Pasa por el diván Fermín Esponda: “Si me dicen de pintar el puente de Brooklyn agarro la mochila y salgo”
Reconocido pese a que no estudió pintura ni pisa las galerías, el tandilense que con sus obras dio identidad a toda una movida local, habla del éxito, las críticas y la vocación cotidiana de apostar al arte como forma de vida.
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-Esta entrevista parte de un innegable fenómeno: quien ve un “Fermín Kolor”, sabe de qué se trata.
-Ah, sí, me lo han dicho.
-Es algo que de por sí ya implica un reconocimiento.
-Es bastante natural.
-¿Natural?, ¿sin tener una formación sistemática y arrancando de grande?
-Arranqué a los 25, es verdad, de grande, sí, pero bueno, me parece natural.
-¿Por?
-Porque no tengo estudios. O sea, mi bajada a la pintura surge de la búsqueda dentro mío. ¡Es por eso! Aparece una imagen y la bajo al papel, la tela o a un objeto y ahí está la línea personal. A la vez creo que las pinturas son bastante positivas en lo que transmiten, son “amables”, no son oscuras.
-Un crítico destaca esta obra porque en ella no brilla la típica presunción del artista.
-Sería muy tonto presumir ¡No hay de qué cancherear! Yo nunca sentí eso, pero sí estoy contento con lo que se va dando y súper agradecido de la respuesta de la gente. Artista es aquel que hace las cosas con pasión, sea una comida, una pintura u otra cosa, pero con sentimiento. Y eso agregarle la magia necesaria.
-O sea que nunca rondó el prejuicio de pensar: “esto no lo voy a poder hacer”.
-Yo sacudo sin pensar demasiado. Se me pone algo en el camino y lo encaro. Si mañana me dicen de pintar el puente de Brooklyn, agarro la mochila y salgo.
-¿La filosofía de un rebelde?
-Siempre fui bastante rebelde. No estudié nada en realidad, ni siquiera terminé la secundaria. Sólo sabía que no quería hacer lo que mi viejo quería que haga. Eso lo tenía bien claro.
-¿Y cómo fue posible la conversión en un artista reconocido?
-Me banqué laburando en la parte comercial y de golpe me encontré con la pintura y me atrapó. Pinté durante muchos años y cuando me querían comprar un cuadro, decía “no, no vendo. Pinto porque me sale” hasta que un día me encontré con el taller lleno de obras y no tenía un mango y me dije, “bueno, vamos a ver qué pasa”. Mandé cuadros a España, Japón, Estados Unidos. Y se abrió el juego, pero siempre con una propuesta bien de rockero: ir y tocar, o sea, voy, expongo y pongo la onda, estoy ahí.
-¿Un rockero que pinta o un pintor que rockea?
-Un rockero que pinta. Y toca también, porque sigo tocando.
-¿Y si hubiera que definir el estilo de las pinturas?
-Creo que no es necesario.
-¿O es miedo a la crítica?
-Noooo, críticas he tenido, siempre. Un tipo llegó a decirme en la cara: “no me gusta lo que hacés”. No supe quién era, dijo que era pintor, pero no pude ver lo que pintaba.
-¿Y?
-(Sonriendo) Le dije: “¡está todo bien!, no tiene por qué gustarte”. Hay que aceptarse, ahí está el secreto, si querés ser Picasso no lo vas a ser nunca, por más que pintes igual. No va a servir de nada. Pero si encontrás tu propio viaje en la aventura que sea y lo laburás te va a dar mucha más satisfacción. Te tiene que cerrar a vos. Después de eso hay más posibilidades que guste a los demás.
-¿No será que las pinturas son como el autor, bastante zen?
-(Risas) Y, yo lucho por la felicidad, me lo propongo; soy bastante positivo, me gusta desafiarme. Hablando del estilo, ¿sabés cómo lo han llegado a calificar?
-Naif.
-Sí. Naif, o sea, tiene algo de naif.
-¿Es algo peyorativo?
-Nooo, la palabra no me suena muy bien, pero quiere decir “ingenuo” y me considero bastante ingenuo. Ingenuo en pintura no tiene nada de malo. Pero si me tuviera que encasillar me metería dentro del surrealismo, que no sé bien cuál es el surrealismo, pero me parece que estas son imágenes surrealistas, que yo bajo de la fantasía: una visión fantasiosa con una explicación que muchas veces se la veo después de pintarla.
-Sin que importe que guste o no.
-Sería muy tonto pensar que a todo el mundo le va a gustar una obra, sea quien sea el autor. Para mí que le guste a una persona o que alguien quede mirando la vidriera, ya es un punto adentro; bastante suerte tengo de que las imágenes gusten y con esa misma energía que recibo cuando hago murales, una energía buenísima, porque casi sin darte cuenta estás haciendo un regalito al que pasa. Un arte libre, gratis y con pasión, ¿qué más pedir?•
Un barco navegando en las sierras
Barcos encallados pero exultantes de vida. Una vaquita colorada feliz de no ser más que eso. Hormigas abrazadas en sus antenas. Cactus que convierten el desierto en un vergel. Ni siquiera el blanco y negro entristecen una galaxia con planetas sin colores que sugieren la inminente posibilidad de recuperar el paraíso del Principito. Así son algunos de los sentimientos que despierta la profusa obra de Fermin Kolor: la nada ingenua idea de la alegría de vivir mientras saltamos al vacío.
Cara visible desde la pintura de una generación de tandilenses que en tropa se volcaron al arte, Fermín Esponda optó por ser “Kolor” para salir del típico nombre-apellido firmado abajo a la derecha de los cuadros. Hoy es una marca registrada que abarca juguetes en madera, objetos y un desafío a la altura de su trayectoria: “Omocha” un espacio de arte en pleno centro, en un pequeñísimo local donde por décadas funcionó un kiosco.
“Omocha significa juguete en japonés y viene a ser la concreción de una idea que tenía desde hace tiempo: abrirme a la calle con la producción de imágenes, juguetes y objetos”, contó a El Eco.
-Más de uno va a opinar que si alguien piensa triunfar con un espacio de arte propio está loco…
-Hay que darle tiempo. Lo mío siempre fue tirarme a la pileta sin saber nadar, pero para el momento que estamos yo diría que arrancamos bastante bien, se venden cosas todos los días. No sé, yo le veo mucho futuro. De todos modos lo nuestro, hablando de mis amigos en general, siempre fue apostar a la constancia y a la decisión de estar en Tandil; correr riesgos acá.
-¿Qué otro sueño queda pendiente?
-Tuve la suerte de poder pintar un tren de 34 metros para la Escuela de Música, en Alem y Del Valle, pero con el tiempo no se mantuvo, les había dicho que requería un mantenimiento de limpieza, pero todo se dejó estar y se llenó de tierra, se opacó y ahora ya lo tomaron los callejeros, está grafiteado. Está bien, lo acepto así. La calle es así. De ahí en más el proyecto que me encantaría hacer es el de un barco en las sierras. Me encantan los barcos, y había surgido la posibilidad de pintar uno en Quequén, hice el proyecto, todo, pero no salió. Pero ojo: no salió ese. Ya va a salir otro. La idea es conseguir un barco hecho pedazos. Me encantaría un lanchón de esos de Mar del Plata, traerlo y ponerlo en algún cerro y pintarlo ahí, que sea un barco navegando por las sierras.