Necrológicas
V ALBERTO ORDOÑEZ
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Nació en Tandil, el 15 de julio de 1946. Hijo de Aníbal, empleado ferroviario, y María Elena, costurera. Sus primeros años transcurrieron en distintas estaciones ferroviarias, como Villa Regina y San Francisco Bellocq. Más tarde, ingresó como pupilo al colegio San José de Tandil.
Estudió medicina en la ciudad de La Plata, donde luego inició su carrera profesional. Más tarde, retornó a Tandil para afincarse junto a su familia. Comenzó con un pequeño consultorio en Villa Italia, luego pasó a ser médico del Policlínico Ferroviario, como paso previo a la Clínica Paz.
Muy responsable y estudioso de su especialidad en obstetricia y ginecología, pasó muchos años de su vida participando de innumerables nacimientos. Imposible no transitar las calles de Tandil sin escuchar un “adiós doctor!”.
La especialización lo llevó a participar de numerosos cursos, congresos y jornadas por el país y el exterior.
Dedicó mucho tiempo a su vida espiritual, estando involucrado en muchas acciones dentro de la Iglesia y compartiendo actividades con sus sacerdotes amigos. Participó del movimiento de cursillos de cristiandad.
Disfrutaba mucho el estudio del idioma francés, participó de todos los cursos que pudo y llegó a conocer el país de origen, Francia.
Siempre fue un amante de los deportes. Jugó al fútbol y al tenis. Participó de comisiones del club Independiente. Más tarde, se inició en el montañismo, participando de varias expediciones al cerro Aconcagua. Por el montañismo, apareció su pasión por el atletismo, corriendo innumerables carreras de calle, aventura, media maratón, maratones. Incansable de la actividad física, siempre invitaba a todos a correr. Fue para todos un ejemplo de perseverancia.
Trabajó hasta último momento, como forma de no entregarse al paso del tiempo.
Como una ironía, a una persona que trajo tanta vida y ayudó tanto a la salud de la comunidad, le jugó una mala pasada, y así y todo, peleó duramente con hidalguía, con la compañía y el reconocimiento de muy buenos amigos y familiares.
“Te recordaremos viejo. Tus hijos, hijos políticos, tus nietos, familia y amigos”.
V ANA MARÍA GIOVE
Ana María Giove nació el 29 de septiembre de 1933 y era hija de los inmigrantes italianos, Isabel Perniola y Rafael Giove, siendo la mayor de tres hermanos: Chita y ‘Tito’ Giove.
Cursó sus estudios primarios en Tandil y Mar del Plata. Desde muy joven, ejerció el oficio de costurera, ayudando a la vez a su madre en tareas de la casa.
Se casó con Carlos Isern y tuvieron tres hijos: Ana María, Nancy y Carlos. Era ama de casa y reconocida por su mercería “La Tota”, ubicada en el barrio de calle Arana.
Marcó su estilo de vida natural y sano, cuidándose en su alimentación y utilizando remedios caseros. Fue una gran amiga de la naturaleza y se empeñó en reciclar toda la materia prima. Sus gustos eran sencillos, casera y no era adepta a viajes largos. Falleció el pasado 1 de junio de 2020, generando un profundo dolor entre sus seres queridos.
“A Ana María le gustaba escribir poesías y el siguiente texto representa un reflejo de nuestro sentimiento. ‘Madre, tú eres la dulzura, tus manos son la ternura, que nos brindan protección. Es la sonrisa tu esencia, que marca la diferencia al entregarnos amor. Nos entibia tu mirada y la paciencia es tu aliada, esforzada en tu labor. ¡Tantas noches de desvelo! Tanta lágrima y pañuelo ¡para darnos lo mejor! Tantas horas dedicadas con sonrisas dibujadas para hamacar mi soñar. Entre besos…’ La recordamos con amor sus hijos, hermanos, hijos políticos y nietos”.
V HÉCTOR CLEMENTE GENTIL (CACHO)
Héctor Clemente Gentil, más conocido como “Cacho”, nació en Tandil el 23 de noviembre de 1944, en la estancia “Tandileofú”. Era hijo de Héctor Eduardo Gentil y Eulalia Miguel, y el mayor de tres hermanos, ya que luego vinieron Eduardo (f) e Imelda (Peti) Gentil.
