Necrológicas
MARTA ELENA MONTEAVARO
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Marta Elena Monteavaro de Lejarreta nació el 13 de octubre de 1932 y falleció el 28 de junio de 2018. Sus padres fueron Graciana y Honorio y tuvo tres hermanos: Abelo, Achín y Ramucho. Se casó a los 23 años con Roberto Lejarreta, con quien compartió 62 años de matrimonio y a quien acompañó en el proceso de fundación del Gure Etxea de Tandil.
Con Roberto tuvo a sus dos hijos: Cecilia y Alejandro. Fue docente durante toda su vida en escuelas públicas. Siempre dedicó tiempo a su querida parroquia Sagrado Corazón en donde desde Cáritas, conjugó sus dos pasiones: enseñar y profesar su fe católica, preparando así a decenas de niños y niñas para tomar su primera comunión.
En todas sus actividades Marta cosechó grandes amigas, con quienes compartía tardes de té y charlas. Durante las últimas tres décadas, Marta fue una abuela de tiempo completo, convirtiéndose en figura indispensable e incondicional para sus cinco nietos Manuelita, Ignacio, Magdalena, Luis y Macarena, a quienes cuidó y acompañó desde la calidez de sus tratos y su sonrisa alegre.
Marta terminó sus días recibiendo todos esos abrazos que ella había dado y rodeada de amor.
MARIA ANA MENCHON DE MOLINA (MAMINA)
La familia de María Ana Menchón de Molina acercó un escrito con el que la quiere recordar. “Nació un domingo de carnaval, el 16 de febrero de 1920, uniéndose al grupo de lo que serían doce hermanos, hijos de don Juan Menchón y doña Ana María Gómez ambos oriundos de Arbolea, España.
Vivieron casi siempre en la zona rural de Tandil y algunos años en Mendoza capital. Cada uno fue formando su familia y así transcurría la vida con sus más y sus menos.
María Ana se casó el 29 de mayo de 1943 con Delmirio Molina (Pirucho) y así vivieron en el campo, en El Solcito. Allí criaron a sus hijos Olga y Néstor desarrollando una vida de sol, huerta, viajes, porque era laboriosa, coqueta, ingeniosa además de sociable. Todo esto hizo que su casa recibiera familiares, amigos, vecinos en cualquier época y momento.
Luchó para que sus hijos estudiaran y fue el “alma mater” de muchos avances para mejorar lo cotidiano. Ya no tenía interés en más proyectos, sobre todo desde que su hijo murió el 21 de febrero de 2017. Aunque parecía que iba superando esta situación las circunstancias indicaron que había llegado el momento de abandonarnos. Y así lo hizo, en paz, rodeada de sus principales afectos y también con su lucidez postrera algo justiciera, haciendo recordar algunas de sus premisas. Muchas gracias “Mamina” por todo lo que nos enseñaste, por tu vida y por tu ejemplo.
Tu gran familia conformada por hijas, hermanos, cuñados, sobrinos, sobrinos políticos, sobrinos nietos, nietos y bisnietos, nietos y bisnietos del corazón, primos, primos políticos, vecinos y amigos, muchos de aquellos que alguna vez compartieron una navidad, épocas de cosechas, platos de comidas y un rico asado hecho por vos.
No podemos dejar de agradecerles a sus convecinos de Alem 566 que realmente la cuidaron como la mascota que decían que eras. En especial a su encargada Silvia, una gran persona al igual que su familia. También Mecha Palavecino de González, a quien conocemos de toda la vida y ella todas las mañanas cuidaba sus despertares. A la familia Espada, en fin a todos los que habitaron el edificio, muchas gracias. El eterno agradecimiento al personal del Hospital Ramón Santamarina donde permaneció desde el 3 al 13 de mayo. A la doctora Cecilia Martens que la recibió y todo el grupo de guardia. Luego en el primer piso, la doctora Irene Equiza y equipo, incluyendo médicos, enfermeros, personal de limpieza, auxiliares, que con destreza, responsabilidad, orden, paciencia y sabiduría, la socorrieron en los últimos diez días de su larga vida.
Como agradecer la presencia a la hermana Margarita de SAFA, nuestra amiga, llegando todos los días con sus oraciones y su silenciosa compañía para reconfortarnos y también al sacerdote de Santa Ana que dejaba su protección para este viaje final que mamá emprendió el 13 de mayo a las 0.50 del 2018. Nuestro agradecimiento sincero para todos”.
