Un personaje siniestro, cerebro de un peligroso “clan”
Arquímedes Puccio, quien recuperó su libertad luego de pasar más de dos décadas detenido, fue el cerebro de la sanguinaria ganización delictiva conocida como “Clan Puccio”.
El padre de Alejandro, fallecido el pasado 30 de junio, era quien estaba al mando de toda la organización, decidía a qué personas secuestrar y también cómo iban a llevarse adelante las negociaciones con los familiares. Pero también Arquímedes Puccio fue quien tomó la decisión de matar a Ricardo Manoukian el 22 de julio de 1982, pese a que la familia del empresario había pagado 500 mil dólares como rescate.
La decisión de Arquímedes sobre la vida de Manoukian la tomó porque el empresario conocía a su hijo Alejandro. Así, tras tenerlo encerrado 11 días en un baño y cobrar un jugoso rescate, decidió matarlo. Sin embargo, no fue el propio Arquímedes el que mató a Manoukian, sino que lo ejecutaron su hijo Alejandro y Guillermo Fernández Laborde, quien también formó parte del “clan”.
Pero fue Arquímedes quien tuvo un papel principal en el caso del empresario Emilio Naum (el 22 de junio de 1984), ya que el propio líder del “clan” lo mató de varios disparos cuando la víctima intentó resistirse. Es que Arquímedes le había hecho señas a Naum para que detuviera su automóvil y así poder secuestrarlo, pero ante la resistencia del empresario, el padre de los Puccio lo mató.
El cerebro del “clan Puccio” organizaba toda la logística para cometer los secuestros, y actuaba con una crueldad suprema, tanto en las condiciones en que mantenían a los rehenes, como con la forma para tratarlas y hablar con sus familiares. Luego de recibir la condena a reclusión perpetua por tiempo indeterminado, Arquímedes Puccio volvió a ser noticia en 2003, cuando a través de una cámara oculta, un programa de televisión comprobó que violaba su prisión domiciliaria con salidas de una vivienda de San Isidro. Por ese motivo volvió a la cárcel, en un penal de La Pampa, donde un día, salió para ir a una despensa que estaba frente al penal y se robó dos sobrecitos de sopa, que escondió en un bolsillo de su sobretodo.
En agosto de 2005, a raíz de la denuncia del dueño de la despensa, se le terminaron los privilegios y recayó en la Unidad Penal 4, de Santa Rosa, de donde ayer recuperó su libertad, por cumplir los dos tercios de la condena.
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