Sus estudios primarios los realizó dentro de la misma estancia donde nació y los culminó en Iraola, mientras que la escuela secundaria la cursó en el colegio San José. En 1968, contrajo matrimonio con Ester Lucas, con quien tuvo tres hijos: Esteban, Guillermo y Carina, quienes le dieron siete nietos: Mora, Pilar, Mateo, Nicolás, Lucía, Delfina y Simón.
En 1969 fue contratado como mayordomo en el establecimiento “San Antonio”, de la ciudad de Benito Juárez, desempeñándose en ese cargo durante 25 años.
Por circunstancias de la vida, en 1995 terminó radicándose en Tandil, lugar donde vivió hasta sus últimos días.
Una cruel enfermedad lo dejó viudo y las vueltas del destino lo encontraron con Azucena Alejandro, con quien se volvió a casar, convirtiéndose -para felicidad de todos- en su gran compañera de vida.
“Cacho” era buena gente, un “tipo” que se hacía querer; disfrutaba de su pasión por los desfiles, su caballo, los viajes, las reuniones familiares y con sus innumerables amigos.
“Nuestro ‘Cacho’, el viejo siempre presente, dispuesto y al pie del cañón se nos fue físicamente pero dejó huellas imborrables en cada uno de nosotros, recuerdos que vivirán para siempre en nuestro corazón.
Hasta siempre Cachín, volá alto. Acá quedamos todos tristes, muy tristes, pero más unidos que nunca. Siempre supiste de nuestro amor y cariño, gracias a Dios te lo pudimos decir hasta el final. Besos al cielo. Tus seres queridos”.
V MARTA BEATRIZ VÁZQUEZ DE PAREDES
El pasado 2 de junio de 2020 falleció, en Tandil, Marta Beatriz Vázquez, causando su deceso una profunda tristeza en sus familiares y amigos.
Su esposo envió a esta Redacción un texto con el que recuerda a su gran amor.
“El 19 de diciembre de 1970, a las 21.30, en la Iglesia María Auxiliadora de Concepción del Uruguay (Entre Ríos), el padre Baretto nos decía que iniciábamos nuestro camino juntos, con un amor sincero y puro, allí te prometí serte fiel y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe.
Hoy, a los 49 años de aquel momento, me tocó verte partir, aquí estaré a tu lado por siempre nada impedirá recordarte, con la tristeza que hoy me invade la cual me impide sentir el mínimo de felicidad. Crecimos juntos, nos recibimos de padres al llegar nuestros hijos, los cuales nos dieron nuestros nietos, el premio para toda la vida que Dios nos envió, estos seres tan maravillosos.
A lo largo de estos maravillosos años juntos, hemos luchado como todos en la vida, no nos fue fácil, pero nuestro amor nos mantuvo unidos y así seguirá siendo porque tu sombra me acompañará hasta que Dios disponga mi partida.
No va a ser fácil contener mi congoja de amor y de amante que fuimos juntos. Cuando pregunten cómo se hace para haber logrado estar 49 años juntos, diré que es difícil de explicar, pero sin duda es mucho amor, compasión y siempre apoyándonos en la familia, compartimos nuestra pasión por el magnífico deporte de las bochas, convirtiéndote en una destacada bochófila, una bochadora sin igual. Agradezco a Dios haberme permitido vivir a tu lado estos 49 años, disfrutando de la vida, y de la hermosa familia que supimos formar, nuestro gran tesoro. Han pasado los años y te amo como aquel primer día, reviviendo ese eterno momento del 19 de diciembre, cuando entrabas a la Iglesia del brazo de Don Juan Carlos Vázquez, día en que me convertirías en el hombre más feliz del mundo. Marta vos peleaste por vivir, y a mí se me apagaron las ilusiones sin querer. Tu esposo, Alfredo José Paredes”.
V BLANCA NOEMÍ ALFONSO
El 10 de mayo de 1937 nació, en Tandil, Blanca Noemí Alfonso, quien a los 16 años se casó con José Tasin. Fruto de ese amor, nacieron sus hijos: Jorge, María del Carmen, Oscar, Liliana y Martín, quienes lamentan su fallecimiento ocurrido el pasado 4 de junio de 2020.