BLANCA ELISA ECHEVARRIETA DE LAVAYÉN
El pasado 23 de junio falleció en Tandil, a la edad de 99 años, la señora Blanca Elisa Echevarrieta de Lavayén. Nació en Olavarría el 16 de diciembre de 1918, era hija de María Barcala y Eustaquio Echevarrieta. En su niñez vivió en la zona de Gardey donde hizo la escuela primaria.
El 5 de julio de 1944 se casó con Justo Lavayén y vivieron varios años dedicados a las tareas rurales como arrendatarios en Los Bosques de Figueroa. Posteriormente la familia, en 1967, se trasladó a Napaleofú a un campo en la Colonia La Suiza.
Sus hijos Jorge, Graciela y Daniel y sus hijos políticos Julia Reynoso, José Ernesto García y Cristina Sánchez. Sus nietos Mauricio y Jorgelina Lavayén, Alejandro, Sebastián y Esteban García y Walter y Juan Cruz Lavayén y nietos políticos; sus bisnietos Delfina, Justo, Morita, Juan Cruz, Segundo, Justina, Jacinto, Ernestina y Pilar agradecen a todos los que acompañaron. Sus restos fueron sepultados el sábado 23 de junio en el cementerio El Paraíso junto a los de su esposo fallecido hace 28 años.
JOSE RAUL AGUIRRES
El pasado 4 de julio falleció en Tandil el señor José Raúl Aguirres. Su señora quiere recordarlo con el siguiente escrito: “A mi querido y amado esposo, a días de tu partida no encuentro por qué me dejaste sola, amor. Por qué te fuiste tan pronto sabiendo que yo te necesitaba a mi lado. Me quedó un vacío tan grande.
Gracias por el amor y la paciencia que siempre tuviste para mí, mis hijos que los quisiste como si fueran tuyos. La paciencia que siempre tuviste para mis hermanos. Todos lloramos tu ausencia y nadie entiende tu partida. Cómo haré para vivir sin ti presencia, sin tu amor, sin tus manos, tus caricias. Ahora estás junto a tus cuñados que tanto amabas: Ismael y María. Te extrañamos. Espérame amor. Tu esposa Adela A. de Aguirres”.
JULIO ALFREDO RESTELLI
Julio Alfredo Restelli nació en Tandil en el año 1947, falleciendo el pasado 4 de julio a los 70 años, generando dolor y tristeza en los familiares y amigos que a lo largo de su vida supo cosechar.
“Cómo poner en palabras lo que uno siente. Cómo explicar tanto dolor por tu ausencia y tanto amor, ‘amor del verdadero’. Papá, abuelo o Freddy así te decíamos, te fuiste, nos dejaste físicamente pero no lo más valioso de vos que era ese humor, esa sonrisa o el recuerdo de la palabra justa cuando uno sentía que no podía. Al recordarte no puedo no traer a mi mente la cantidad de anécdotas y esa maravillosa forma de contar cada historia que hacía que uno lo estuviera viviendo con vos. Tu voz tanguera y esos largos ensayos para disfrutar de lo que amabas hacer y con tanta pasión hacías, cantar por placer. Y uno de los más lindos recuerdos tu rol de abuelo, siempre ahí presente, tan dulce, eras de esos abuelos con todas las letras. El ingenio al servicio de tus nietos, el armado de barquitos para disfrutar de la lluvia, remontar barriletes un día ventoso y disfrutar de la sonrisa que le sacabas a tus nietos o hacerlos dormir cantándoles canciones infantiles con ritmo de tango. Así eras vos, no sé si alcanzan las palabras para poder describirte.
Lo que es seguro que tus recuerdos, tus enseñanzas, nos van a guiar cada vez que tengamos que tomar una decisión, todo lo que nos enseñaste se pondrá en práctica para que sientas orgullo de nosotros.
Sé que no es una despedida, algún día nos volveremos a ver para darnos esos abrazos interminables y decirnos cada vez que nos veíamos ese ‘te amo’ por si nos olvidábamos. Te amamos viejito. Tus hijos y nietos”.
ANA VIRGINIA MIRANDA
Virginia Miranda nació el 16 de enero de 1962 en la localidad de Florencio Varela, falleció el 24 de junio. En una madrugada muy fría fue a reunirse con su mamá Ana Amable Goffi y su abuela María Angélica Moreno. Fue la mayor de varios hermanos; a los 7 años junto con Gladys y Gustavo se fueron a vivir con la abuela María, la que les inculcó muchos valores. Siempre juntos para todos lados, hasta el último día de su vida.
Estudió en la Escuela 1 Manuel Belgrano, toda la primaria y la secundaria en el Colegio Sagrada Familia, muy inteligente hasta llegar a ser abanderada, excelente compañera (sus compañeras plantaron un árbol en su memoria en el Dique).
