Pasa por el diván Marcos Picaroni: “Raúl es irremplazable”
El azuleño, sucesor de Raúl Troncoso, dice que no pretende reemplarlo sino continuar su tarea. Las claves de su vocación sacerdotal, la pasión por la música y una gran certeza: “No me quede con ganas de ser rockero”
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-Hace tiempo que los buscábamos para el diván y se nos escapaba. Y nunca mejor que esta ocasión: el último entrevistado fue alguien que a juzgar por las críticas podríamos decir es un “pecador” y…
-(Carcajada. Luego, con toda la tranquilidad del mundo pregunta:) ¿Y entonces?
-Nos viene perfecto para emparejar la cosa, la voz del otro extremo. Si no le molesta.
-¿Molestarme?, ¿por? La comunicación tiene que servir para todo, también hacer un mundo más unido. Jesús, sin ser periodista, era comunicador y el hecho de que se juntara con todo el mundo no quiere decir que justifique o esté de acuerdo con lo que está mal sino que su mensaje de vida es para todos.
-Su misión sí que es difícil: reemplazar como párroco nada menos que al padre Troncoso.
-Raúl es irremplazable, reemplazar no es la palabra. La mío es continuar, continuar un proyecto parroquial y evangelizador que tiene muchos años.
-Como sea, debe pesar tener que estar en el lugar de alguien con tanta inserción social.
-Sí y no. Por un lado sí: esta es una parroquia muy grande para lo que es el interior y por otro lado no; tengo la ventaja de que llevo 20 años acá, no es una comunidad desconocida.
-Como amante del diario impreso, el escritor Hernán Casciari dice que el gran enemigo no son las tecnologías ni el facebook sino el aburrimiento. ¿No se podría aplicar esa teoría a la Iglesia?
-(Risas) Acá no tenés tiempo de aburrirte.
-Lo dice alguien cuyo destino era ser músico de rock.
-Ahí voy a contradecir: nunca dejé la música. No terminé rockero, es cierto, pero la música no quedó al margen; al contrario: quedó muy integrada y a mi gusto.
-Hace muchos años lo encontré en un recital de la banda azuleña Facón, amigos suyos.
-Ah, sí, claro. Amigos míos.
-Lo veía y lo imaginaba pensando: “Pucha, yo de cura y estos de joda, tocando…”.
-(Carcajada) No, no es así, ni me quedé con las ganas, porque cuando uno elige busca el punto alto de su vocación y ya tiene su inspiración volcada ahí. Además la música está incorporada a mi vida cotidiana. Hace poquito toqué en la apertura del Festival de Cine Religioso con una pequeña banda que armamos acá.
-Vayamos por otro lado: ¿Qué tan cerca estuvo de no ser cura?
-No, fue todo un discernimiento. Yo no creo en eso de que Dios te llama por teléfono, pero sí hay un llamado que viene de muchas formas.
-Suele decir que no se trata de una vocación rara: “los curas no somos extraterrestres”.
-Y sí, salimos de una familia, nuestra fe surge en la vida cotidiana… Pero cada llamado es particular: si veo un astronauta yo digo “eso no es para mí”. ¿Qué es la vocación?: encantarse con el sueño que Dios puso en cada uno, que está, pero tenemos que ayudarnos para descubrirlo.
-Con los estímulos que existen hoy día una vida consagrada a Dios pareciera algo heroico.
-Es una vocación más. Lo heroico es hacerlo con fidelidad cada día, como al que le toca atender un paciente y pone el corazón y la sabiduría en ese y en el que sigue. Ahora, si a un adolescente lo aturdís con celulares o pasatiempos y no le hacés descubrir el sueño grande que Dios tiene para cada uno, es como que la vida pierde sabor. Vos al periodismo lo vivís como una pasión, y bueno, ¡cada vocación es lo mismo!
-El papa Francisco no parece ser políticamente correcto.
-Estamos encantados con el Papa.
-Hay unos cuantos que no.
-Sí, sí, (Sonriendo) ya lo sabemos.
-¿Tiene idea por qué?
-Porque es argentino. Pero con él están saliendo a la luz cosas que muchos sentíamos como un anhelo, como esa comunicación más llana -un lenguaje lavado en el que decís mucho pero no decís nada, no sirve- y el contenido, como la doctrina social de la Iglesia presentada de una forma sencilla. Este Papa lo está haciendo.
