Pasa por el diván Angel Orbea
Símbolo de una discusión que va más allá del reclamo vecinal, el psicoanalista no tiene dudas de que el Tiro Federal dejará de funcionar en la zona del Dique.
-Desde que se instaló en Tandil, ya sea por sus cartas abiertas o por su cruzada contra el Tiro Federal, se hizo muy conocido. Sin embargo, desde hace un tiempo bajó el perfil, ¿qué pasó?
-¿Qué perfil?, ¿mediático?, ¿bajé ese perfil? Puede ser. Nunca fue mi intención tener un perfil mediático.
-No pareciera…
-Para un psicoanalista no es una ventaja porque entonces la gente te viene a ver casi como si fueras un manosanta. ¿Sabe qué me interesa realmente a mí? Ser un psicoanalista ciudadano.
-¿Cómo sería eso?
-Alguien que participa e incide -no asesora ni dirige- en cuestiones como por ejemplo salud mental, que me concierne directamente por mi trabajo.
-Convengamos que en estos años no dudó en exponer posturas ideológicas contundentes.
-No sé, sí, puede ser. Vengo e la generación del ‘70, era menor cuando empecé a militar en el ‘72. Recuerdo una pintada famosa por aquellos días: había una fiesta de novillos en mi pueblo, América, en el límite entre La Pampa y Buenos Aires, y pintamos ‘los ricos quieren la fiesta del novillo. Y los pobres a los guerrilleros’. Era un pibe que desafiaba en medio de una realidad que nos hacía pensar que una revolución era posible.
-Ya le gustaba jugar a todo o nada. ¿Y quedó con esa tendencia?
-Salí. Y a lo largo de mi vida he cuestionado esos años desde muchos aspectos. Por suerte pude sobrevivir a aquella vorágine. La consigna misma muestra un error histórico: ni los pobres quieren a los guerrilleros ni los ricos a los novillos, ja, ja, claramente una falacia. Para mí la ideología es un espacio crítico, sobre todo del propio accionar. Si no es así, la ideología es una alineación.
-En Tandil forma parte de ese debate que algunos entre bromas y no tan bromas llaman la lucha entre nacidos y criados versus venidos y quedados. Su ejemplo lo dice todo: lucha contra los ruidos del Tiro Federal en la zona del Dique y, del otro lado, le refutan diciendo que ellos están hace cien años.
-(Risas) Yo soy de pueblo también y en mi pueblo cuando venían los porteños los mirábamos mal, pero no soy venido y quedado, soy éxtimo, un término medieval, que usaba San Agustín: ‘Mío, mío, tan mío que no es mío’, es lo íntimo, pero tan íntimo que no es ni siquiera de uno. Creo que no soy de acá y soy de acá. Me siento tandilense, me gusta la ciudad.
-No me dijo qué responde cuando le echan en cara que está hace 14 años en la ciudad y ellos llevan cien.
-¿Qué les digo? Primero, que no soy foráneo: soy argentino, humano, tengo oídos, me molestan, son impunes y lo que están haciendo un día van a dejar de hacerlo. ¿Hace cien años que están? ¡Debería avergonzarlos! ¡Porque hace cien años que no han hecho nada! En cien años podrían haberse ocupado en insonorizar, trasladarse, dar una solución y no venir los fines de semana a tirar, a molestar con contaminación sonora.
-¿Es peronista?
-Lo soy por la lucha y movilización de los sectores populares y por lo que significa como experiencia histórica de un Estado que generó derechos y rompió esquemas conservadores históricos, pero no soy pejotista ni me interesa, es más: me parece un calambre para estos 30 años de democracia.
-Peronista, del interior, efusivo en las críticas, ¿vendría a ser la contracara de Adolfo Loreal?
-No. Soy alguien que piensa distinto, tengo una formación y una historia distintas. Son caminos distintos y a veces nos encontramos y a veces no. Las cosas son así, van y vienen, como se dice en el movimiento dialéctico: no hay que llegar a la irreversibilidad. Y si hay que llegar, que sea irreversible, que sea la rotura.
-Sorprende. Leyendo sus opiniones uno podría pensar que lo suyo es quemar las naves.
-No, no, ya aprendí, mi lección fue la década del ‘70. En función de la verdad histórica podríamos dar muerte a alguien o morir, y eso me parece que es la locura. Reniego de eso, no lo quiero más. Ahora tengo temor por el desenlace de este reajuste sobre de la economía, el Estado, que no se sabe dónde va a terminar.
-Al final no es tan rebelde.
