Relatos que dejaron al desnudo al merendero donde el exhibicionismo era parte del menú
Día clave el de ayer para el curso del juicio que el TOC 1 lleva adelante para definir la suerte procesal del matrimonio Ramírez, encargados de un merendero en calle Magallanes al 1100 donde, además de la contención social, los chicos sufrieron la presunta promiscuidad, el exhibicionismo y hasta el abuso de los señalados, al decir de las denuncias.
Es que era el turno de presenciar las cámaras gesell en las que los chicos relataron lo padecido, versión que motivó la imputación que llevó a Hugo Ramírez y su esposa Virginia Sánchez a sentarse en el banquillo de los acusados al aguardo de un veredicto.
Hasta aquí las jornadas habían redundado en testimonios colaterales que hacían a hilvanar las historias que confluyeron en aquel hervidero vecinal, con escraches y enfrentamientos mediante, hasta que la Justicia ordenó la detención del señalado. Por eso, hasta la víspera, más allá del denso aire que se respiraba por la problemática ventilada, casi se transitaba con un clima hasta distendido entre el grupo de padres que concurrió en todas las instancias hasta aquí programadas por el Tribunal.
Pero la sensación térmica de la sala de audiencias claramente ayer se transformó. La aparente distención le dio lugar a la impotencia, bronca e indignación de aquellos papás que veían a sus hijas contar lo que contaron. La tensión fue tal que sin decirlo el Tribunal dispuso que la policía que custodiaba el debate se emplazara cual cordón humano en el medio del público y el matrimonio acusado, ubicado apenas a centímetros de la mirada inquisidora, cargada de veneno de esos padres que por momentos dejaban de ver la pantalla y le clavaban como puñal hacia el hombre al que le confiaron el tesoro más preciado, sus hijos.
Ramírez, en tanto, no dejó nunca de seguir la filmación en la que las chicas le confiaban al interlocutor, el fiscal Gustavo Morey, lo que habían vivido en aquel lugar donde habían ido para jugar y alimentarse, y terminaban viendo imágenes de hombres desnudos, a través de revistas o un mazo de cartas.
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Relatos salvajes
Tras escuchar un trío de testigos citados por la defensa (ver aparte) fue el turno entonces de escuchar a las víctimas. Fueron tres de los siete relatos que acompañan al expediente judicial volcado al papel y con el correspondiente soporte técnico de los videos en cuestión. Pieza fundamental a la hora de arribar a esta instancia procesal frente a los jueces Pablo Galli, Guillermo Arecha y Gustavo Agustín Echeverría.
El shock de aquellos padres de ver y escuchar lo que habían leído fue lo que provocó aquel clima que se describía. Algunos soltaron lágrimas, otros murmuraban insultos y otros convivían en un manojo de nervios corporal con ganas de escupir su ira contra la humanidad de aquel hombre que no se inmutó de lo que aquellas menores dijeron que les hizo, y que de tanto en tanto intercambiaba algún comentario con su defensor oficial Carlos Kolbl.
Su mujer Virginia, en tanto, tampoco cruzó mirada alguna con aquellos padres que eran -son- sus vecinos de hace más de una década. Apenas buscaba compañía en la mirada de uno de sus hijos, el más chico, quien estoicamente los acompaña desde el comienzo y convive con la mirada inquisidora de aquellos vecinos papás.
Fueron tres relatos, entonces, los que se escucharon ayer pasado el mediodía, chicas de 13, 11 y 9 años que confiaron en aquella entrevista realizada el año pasado lo que vivieron en el merendero hace dos años.
Con natural timidez al tener que declarar frente a un desconocido, como resultaba el fiscal, a medida que pasó el interrogatorio se fueron soltando, despojando de los temores y casi salvajemente (si por salvaje se entiende el sentido de libertad) relataron lo que Hugo Ramírez les hacía en el merendero, muchas de las veces aprovechando que la mujer de la casa, Virginia Sánchez, no se encontraba.
Con paciencia, el fiscal fue llevando la entrevista de las chicas que, como resulta lógico en este tipo de testimonios, iban saltando de un episodio a otro sin mayor correlación, empero a priori resultaron creíbles, sin indicios de haber sido “contaminadas” por la intromisión de mayores y el correveidile de una barriada que estaba en plena ebullición al destaparse semejante situación.
Las niñas fueron contestes y coincidentes a la hora de señalar el exhibicionismo que proponía Rodríguez. Desde mostrarle revistas con imágenes obscenas al “famoso” mazo de cartas con imágenes de hombres desnudos e incluso fotografías de su celular mostrando sus partes íntimas o besándose con una mujer, hasta mensajes “subidos de tono” de una presunta amante.
Asimismo, fueron concurrentes a la hora de reseñar dónde Ramírez guardaba el material “prohibido”, “donde Hugo guardaba la porquería”, supo graficar una de las niñas. Se trataba de una heladera en desuso que usaba como placar en su habitación.
La versión más “pesada” que ahondó en la conmoción de los presentes fue cuando una de las menores no sólo refirió a las imágenes obscenas, sino también que señaló escenas abusivas de parte del acusado. A más datos, detalló cómo Ramírez le mostraba sus partes íntimas y las exhibía en la mesada del comedor. A más aberraciones, la niña también agregó sobre intentos de tocamiento por debajo de la mesa donde merendaban cuando jugaban a los naipes y que en alguna oportunidad le habría ofrecido sexo oral.
Cuando el reloj marcaba las 15, el Tribunal dio por culminada la nueva audiencia, programando un cuarto intermedio hasta mañana a las 9, cuando se retomen las otras cuatro grabaciones del resto de los chicos involucrados que oportunamente relataron y fueron registrados también bajo la modalidad de cámara gesell. El tenor de lo que viene, se sabe, transita por el mismo denso y sórdido carril, con la salvedad de una de las niñas que falta escuchar (en la audiencia) quien supo declarar algo más que el exhibicionismo ventilado. Habló de abusos, delito más complejo a la hora de gravar la eventual pena a imponer, con el aditamento de esclarecer si se está frente a hechos de corrupción, la figura que en definitiva lo llevó a Ramírez a la cárcel hace un año y medio y a que hoy concurra al juicio esposado.
Testigos complementarios
Antes de los relatos filmados de las niñas, desfilaron frente al Tribunal testigos convocados por la defensa que redundaron en tratar de dejar sentado el buen concepto del que gozaban los Ramírez con su trabajo social, incluso estrechamente vinculado al Municipio, que los beneficiaba con planes sociales a cambio de la contraprestación que ofrecían en la vecindad.
Desde otro de los hijos del matrimonio, hasta un par de vecinas, refirieron a la actividad que se desplegaba en el merendero y negaron tajantemente que hubieran visto escenas promiscuas u obscenas en la casa del escándalo.
Igualmente, el fiscal no dejó escapar uno de los testimonios de una vecina que a preguntas del defensor hablaba loas de Ramírez y compañía, pero al recordarle lo que había manifestado en su primera declaración plasmada en el expediente debió volver sobre sus pasos, o mejor dicho sus palabras.
Allí la mujer, que supo recibir un plan de jefa de hogar a cambio de colaborar con el merendero, ponía en duda la honradez de Ramírez a la hora del manejo de las donaciones que recibía, como así también dejaba en claro que no había ido más al lugar a colaborar porque era explotada como mula, cuando él no hacía nada y no conocía un trabajo estable. Detalles, circunstancias que no hacían al objeto del proceso y por ello el presidente del Tribunal, Pablo Galli, pidió salir de dicho tenor del interrogatorio, a lo que las partes aceptaron sin más.
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