la mano para que lo tocase, con la amenaza de que si no lo hacía su papá iba a saber sobre su condición sexual (en otras palabras).
El menor en cuestión involucraría en otras de las escenas a la esposa, describiendo que la pareja hacía “chanchadas” delante de ellos, en la mesa donde jugaban a las cartas.
El fuerte testimonio fue acompañado por un público que no pudo evitar la consternación y el desconsuelo, ante la postura inmutable de los señalados como responsables de semejantes sucesos.
El resto de los relatos versarían sobre el mismo tenor de las primeras declaraciones. Hablaron de Ramírez mostrándoles revistas que sacaba dentro de una heladera que usaba como placar en su habitación, o de un altillo. También las nuevas chicas testigos-víctimas agregarían un video que proyectó en el televisor del comedor, que también tenía un contenido erótico.
Otro de los chiquitos confió sobre el intento de tocamiento de parte del imputado, pero dijo que él logró zafarse de la situación y se fue de la casa.
Todos los relatos tuvieron un denominador común. Coincidían en las circunstancias donde se daban los hechos abusivos, pero se entremezclaban con experiencias vividas por ellos o contadas por su amigo o hermano. Igualmente, no parecieron testimonios guionados. Justamente aquella confusión de roles o participantes le podría dar la espontaneidad que refiere el fiscal o la contradicción e inconsistencia que emulará el defensor. Será en definitiva el Tribunal quien se incline por una u otra hipótesis.
Sí se pudo apreciar que no hubo un discurso repetido, copiado entre los siete chicos expuestos en la cámara gesell. Más allá de sus personalidades y sus propias vivencias, sí coincidieron en un contexto que lejos está al que describieron los Ramírez.
Escuchados los chicos, quedaría el tiempo de los profesionales, especialistas para develar la credibilidad de las versiones y la punibilidad de lo que se ha ventilado.
Se está entrando al epílogo de una historia compleja, delicada, singular, siendo que está en juego la inocencia de quienes están sentados en el banquillo de los acusados y, también, de esos siete menores que fueron expuestos a un proceso judicial que la semana entrante promete alegatos fuertes, apasionados de las partes, porque se ventiló una historia que cobija más historias. Al menos las de siete niños y su entorno, y los Ramírez y sus circunstancias.
El aporte psicológico
La extenuante jornada de debate iba a cerrarse con el aporte de la perito psicóloga Andrea Cantú, quien como representante de una ciencia inexacta no pudo brindar mayores certezas, más allá de referir a indicadores directos o indirectos que lleven a pensar en la existencia de los hechos que los chicos dijeron haber sufrido en el merendero.
A poco de desandar sus apreciaciones habló de relatos contaminados, infiriendo que dicha circunstancia pudo resultar del devenir de los comentarios entre los propios chicos sobre lo que habían vivido. Claro que dicha apreciación fue anotada a puño firme por el defensor, quien solicitó al Tribunal que constara en actas.
La licenciada fue preguntada y repreguntada sobre la posibilidad de que los chicos hubiesen recibido algún guión común para decir lo que dijeron o tenía que ver con relatos espontáneos, a lo que la psicóloga respondió entre ambigüedades que no evidenciaba animosidad ni intencionalidad contra el acusado, y que resultaban relatos contestes.
Sobre las imprecisiones, inconsistencias sobre días en que ocurrieron los sucesos ventilados, la profesional adujo a que era propio de la edad de las víctimas, quienes presentan dificultades para datar los sucesos.
A favor de la defensa, también dijo que no fueron relatos coincidentes, ya que los mismos hechos fueron descriptos de distinta manera o incluso negados. Pero a repreguntas del fiscal o particular damnificado terminó aclarando que todo sujeto recibe de manera particular y transmite o asume de distinta forma un mismo hecho. Lo que para un niño pudo ser un hecho traumático y lo mantiene en su memoria, otro lo pudo haber superado sin más.
El fiscal Morey buscó ahondar también sobre las consecuencias que pudieron haber padecido los chicos tras lo vivido en el merendero, con clara intención de apuntalar la calificación de corrupción, a lo que la perito poco tampoco pudo precisar, aunque no dejó de referenciar un episodio que vivió uno de los menores una vez activada la denuncia y exposición del caso, quien muestra sus partes íntimas ante los demás sin mayores pudores, actitud que puede tener que ver con lo que precisamente alguna vez vio, infirió la profesional.
El testimonio de Cantú transitó por el carril que las partes necesitaban sumar para sus respectivas hipótesis a desplegar en sus alegatos, con la dificultad que implica analizar siete declaraciones de chicos en particular y responder preguntas en general.
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