El “rebusque” como opción al desempleo
El incremento en los índices de desocupación se vive en primera persona como la oportunidad de generar una salida temporal para procurar el sustento. Lucas, un joven tandilense, busca paliar la situación vendiendo tortas fritas. Su deseo es conseguir un trabajo fijo que le permita retomar sus estudios universitarios.
Según los últimos datos del Indec, la tasa de desocupación en Argentina subió del 9,1 al 10,1 por ciento en doce meses. Proyectado al total de la población urbana, esto significa que hay 1.920.000 personas sin trabajo y si se incluye la población rural, el desempleo golpea a más de 2 millones de ciudadanos.
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En el país, el desempleo afecta más a los jóvenes que a los adultos. En este segmento la tasa de desocupación aumentó del 20,9 al 23,1 por ciento entre mujeres y subió del 15,3 al 18,5 por ciento entre los varones.
En Tandil, las cifras son similares a los guarismos que releva el ente de estadísticas nacional, por lo que en la ciudad se traduce en unas 6 mil personas sin trabajo.
Desde la sociología, el empleo se define como un elemento esencial para el sostenimiento y desarrollo de cualquier sociedad. En términos generales, porque es la base de la economía productiva y como tal, un factor básico para el crecimiento y funcionamiento económico.
Pero el empleo actúa también como principio de cohesión y justicia social, posibilitando la participación de las personas, la distribución de la riqueza y la garantía de los derechos.
El desempleo, entonces, se presenta como una situación anómala, fuera de lo deseable y al quedar al margen de la estructura productiva, las personas se alejan simbólica y fácticamente del sistema global de sus sociedades.
Un desempleado recibe, en el mejor de los casos, una remuneración limitada que por lo general es escasa. Esto restringe las capacidades propias de desarrollo y a menudo también las del núcleo familiar.
Carecer de un rol en el mundo laboral aleja a las personas de otras posibilidades de participación y de oportunidades de socialización, por no contar con los medios suficientes para poder ser un resorte activo dentro de la dinámica colectiva.
Además, a nivel individual, el empleo permite la mejora de los estándares de vida y las cotas de bienestar personal y social. En definitiva, permite a las personas llevar una vida más digna.
Pero más allá de los números y de las definiciones, detrás de cada uno de los casos que engrosan esta realidad existen rostros e historias particulares que se suscriben a la necesidad de generar la oportunidad de un “rebusque” que, en el mientras tanto, pueda mitigar la situación.
Procurar el sustento
Desde hace unos días los conductores y transeúntes que se desplazan por avenida Fleming advirtieron la presencia de un cartel que se alza sobre el bulevar. Sobre la pizarra un mensaje directo, escrito en imprentas mayúsculas, comparte un interrogante con los que por allí se movilizan: ¿para qué robar si puedo trabajar?
El autor de este anuncio se aposta a metros del andén, sobre el ingreso al predio del área de Vialidad municipal. Se llama Lucas Dornes, tiene 30 años y es nacido y criado en Tandil. Cursó sus estudio en la exescuela de Comercio, logró su título secundario e ingresó en la Unicen en la carrera de Administración de Empresas, aunque no logró culminar la etapa universitaria.
Hace tres años decidió emprender un viaje como mochilero y recorrió varios países de Sudamérica. Su idea era sumar vivencias y conocer otras culturas. Durante su estancia en Brasil, Paraguay y Uruguay se desempeñó como bachero, albañil y sumó experiencia en carpintería. Finalmente, regresó a su ciudad natal en busca de una nueva oportunidad de trabajo.
Pero ante la imposibilidad de encontrar un cupo laboral, decidió iniciar un emprendimiento y todos los días desde las 6.30 de la mañana, ofrece tortas fritas que prepara con toda cautela en un improvisado puesto de venta.
Lucas, con una sonrisa, contó acerca de esta decisión que tiene como finalidad obtener el sustento que necesita para “parar la olla”.
-¿Qué fue lo que te impulsó a tomar esta iniciativa?
-Bueno, yo estuve un tiempo fuera de la ciudad y cuando regresé a Tandil, empecé a buscar trabajo ofreciendo primero mis conocimientos en las cosas que sé hacer. Después me volqué a cualquier tarea, porque soy bastante autodidacta y en aquellas actividades que desconozco, trato de informarme y aprender. Como no salía la posibilidad de que me contraten, sumado a que la situación en general está difícil, decidí armar un puestito en un sitio donde no molesto a los comerciantes y que a su vez pueda ser visible para quienes pasan por el lugar.