-Es el Papa nacional y popular que tanto esperaban usted y Raúl Troncoso, ¿no?
-Y, los pueblos vamos experimentando. La teoría del derrame ya vimos que no anda y el Papa te dice que si llenás la copa, está bien, pero queda cada vez más alta, no llega nunca a los de abajo.
-Para cerrar, ¿puede ser algo sobre la fe?
-Cómo no.
-Si Dios no existe es una tragedia. Y si existe, bastaría con portarse bien y está todo arreglado…
-Si Dios no existe, es una tragedia. Si existe, bueno, pero: ¿qué Dios? ¿Uno que le da cuerda al mundo y se olvida?; el riesgo es transmitir caricaturas: si un Dios no te hace crecer, te infantiliza, claro, en ese Dios mucha gente no cree y está bien, ¿qué sentido tiene?, el Dios que nos trasmite la Biblia nos quiere mucho, tiene paciencia y perdona pero también exige y hace crecer y de última se hace tan cercano que se hace hombre en su hijo Jesucristo. Y volviendo al principio, hay un mensaje que el Papa insiste mucho que no refiere solamente al lenguaje de la verdad, de la bondad, sino de la belleza: el mensaje de un Dios que nos atrae. El Evangelio se transmite por atracción, no por imposición. Y ahí entra todo: la misión del artista, la tarea de la música, de la comunicación y lo que pueda atraer una viva apasionada y bien vivida. Ese mensaje está muy presente en la manera actual de comunicar el Evangelio.u
El cura orquesta
“Mirá este, che” -comentó el padre Raúl Troncoso a otro sacerdote el día que apareció Marcos Picaroni en la Parroquia Santísimo Sacramento- “los curas anteriores venían con un valija. Este se me apareció con un acordeón, ja, ja”.
Ese único equipaje que hace décadas traía el azuleño representa, en gran medida, la importancia que la música tuvo, tiene y tendrá en su vida. El acordeón es un regalo de su abuelo que lo acompaña desde chico. Picaroni y el acordeón arrancaron su amistad en el monasterio de Mercedes a la hora de la siesta, cuando el joven seminarista se escapaba al patio para forjarse como autodidacta y escapar del enojo de compañeros y maestros.
El vínculo se afirmó años más tarde. De recorrida por la avenida Corrientes, en Capital, encontró en un negocio de libros usados un manual “con un método buenísimo” para aprender acordeón, pero surgió un problema insalvable: el curita no lleva dinero encima. “Lo dejé escondido en un estante. Al próximo viaje lo encontré ahí donde lo había dejado y lo compré”, recuerda.
Para entonces ya también se llevaba bien con la guitarra, los teclados, el charango, el bajo.
Pero al margen de todo eso insiste que no se quedó con las ganas de que la música fuera el único camino, porque ya la había incorporado desde el seminario, en los días en que se preguntaba cómo hacer para insertarla en la tarea pastoral.
Ese desvelo, sostiene, nunca fue muy grande: bastó rememorar el día de su infancia en que conoció en su ciudad natal al gran padre Osvaldo Catena, renovador de la música en la Iglesia, partícipe del Concilio Vaticano II y colaborador directo de la Misa Criolla.
“Ver en un sacerdote cómo la música le salía por los poros, cómo la usaba como una herramienta evangelizadora y le
sacaba toda su creatividad, ver su capacidad de nuclear a la gente, para comunicar, rezar, me permitió comprender que se podía hacer”, cuenta el párroco del centro, quien no suele pasar 24 horas sin tener contacto con la práctica de algún instrumento.
Orgulloso, evoca dos actuaciones que protagonizó de chico: La Cantata Mariana y la Cantata de los Santos
Latinoamericanos, de fuerte repercusión a nivel religioso.
Mientras tanto desde hace muchos años es miembro del grupo Pueblo de Dios, en el que confluyen varios sacerdotes consagrados, laicos, músicos y poetas “todos unidos para difundir la música litúrgica”, tarea ya empezada por el padre Catena. Con ese grupo se armó la liturgia de los cantos en la misa del papa Juan Pablo II en Vélez Sarsfield y Picaroni se dio esa vez uno de los mayores gustos: tocar para el propio Karol Wojtyla, a pocos metros de su santidad.