Testimonios dejaron muy complicados a los acusados del homicidio de Marito Maciel
En la segunda jornada del juicio, una testigo clave reconoció a Concha y Molina como a quienes apuñalaron a Marito en aquella reyerta mortal. A pesar de sus miedos, la mujer que se presento bajo identidad reservada los identificó y agregó más informaciones que la que hasta ayer había aportado al expediente
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Ayer se desarrolló el segundo capítulo del juicio oral y público que definirá la suerte procesal de Matías Concha y Jesús Angel Molina, acusados por el asesinato de Marito Maciel en las puertas de Sol Disco.
El correlato del debate contempló nuevos testimonios, con la misma tensión y miedos a la hora de exponer frente al Tribunal y un público ávido por seguir las alternativas de un juicio complejo por las circunstancias de los sucesos (una reyerta callejera multitudinaria) y las características de sus protagonistas principales como de reparto, aquellos que resultaron testigos de la pelea que terminó en muerte. Empero, entradas la tarde, irrumpió en escena una testigo clave, quien a pesar de aquellos mismos miedos manifiestos, pero sin intereses para con unos ni con otros, torcería la hasta aquí timorata postura de los que la habían antecedido y declarado.
Con solvencia, y a pesar de algún mal momento vivido a lo largo de su relato, propio de la tensión reinante y el fragor del interrogatorio de los defensores, ratificó que los dos hombres que estaban sentados en el banquillo de los acusados, los que ella había reconocido en rueda de reconocimiento durante la instrucción penal del caso, fueron los que apuñalaron, en distintas acciones dentro de aquella reyerta, a Marito Maciel. Concha y Molina, quedaron complicados. Muy complicados a los ojos de los que siguen el caso y buscan esclarecer cómo y quiénes mataron a Marito.
Es más, la testigo (la cual se reserva su identidad a pedido de las partes), agregó más información a la que hasta aquí había arribado la acusación al juicio, lo que causó sorpresa en el fiscal como en los defensores.
La mujer añadió a su versión, ya plasmada en el expediente, un episodio dentro de la escena virulenta que descolocó a las partes, sobre todo al defensor Carlos Kolbl, quien representa al acusado Concha.
Es que la testigo aseveró que en medio de la trifulca Marito Maciel fue hacia el auto de su cuñado estacionado sobre Del Valle como a buscar alguna arma para repeler las agresiones. Fue allí cuando de espalda -al decir de la declarante- Concha la asestó al menos una acuchillada. Semejante descripción va en detrimento del espíritu defensista que alude a que Concha actuó en legítima defensa ante las agresiones de Maciel.
Angel Jesús Molina, en tanto, si hasta aquí miraba casi como espectador sobre lo que los testigos decían, su tranquilidad se vería totalmente desestabilizada ante las aseveraciones de la mujer, quien dijo sin miramientos que él había sido al que ella vio apuñalando a Marito cuando éste estaba ya en el piso.
Cabe consignar que la mujer intercedió en la pelea y tuvo a centímetros de su rostro a quien dice reconocer. De hecho, vale reseñar, cuando se realizaron las ruedas de reconocimiento no dudó un instante en aquellos ojos, esa mirada y “cara de loco” que guardó en sus retinas (ver aparte).
Segunda audiencia
Como se dijo, la espesa sensación de tensión reinante no sólo se respiraba entre aquellos que tienen intereses en juego, aquellos familiares de la víctima como los señalados como victimarios, sino que ayer también se trasladó en los avezados profesionales, provocándose algunos intensos cruces de opiniones entre fiscal, particular damnificado y defensores, sobre todo a la hora de las formas de interrogar a aquellos que debían recordar lo que habían visto aquella madrugada de marzo de 2013. De todas formas, con cintura, el presidente del Tribunal, Guillermo Arecha (secundado por Pablo Galli y Gustavo Echeverría), logró sortear las discrepancias y avanzar en el complejo entramado, intentando desentrañar la red de miedos, complicidades y apatía, incluso en aquellos testigos que paradójicamente pertenecen al seno más intimo de la víctima.