En la memoria de la familia quedarán sin dudas el cariño y las sonrisas que le brindó a sus hijos, nietos y bisnietos. Fue una mujer alegre, luchadora, íntegra como pocas. Amiga de sus vecinos, muy querida y conocida en el barrio donde vivió.
“Siempre estarás en nuestros corazones ‘Cacha’. Te recordamos con amor tus hijos Oscar, Liliana, Mari y Martín; tus nietos Sergio, Lorena, Solange, Jessica, Sofía, Yamila, Gisela y Morena; tus bisnietos Giovanna, Enzo, León, Guadalupe, Tomás, Delfina, Santino, Leonel, Agostina, Emma, Sara, Xiara y Luan. Te amamos”.
V RICARDO HUGO GONZÁLEZ
Ricardo Hugo González nació en Tandil, el 16 de octubre de 1946. Se casó con Stella, con quien formó una hermosa familia con la llegada de sus hijos Sebastián y Ximena y posteriormente los hijos políticos Ana y Marcelo y sus nietos Ramón, Rafael, Luca y Faustino, quienes lo extrañan cada día. Falleció el pasado 29 de mayo de 2020, a los 73 años.
“Mi viejo fue la persona más bondadosa y correcta que conocí, mi gran orgullo. El que nos enseñó los valores más importantes. Un hombre generoso, muy querido y respetado por todos. Le gustaba mucho jugar al golf, un deporte que el último tiempo no pudo seguir haciendo, pero siempre tuvo la ilusión de que iba a poder retomar. Un gran esposo, un excelente papá y un maravilloso abuelo. Siempre con la palabra justa. Ojalá algún día sea un cuarto de la buena persona que fue.
Un hombre con tantas ganas de vivir que hasta el último momento no bajó los brazos. No tengo más que palabras de agradecimiento para con vos. Luchaste como un león. Deseo que nos sigas guiando y acompañando desde el cielo. Te amamos hoy y siempre. Tu familia”.
V MARÍA CRISTINA RIVAS
A los 71 años se fue “una vieja pícara”. Cómplice de sus dos nietas Antonia y Julieta, peleadora y defensora al mismo tiempo de sus cinco hijos: Luiyo, Pepo, Isa, Flor y Mochi, María Cristina Rivas, “La Kitty”, “Cris” o simplemente Cristina, dejó muchas anécdotas.
Porque en cada saludo que reciben sus hijos encuentran del otro lado eso: una mueca de sonrisa y alguna historia que la pinta como un personaje singular.
Por estos tiempos raros y enrevesados de la pandemia, su única hermana María Esther Rivas no llegó a acompañarla en sus últimos días, pero sí le permitieron venir a despedirla.
Cristina fue una persona que irradió chispa, picardía y alegría. Con un carácter fuerte, cruzarla en el camino no iba a pasar desapercibido, porque era de esos personajes que atraviesan, capaces de decir cualquier cosa mirando a la cara.
Sus primeros trabajos en la Barraca Erviti o el Hotel Austral siempre los recordaba. De grande siguió trabajando. Su paso como telefonista de LU22 Radio Tandil dejó muchas amistades, algunas muy especiales como con Sergio Mauricio Pinchentti u Horacio “Oso” Angelillo. Lo propio como pedicura y manicura, es el día de hoy que le escriben sus pacientes para recordarla. Y ni qué decir de sus dos grupos de amigas “las guapas de oro” y “las del burako”, que extrañan demasiado “sus ocurrencias”. En el último tiempo, también entabló una linda amistad con sus compañeras de cerámica.
En su segundo matrimonio con Luis Enrique Ibarra, tuvo a sus cinco hijos. Vivieron muchos años en la avenida España. Fueron tiempos en los que se dedicó de lleno a la crianza de sus chicos y entabló amistades importantes con empleados de la casa, como su querido Héctor “Viejito” Peralta y la chilena Noelda Campos. Además, tuvo locura por su labrador “Manolo” y forjó también mucho afecto por varias de las amistades de sus hijos.
Con la excusa de la cuarentena, se demoró mucho en conocer el diagnóstico y cuando se supo, ya tenía metástasis en el hígado. Quedó especialmente agradecida con el cardiólogo Martín Peña, amigo de la familia, que la acompañó en todo momento, casi como un hijo más.