-¿Cómo te organizás con la logística en general?
-Por suerte, aquí a pocos metros hay una vecina que me dio espacio en su domicilio para poder guardar algunas cosas. La mesa, la pizarra, la garrafa y los insumos que puedo dejar guardados, los dejo ahí. Después, la materia prima la preparo en mi casa la noche anterior. Me levanto a las 6 y salgo para acá. Por lo general a las 6.30 ya estoy con el puesto armado y empiezo a cocinar las primeras tortas fritas. La mayoría las hago en el momento para que el cliente se las lleve calentitas. Por ahora amaso una cantidad que me permite vender entre 7 y 10 docenas diarias.
-¿Cuál es la respuesta de la gente?
–Es buena. Por lo general pasan, advierten que está el puesto y a la vuelta se bajan a comprar. Los trabajadores de Vialidad muchas mañanas me encargan para la hora del mate y también los colectiveros. Las vendo a 100 pesos por docena, pero hay gente que lleva media o menos para probarlas, sobre todo. Por el momento tienen buena aceptación. Hay días mejores que otros. A veces me quedo hasta entrada la tarde y en otras ocasiones, me voy más temprano porque me quedo sin insumos.
-¿La masa o la cocción guardan algún secreto?
–La masa sí, pero no lo puedo compartir (se sonríe). Me enseñaron a prepararla de una manera que es más saludable y tiene algún ingrediente que no voy a develar. Después, hay que ser muy cuidadoso con la temperatura del aceite. En realidad, yo frío en grasa que tiene estar bien caliente para que la masa no absorba nada. Primero voy controlando con pequeños pedacitos de preparación qué grado de calor tiene y una vez que se logra, las cocino. Luego las escurro y las paso por azúcar. A mí me gusta ser prolijo y trato de cuidar los detalles. Manipulo todo con guantes, uso gorro para prevenir la caída del cabello y ofrezco a los clientes alcohol en gel.
-El mensaje que das en el cartel, ¿ayudó a captar más clientes?
–Ayudó para que la gente preste atención. En mi interior y gracias a Dios como fui criado nunca pensé que ir a robar fuera una opción porque entiendo que no es necesario. A mí me gusta aprender, trabajar, soy sano y por lo tanto, puedo incorporar conocimientos. De hecho, estoy pensando en un futuro no muy lejano volver a retomar la carrera no sólo para hacerme de un título universitario, sino para poder adquirir otros contenidos. También me gustaría tener un trabajo fijo aunque lo que hago ahora, esto de pelearla día a día, también representa un desafío.
-¿Tenés alguna mirada respecto a la cuestión laboral?
–Creo que la comodidad es un enemigo muy importante. Sobre todo para aquellos que pertenecen a mi generación y piensan que todo les puede llegar de arriba. Uno puede ser más proactivo y no quedarse quieto en el lamento. Yo siempre tuve el modelo de trabajo en mi casa porque mi papá ahora está jubilado, pero se levantaba a las 3 de la mañana para ir a cumplir con sus responsabilidades. Las posibilidades y el mundo son muy grandes como para quedarse quieto en un rincón.
Insistir, a pesar de la adversidad
Lucas, además, preguntó por alguna sugerencia en relación a las posibles mejoras que podría introducir en el puesto.
“Quisiera poner una sombrilla para no tener que levantar todo e irme cuando se larga a llover porque justo es cuando la gente, busca más consumir este tipo de producto”, evaluó.
Por otra parte, relató que en sus inicios contaba con una mesa de mayores dimensiones pero en un descuido, alguien que pasó por el lugar se la llevó.
“Esta mesa es un sustituto porque la que tenía, me la robaron”, se lamentó, al tiempo que describió que antes de contar con el espacio que la vecina le destinó para guardar sus elementos, cargaba al hombro a diario la estructura para el armado.
“Fue un descuido, como la mesa era lo más grande y pesado, la dejé a un costado del camino y cuando hice el recorrido para buscar el resto de las cosas, volví y ya no estaba”.
El episodio no lo desalentó y lejos de dar por perdido un día de ventas, fue asistido por la vecina (Lilian), quien le prestó una mesa hasta que Lucas pudiera hacerse nuevamente de esta herramienta.
“Robar es fácil, para mí está lejos de ser una opción, aunque se ve que para otros no”, reflexionó el joven.