En efecto, el primero en desfilar frente al Tribunal resultó Nahuel Souto, amigo de Marito, quien fue testigo primero y protagonista incluso de la reyerta, cuando intervino al ver que les estaban pegando a su amigo y al padre, en Del Valle y Lisandro de la Torre. Sin embargo, poco aportó a dilucidar cómo sucedieron los acontecimientos y mucho menos quiénes participaron de los mismos.
Ni la insistencia del fiscal como los defensores logró torcer la tesitura de quien se presentó como amigo de la víctima. Apenas aludió a que estaba con su novia discutiendo en la panchería (en la plazoleta frente al boliche) cuando vio que se estaban peleando en la esquina. Que fue hacia allí y se metió en la pelea para defenderlos, pero luego -dijo- perdió de vista a Marito como al padre, ya que su novia lo retiró de la disputa a puños y patadas, sin más. Las partes repreguntaron sobre si reconocía alguno de los integrantes de la reyerta, como así también si luego supo las causales de la pelea como los autores del asesinato de su amigo. Souto optó por el silencio. Dijo no poder reconocer a nadie, ni que tampoco habló después del hecho sobre qué había ocurrido. Si vio o no, seguramente se lo llevó aquel día que enterró a su amigo en el cementerio.
Más clara resultó su ex novia, Olga Vecino, aunque tampoco resultó creíble al decir que no supo reconocer a los que protagonizaban la batahola, cuando en verdad se trata de todos jóvenes de la misma vecindad.
Sí resultó interesante para la defensa cuando reseñó de aquella pelea primigenia que observó al papá de Marito revoleando un cinto de color blanco, claramente golpeando o respondiendo a las agresiones que le estaba propinando un par de muchachos.
Tampoco tuvo empacho en referir a que había visto con anterioridad a Marito dentro del boliche, aspirando cocaína en el puente que cruza el local bailable.
Testigo que ubica a Molina
Otro de los testimonios que aportó al debate resultó ser Enzo Graciano, quien más allá de los inconvenientes a la hora de poder expresarse con fluidez y sin temores, ante el esfuerzo del fiscal terminó confiando que reconoció a Molina como a uno de los protagonistas de la pelea.
Si bien dijo no haber visto ningún cuchillo, sí detalló sobre los golpes que se propinaban entre varios, dando nombres varios de viejos conocidos de su barrio, entre ellos Jesús Molina, detalle que servía a los intereses del ministerio público.
Las idas y vueltas en sus dichos provocaron algunos cortocircuitos entre acusación y defensa, ante las preguntas, repreguntas e interrupciones mutuas en pos de llevar agua para sus molinos, respecto a sus respectivas estrategias.
Sin más, el fiscal Morey solicitaría luego al Tribunal que se desalojara la sala para que la “testigo estrella” pudiera prestar declaración. Situación avalada por los jueces que dispusieron un cuarto intermedio para que los imputados fueran ocultados dentro de la sala por la custodia policial. Afuera quedaron las familias en pugna, y adentro, herméticamente y sin ser divisada, ingresaba la testigo que, a pesar de sus recaudos y miedos, cambiaría rotundamente lo que hasta aquí se había vivenciado. Lejos de las dubitaciones, balbuceos y timideces, la mujer contaría todo lo que sabía.
Con su relato y otro testigo más, afín a las anteriores descomprometidas intervenciones, cerraría la segunda audiencia. La semana próxima habría más por escuchar.
La testigo que vio todo
La testigo, entonces, no era una declarante más. Fue la mujer que se presentó espontáneamente en la sede fiscal a días del suceso, conmovida por los dichos y las súplicas de Marcela Aranda (hermana de Marito) frente a los micrófonos de Eco TV, pidiendo por testigos y exigiendo justicia por la muerte injusta, como así también enojada por lo que había sido el accionar (mejor dicho inacción) policial frente a lo que ella fue testigo predilecta.