Trabajó en el Banco Nacional de Desarrollo (Banade), en cual hizo de amigos muy especiales como Aldo Catullo y su esposa Liliana. Luego comenzó a trabajar en la Universidad, en la Facultad de Ciencias Económicas el 1 de mayo de 1991, y transitó ese camino con Gladys (su hermana), siempre firme, cuidando de todos, aconsejando y resolviendo todo.
Formó una hermosa familia con Luis Alberto Montecara, luego llegaron sus dos hijas Luciana y Carolina, años más tarde llegaría un 28 de agosto su nieto Ciro, el cual fue su motor para pelearla hasta el último día, una abuela muy amorosa y predispuesta a cumplir cada uno de sus caprichos.
Apasionada por la lectura, los crucigramas y salidas con sus amigas a cenas, almuerzos y caminatas.
“Mamá: La luchamos durante seis meses, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance, te dimos la mejor calidad de vida que pudimos, pero la enfermedad nos ganó. Nos quedamos con los más bellos recuerdos y momentos compartidos. Mientras estuviste en tu casa, mucha gente que te quiere fue a acompañarte, cuidarte, a darte amor y fuerzas, pero es como dicen, uno cosecha lo que siembra, y vos a lo largo de éstos 56 años fuiste sembrando y esta es tu gran cosecha: los que nos siguen acompañando aunque vos físicamente no estés.
Aún se hace inexplicable tu partida, tu ausencia, el vacío es tan grande que genera dolor. Volá, volá, volá alto. Te vamos amar siempre”.
AGUSTIN DE LORENZO
Su nacimiento fue el 31 de diciembre de 1924, en el campo “La Rosada”, siendo registrado el 3 de enero de 1925. Con solo 12 años de edad y sexto grado terminó su etapa de primario en la Escuela 1 Manuel Belgrano.
Con carta de recomendación del señor Concetti se presenta a trabajar en Casa Aduriz (actualmente Frávega) de Tandil. En 1946 ingresó al Batallón siendo soldado.
En Aduriz, su jefe de sección Bralo lo exigió, viendo así un hombre responsable y competente. Conoció a su compañera Adelina García, alías “La dulce Norma”, iniciando una nueva vida en Ayacucho, retirándose de su ciudad natal ya que Francisco Fiego abrió una sucursal de sedería denominada “La Súper”, en el año 1952.
Militó en el partido peronista junto a su amigo y presidente, Rolando Poggi. En su local de calle Irigoyen 938 frente a la Casa de la Cultura en Ayacucho, hizo de este lugar una vidriera variada de la época y así poder brindar a sus clientas calidad y satisfacción.
Fue amigo de Carlos Pérez, el doctor Farina, Montanari, que entre trucos y risas fue pasando su estadía, 1952-1995. También conoció a casi una hija para él, la señora Teresa Fernández casada con el señor Pomponio.
Con su peña en Tandil formó grandes amistades como Uriarte, Kolinos y también fue socio vitalicio del Club Ramón Santamarina. La vida le regaló nuevas amistades y de buen corazón: Alfredo Bello y Alfredo Cicopiedi con sus charlas de box intercambiando información de su juventud, como los hermanos Daher y Raúl Angerami, grandes boxeadores de la época.
Su amigo Ricard Lomez, quien vino a Tandil desde Las Flores, en esos trayectos de viaje hacia Buenos Aires disfrutó sus últimos años junto a José Antonio Iovino (actual carpintero en la ciudad de Necochea).
Ivette Mielckzanek Gutiérrez, amiga incondicional de Ramona Romero, fue quien lo cuidó desde2005 hasta su fallecimiento. Permitió que disfrutara momentos simples y alegres con viajes y comidas que tanto le gustaban. Sus anécdotas de vida eran compartidas junto a familiares como Carlos y Luis Wieser, Magger y señora, Paco Sánchez y señora, Piñero y señora, Raúl Federico, Atilio Tortorella, Rosetto, Edgardo Rodríguez Esteberena, Etchepare, Juan Carlos Bettini, D’Alessandro (padre), Martín Larki, Bubi Gnaisi, Farolito. También con el señor de Panadería Mi Jardín, Laura de la quiniela de calle Belgrano, el señor de Bárbara Boutique, el de la Barraca de Belgrano y así juntos a sus vecinos de la cuadra disfrutaba su alegría de compartir y mucho más.
Partió con sus 93 años haciéndole frente a la vida, diciendo “la voy a pelear hasta el final”, y así se fue, sin dolor, ni mal pasar. Recordaremos siempre al inquieto, responsable, obsesivo y hábil Agustín De Lorenzo.
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