-¿Rebelde? No, no. Tengo una posición. Uno siempre responde con un compromiso que no está ligado con el bien del prójimo sino con algo irreductible, algo que uno no puede dejar de hacer. Me he psicoanalizado mucho para llegar a este punto, hace más de 20 años, viajo a Buenos Aires todos los meses, suelo hacer hasta tres o cuatro sesiones por fin de semana y sé que es así. Por ejemplo, como vecino no puedo dejar pasar al Tiro Federal, porque más allá de las molestias no puede ser que vengan 20 personas con prepotencia, violencia, es intolerable para un ciudadano. Y ellos saben que es irreversible, tarde o temprano van a tener que dejar.
-¿Veinte años de terapia no son como los cien del Tiro, una muestra de que por esa vía algo no se resolvió?
-¡Veinte años es poco! Más aún el propio psicoanalista, porque en la experiencia del inconsciente de cada uno es donde se puede analizar a otro. Cuando hablamos de psicoanálisis, hablamos de una de las profundidades de la criatura humana más elementales, y en ese sentido lleva tiempo.
-Los detractores del psicoanálisis dicen que una terapia que requiere tantos años no sirve.
-Falso de toda falsedad. Hay un ejemplo que contaba Freud, de un discípulo de él, Wilhelm Stekel, joven, un dandy, que decía: ‘Si una señora padece insomnio porque quedó viuda y tiene incontinencia sexual, como Freud dice (porque Freud explica el insomnio de las mujeres por la incontinencia sexual), yo le digo que se busque un amante. Freud la escucharía diez años’. ¿Qué decía Freud de eso? Que si esta señora sabe que su problema es la incontinencia sexual, lo solucionaría ella. ¿Por qué no lo hace? ¡Porque no se trata de eso! u
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De taxista a combatir el
capital junto a Freud y Lacan
El psicoanalista que se desplaza en su casa en la zona del Dique entre discos de jazz y libros de psicología y literatura y a la vez coordina el centro de día Tita Brivio, de la Dirección de Salud Mental, supo ser, por varios años en sus tiempos de estudiante, chofer de taxi en Capital Federal.
Angel Abel Orbea, también coordinador terapéutico del Instituto Tandil de Salud Mental, conoce a la perfección cada calle de la gran ciudad y sabe lo que significa ganarse la vida “pincheando” (ofrecer viajes, en la jerga de los taxistas). Esa experiencia fue tal vez el preámbulo de la gran convicción que surgió luego al iniciar su carrera profesional: “El psicoanálisis es la mejor alternativa al capitalismo, porque el capitalismo hace que las personas estén en un estado de emergencia, de incertidumbre fabricada, indeterminados y que nadie se sienta verdaderamente dueño de sus actos”.
-¿Y por qué el psicoanálisis es la mejor alternativa?
-Porque revela que el sujeto no vive ligado a la necesidad y la urgencia: también vive ligado al deseo, al deseo inconsciente, a ese punto de nacer de nuevo. Nacemos de nuestra madre, pero nacemos de ella, no nacemos de nosotros. Entonces hay un segundo nacimiento que es el nacimiento del sujeto del inconsciente. Parece mística pero es una verdad, el psicoanálisis hace un aporte esclarecedor porque cuando uno se psicoanaliza hay un efecto terapéutico al corto plazo -los síntomas funcionales en el cuerpo, como malestares, empiezan a trabajar, se empiezan a desplazar- y después se empieza a ver lo que se llama una construcción y un atravesamiento de esa construcción. El psicoanálisis es eso: construir algo para después atravesarlo, destruirlo. Es lo opuesto al capitalismo, que hace creer a todas las personas que están en un estado de emergencia.
-El kirchnerismo parecía ser otro de sus pilares, ¿no? El perfil bajo que adaptó a nivel mediático, ¿tiene que ver con la tristeza por la derrota del kirchnerismo?
-No estoy triste sino enojado, porque con todo lo que teníamos, con todo lo que se hizo, se perdió y se perdió de una manera que no tiene antecedentes en la historia. Estoy enojado incluso con los nuestros: lo veo a Aníbal Fernández y otros figurones abrazándose y haciendo la v de la victoria, firmando autógrafos, como si fuesen Ricky Martin, y hoy no estamos para abrazarnos ni para cantar victoria sino para someternos a un cuestionamiento profundo de lo que hemos hecho desde el Estado, desde la militancia, para perder y dejar esto en manos de un gobierno que tiene un perfil empresarial, un empresariado que va por todo, que no quiere perder nada. Es un peligro que el Estado entre en esa línea. Un peligro para la comunidad. u