Violencia es mentir
La inseguridad instalada en el país, que no deja de multiplicar casos delictivos y de intensificar su violencia, volvió a mostrar su voracidad esta semana.
No es novedad lo de su omnipresencia, como no lo es tampoco el cúmulo de factores que la originan, comenzando por un sistema que excluye hasta parir una sociedad pauperizada.
Pero esta vez, el tema retumbó en los medios de comunicación por el carácter de la víctima, Fernando Cáceres, un ex futbolista internacional que agoniza tras haber tropezado con un monstruo de mil cabezas. Creado, alimentado y amparado por buena parte de la clase dirigente hasta tornarse inmanejable.
A partir de allí, se sucedió el desfile mediático de políticos hasta aquí incapaces de ponerle aunque fuere un freno al fenómeno. Sobraron los debates, de todos los niveles, con mil protagonistas y sus respectivas recetas. En ese contexto, vale decir que volvieron a sobrevolar las mesas redondas peligrosas teorías que ostentan soluciones extremas. Lo inverosímil se presentó una vez más ante la mirada absorta de una sociedad que, a estas alturas, no atina a nada.
En medio de la discusión, el gobernador Daniel Scioli pasó por Tandil, entregó viviendas e hizo política. De la barata, claro. Durante la semana, no se había cansado de repetir lo de su lucha contra el narcotráfico, los desarmaderos y los excesos de la nocturnidad. Todo matizado con autoelogios a la depuración policial y a su decidida voluntad de hacer cumplir las leyes con todo el rigor.
Resultó, y resulta, insuficiente. Los discursos hace rato que se han vaciado de contenido. Nadie en su sano juicio apostaría por soluciones mágicas. Tampoco debería perder de vista que el fondo de la cuestión necesitará un abordaje multidisciplinario que probablemente requiera de años.
Ya es hora de empezar.
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