La mujer contó que al salir de Sol Disco se dirigió a la vereda de enfrente, donde está la agencia de autos Pieri, se sentó junto al cordón de la calle y se puso a hablar por teléfono, mientras observaba que a sus espaldas, sobre la vidriera, había tres policías parados, vestidos con sus respectivos uniformes y chalecos. Que un grupo de personas conocidas de la dicente estaba precisamente en la esquina de la agencia -es decir en calle Yrigoyen y Del Valle-. Que mientras hablaba por teléfono, vio que en la esquina opuesta conformada (Del Valle y Lisandro de la Torre), se produjo una corrida de personas, en la que unos veinte sujetos atacaban peleando a un solo sujeto. Ante ello, la testigo dejó de hablar por teléfono, se dio vuelta y le dijo a esos policías que hicieran algo, contestando estos que no podían hacer nada, que no se podían meter. Que ante esa respuesta la declarante les dijo “¿para qué están acá?”, recibiendo como respuesta la misma: “No nos podemos meter”.
Entonces, ella, parándose y caminando hacia atrás, hacia donde estaban sus conocidos, les dijo a esos policías: “¡Pero cómo!, ¿ustedes no hicieron un juramento y están para cuidarnos?”, viendo que uno de esos policías levantó uno de sus brazos como llamando a otros policías que estaban en un patrullero estacionado en un gomería que hay al lado de esa agencia de autos.
El grupo de conocidos de la joven salió corriendo en dirección hacia esa pelea, “de chusmos”, y ella salió detrás de ellos, también “para chusmear”, llegando hasta la mitad de la avenida.
Cuando llegó a ese punto, observó que el grupo que mencionara que estaba en esa pelea se dividió. Un grupo quedó sobre Lisandro de la Torre y otro grupo de personas cruzó Del Valle como hacia la agencia de autos Lynch. Que ahí observó cómo a una persona de unos entre 40 ó 50 años lo estaban golpeando entre otras 15 personas jóvenes, siendo que le arrojaban golpes de puño y patadas por todo el cuerpo, haciendo que éste cayera al piso varias veces, y a medida que se levantaba, lo volvían a golpear y a tirar al piso.
Al lado de este tumulto observó que otro grupo de unas 10 personas estaban peleándose con un chico gordito que se veía que estaba solo y al cual no podían tirar al piso, notando que éste sólo atinaba a agachar la cabeza y cubrirse, no viendo que este muchacho pudiera ni siquiera tirar un golpe ya que lo tenían acorralado.
La testigo luego observó que este chico gordito al que estaban golpeando (Marito), salió caminando de la vereda y se desplomó sobre Del Valle, cayendo boca abajo, observando que estaba cortado a la altura del omóplato de su brazo izquierdo.
Una vez que cayó al suelo, se le vuelven a acercar cuatro personas que estaban metidas en la pelea, y mientras que tres de ellos lo vuelven a patear, el restante sujeto se le acerca, se agacha y le aplica cuatro puñaladas a la altura de la espalda, del lado izquierdo. En ese instante ella se acerca hacia este sujeto que estaba apuñalando al muchacho, lo toma del brazo y le dice: “¡Ey, quéhacés!” (sic), a lo que este sujeto se incorpora, la mira, y se va del lugar.
La testigo ratificó que observó el cuchillo de este sujeto, el cual por el largo de la hoja parecía de carnicero.
Ella entonces se acercó hasta los otros tres pibes que estaban pateando al muchacho, siendo que uno de ellos estaba sobre sus pies, otro en la cabeza, y otro a la altura de la panza, y los saca de allí también, escuchando que estos le decían al muchacho “esto es para que aprendas” (sic), retirándose de allí en motos.
Recién cuando se van estos muchachos, Marito intentó incorporarse del suelo, pero sólo pudo apenas moverse un poco, quedando tirado como de costado, notando ella que le salía de sangre de la boca y que respiraba con mucha dificultad.
“Recién allí -dijo- se acercó uno de los policías y como que le levanta el buzo al chico tirado, y se empieza a alejar”, observando que este muchacho tenía sobre su mano izquierda un cuchillo y un destornillador, mano a su vez apoyada sobre su pecho.
Cabe consignar que además de lo que expuesto, la testigo luego los reconocería en rueda de personas, tanto a Concha como a Molina.
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