Se estrena el cortometraje “Rivero”
El viernes 27 de marzo a partir de las 21, en la sala Multimedial I de la Facultad de Arte de la Unicén, 9 de Julio 430, se estrenará el cortometraje “Rivero” del joven y prolífico director Favio López, realizado por Fritz & Frutz Producciones de la ciudad de Buenos Aires y contando con el apoyo y el aval institucional de la Facultad de Arte.
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Filmado íntegramente en Tandil, el cortometraje está basado en la historieta “A la luz de una vela” del guionista tandilense Raúl O. Echegaray, en tanto que el guión cinematográfico fue realizado por Malmstem Rott.
“Rivero” es el nombre del personaje central y se remite a una situación de pesadilla que vive en sus rutinas nocturnas como sereno de un cementerio. La única voz que lleva el hilo de la narración es la suya. Todos han hecho caso omiso a sus alucinados relatos de lo que ve o cree ver y esto conllevará a un inesperado y trágico desenlace.
Trabajo en equipo
Esta realización es el producto de un grupo de gente de cine que actualmente se encuentra trabajando en el guión para el proyecto de filmación del largometraje basado en el álbum de historietas Diario de Plaza Moreno, presentado en el año 2002, con guiones de Raúl O. Echegaray y dibujos del fallecido Ricardo Garijo.
Ambos proyectos fueron generados a instancias de Leandro Carabajal, un joven tandilense que ofició como director de producción, contando con el inestimable apoyo de Federico Deym y de Walter Vicente.
La ficha técnica se complementa con siguientes personas: Favio López (fotografía, edición y posproducción), Violeta Maluendres (arte). Juan Acuña (música y posproducción de sonido), Malmstem Rott (ayudante de dirección), Marina Delavanso (asistente de dirección), Juana Echeverría (maquillaje) y el elenco conformado por: Federico Deym, Raúl Echegaray, Juan Antonio Blanc, Pablo Paz, Juan Carlos Bellio, Eduardo Carabajal y Favio López.
Fragmentos de “Ocho Minutos Fantásticos”
La crítica de Eduardo Saglul dice que si la historieta “A la luz de una vela” incurre en el rigor de los mejores relatos del género fantástico, es debido a unas amenazas que permanecen invisibles, apenas entrevistas en la semipenumbra o directamente fuera de cuadro. Queda información suministrada a través del texto de una carta, pero cada uno de los datos es una pista que permite lecturas distintas.
Puede ser que Juan Rivero, sereno de un cementerio sin nombre, esté loco y que los monstruos o fantasmas sean producto de su alucinación. También puede ser que maneje información verdadera y que los monstruos existan. Cada escena baraja en simultáneo éstas y otras posibilidades, todas ellas suministradas desde un punto de vista excluyente, el punto de vista del mismo Rivero. Como buen relato fantástico está destinado a celebrar el misterio, mantenerlo vivo e irreductible frente a las aplanadoras de la imaginación.
Fabio López, un cortometrajista veterano y joven al mismo tiempo, advirtió que “A la luz de una vela” constituía un guión gráfico en potencia y quiso filmarla. El resultado exalta los aciertos del material original mediante una solvencia narrativa sin fisuras.
Hay soluciones audiovisuales que parecen inspiradas en el inmenso universo mitológico de Howard Phillips Lovecraft (“El color que cayó del cielo”). Hay puertas henchidas de horror, como en “El modelo de Pickman” y los tránsitos sobrenaturales que cada tanto barren la pantalla parecen tomados de “En la boca del miedo”, uno de los mejores films de John Carpenter inspirados en varios de los cuentos levecraftianos pertenecientes al ciclo de los mitos de Cthlhu.
Al esquivar toda sobreactuación, el actor Federico Deim le otorga a Rivero un fatalismo que puede confundirse con serenidad. El personaje ha tocado el techo. Está preparado para morir, haya leído o no a Platón. Pero esto no le impide pedir ayuda. Lo hace con cierta bronca, descontando la incredulidad con la cual un juez, al que imagina cobijado bajo un techo confortable y seguro, dará lectura a sus últimas líneas. Queda dicho, desde el momento en que se siente acorralado en el fondo de un empleo calificado de “miserable”, que las monstruosidades no son únicamente sobrenaturales. Hay lugar para la piedad, pero aparece para recibir una bala perdida.
Si hay otra presencia imprescindible para dar consistencia y credibilidad a la historia es la del cementerio, para el caso mejor llamado necrópolis o ciudad de los muertos en la cual el protagonista resulta un habitante que debe ser suprimido. El hábitat de Rivero es tan funcional como para ser al mismo tiempo vivienda, oficina, depósito de ataúdes, galpón rural, celda carcelaria. La vela, una carta, una lapicera, una hoz, una pala contribuyen a dar forma a un ambiente pretecnológico, de antigua data o localización escurridiza, con lo cual esos objetos pasan directamente a ocupar un lugar específico en el tiempo y en el espacio del cortometraje.
Apenas iluminado, el refugio de Rivero parece flotar en medio de una niebla persistente. La cámara toma distancia y desde arriba muestra una panorámica que abarca las distintas alturas edilicias del cementerio. Perspectiva y encuadre acentúan el parecido con otra ciudad, mucho más iluminada ubicada a pocas cuadras.
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