Casas rodantes, una pasión de familias y bohemios o la única opción de tener un techo
La vida sobre ruedas tiene sus beneficios pero también obliga a renunciar a la comodidad de una casa tradicional. Esta alternativa tiene cientos de adeptos. En Buenos Aires, los apasionados de las casas rodantes cenan cada 15 días en la sede social del Ranchomóvil Club Argentino. Allí debaten sobre los modelos europeos, compactos y ágiles, y los de Estados Unidos, más amplios y lujosos.
Unas 120 familias organizan cada dos meses salidas por Argentina en sus casas rodantes, con modelos económicos y usados de 90 mil pesos hasta vehículos sofisticados con paneles solares valuados en 150 mil dólares, un hobby que también es una forma de vida para bohemios o familias que encuentra allí la única opción de tener un techo.
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Aunque no todos quieren renunciar a la comodidad de una cama, una ducha de agua tibia y un espacio donde guardar objetos, electrodomésticos o muebles, los que se permiten dejar el hogar descubren que la vida sobre ruedas puede ser fascinante: no se paga alquiler, ni expensas, ni impuestos.
“El capitalismo, lo primero que hace, es alejarte de la naturaleza”, dijo a Télam Diego L. y mira el parque Centenario, en el barrio porteño de Caballito, que se convirtió en su jardín desde que estacionó allí el motorhome Mercedes Benz 608.
Diego, de 63 años, usa el agua del parque, el wifi del bar de enfrente y la ducha de un amigo, hace las compras en un supermercado cercano y camina todos los días para fortalecer las piernas. Vive con 200 pesos por día.
Vida nómade
A los 19 años partió desde Buenos Aires hacia Pune, en India, donde fue tres años discípulo de Osho -gurú y líder del Movimiento del Potencial Humano-; desde allí se fue a Nepal y a finales de la década de 1970 viró hacia Europa, pero después regresó a América y con base en Guatemala, viajó a Honduras y México.
Ahora, es un vecino atípico en del Parque Centenario: charla con los vendedores y señoras del barrio. “Es la primera vez en 40 años que completo el ciclo de las cuatro estaciones en un mismo lugar”, se enorgullece.
El espíritu nómade es más común de lo que parece. En Buenos Aires, los apasionados de las casas rodantes cenan cada 15 días en la sede social del Ranchomóvil Club Argentino, donde debaten si los modelos europeos, compactos y ágiles, son mejores que los de Estados Unidos, amplios y lujosos.
Y también ponderan los motorhome argentinos: en el país hay unos 20 fabricantes de casas rodantes, y los líderes del mercado llegan a fabricar, por encargo, entre 15 y 17 unidades por año.
Los modelos disponibles
Con 90 mil pesos se consigue una casa rodante de arrastre, usada y con comodidades básicas, pero el motorhome más caro disponible en Argentina cuesta 150.000 dólares, tiene carrocería Mercedes Benz Sprinter 515 y paneles solares que dan una semana de autonomía energética. Sólo para exigentes.
Ese tipo de vehículo tiene, como mínimo, una cama matrimonial, baño, cocina con anafe, bacha y heladera y un comedor donde la mesa se convierte en cama, pero el dueño puede agregar aire acondicionado, estufa y televisión.
También tienen dos tanques que deben vaciarse periódicamente, el de aguas grises y el de los desechos del inodoro.
Arturo Gorín, vicepresidente de Ranchomóvil, lamenta que los campings argentinos todavía no tengan la infraestructura que hay en otros países: “Para descargar las aguas grises, con la que lavás los platos, no hay problema, y para lo otro tenés que encontrar una alcantarilla, cuenta a Télam.
El Ranchomóvil tiene más de 120 familias asociadas y organiza salidas cada dos meses a 100 o 150 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, más dos caravanas anuales, una en verano y otra en invierno. En 2004 se hizo la más numerosa, cuando unos 100 vehículos recorrieron el país.
La alternativa para una familia
Pero no todo es aventura en el mundo de las casas rodantes. Alberto López, de 47 años, vive con su familia en una modelo 1973 en el barrio porteño de San Cristóbal, que se convirtió en su último recurso antes de quedar en la calle.
“Acá tenemos un lugar. Es chiquita pero es nuestra, la compramos con papeles”, dijo a Télam Alberto, casado y padre de seis hijos, que solía alquilar con su familia una pieza en un conventillo hasta que se vendió.
Este jefe de hogar sabe hacer de todo, fue plomero, albañil, mozo y chofer, pero ahora es cartonero y sueña con comprar un terreno para construir su casa.
Mientras Diego se duerme escuchando los grillos del Parque Centenario, Alberto casi no descansa preocupado porque a la noche le roban lo que deja afuera, y Arturo sueña con la próxima escapada campera del Ranchomóvil. Postales rodantes de hogar dulce hogar. (Télam)