Se la va a extrañar mucho. En sus últimos tiempos, vivía en el edificio “La tandilense”, de la calle 9 de Julio, y disfrutaba de pasear por el centro o tomarse un café con sus amigas. En su cuadra, los comerciantes la recuerdan por su impronta.
Quedará por siempre en el corazón de sus seres queridos y especialmente de sus hijos, que sufren su pérdida con suma tristeza e intentarán rememorarla con alegría.
V MARÍA IGNACIA GRANATA
María Ignacia Granata, más conocida como “Coca”, nació el 1 de marzo de 1948 en María Ignacia estación Vela, y era hija de Luis y Paulina. Tiempo después, la familia tomó la decisión de radicarse en la ciudad y lo hicieron en el barrio de Villa Laza.
Fue una gran trabajadora y luchadora, que dedicó gran parte de su tiempo laboral no sólo en el Hotel Hermitage, sino también en otros lugares. Tuvo dos hermanas, María Inés y Marta, con quienes compartió su niñez, y a su hermano varón Luis Ángel. Con el paso de la vida fue mamá de dos hijos, Germán Darío y Juan Martín Zampatti.
Era muy querida, amada y respetada por toda su familia, compuesta además por sus dos nueras, Karina y Rocío, y su nieto Juan Bautista. Contó también con su cuñado Lito, al cual conoció desde joven, y a sus sobrinos Paula, Rubén, Alejandro y Luciano.
Se vinculó a las actividades del club La Movediza, entidad de la también era hincha y socia. En la actualidad estaba jubilada y tras sufrir una enfermedad, falleció el pasado 29 de mayo de 2020. “Te recordaremos y llevaremos por siempre en nuestros corazones. Tu familia”.
V GUILLERMINA VÁZQUEZ VIUDA DE RODRÍGUEZ
Guillermina Vázquez nació el 25 de junio de 1922, en General Ordoñez (Córdoba), y falleció el pasado 29 de mayo de 2020 en Tandil, cuando le faltaban pocos días para cumplir 98 años.
Era la tercera de nueve hermanos y resultó bastante favorecida, considerando que la nombraban según el santoral y un apodo que no se parecía en nada. Pero fue más conocida como Doña Guille o Guillerma, asociando quizás su fuerte personalidad con un nombre más masculino.
En 1946, se casó con Raúl Rosario Rodríguez, oriundo de Etruria (Córdoba). Juntos tuvieron seis hijos, una niña que murió al nacer y Hugo, José, Mario, Roberto y Daniel, quienes le dieron once nietos, veintidós bisnietos y una tataranieta.
En 1955, se mudaron a Santiago del Estero y en 1962 migraron hacia Tandil, instalándose en el Haras General Lavalle, donde su esposo desempeñó tareas rurales.
Fueron de los primeros vecinos en comprar su casa en el barrio Güemes, donde finalmente se instalaron cuando llegó la jubilación, allá por el 90, y a la que siempre le hacía algún arreglo.
Doña Guille, como le decían casi todos, no era una gran cocinera pero todos sin dudas recuerdan las morcillas que preparaba en las carneadas de la familia, amigos y vecinos; el dulce de leche (que nunca se pudo igualar), una manteca casera espectacular (que los nietos, disimuladamente, cortaban con cuchillo caliente), y la bagna cauda, que aunque ya no preparaba, nunca despreciaba la invitación a comerla.
Eran épocas de alegrías simples, donde se ponía una cucharada extra de azúcar en el té o dejaba a sus nietos irse a dormir sin bañarse, y ellos, en agradecimiento, le espantaban los sapos, a los que les tenía repulsión. La mesa larga en el patio de tierra, con música y llena de gente. Épocas que los nietos menores no conocieron. Ni siquiera recuerdan su pelo platinado de peluquería y las uñas largas y rojas.
De esa casa del campo, está claro el recuerdo de la despensa, donde se guardaban cosas varias y la carneada. Tenía un olor especial, intenso, húmedo, con los salames, jamones y bondiolas colgando o en un tambor con grasa. Y fue el ambiente en el que se situó su nieta Anabella cuando interpretó ‘Amor Desollado’, en el mítico salón marrón de la Facultad de Arte de la Unicen. Espacios de la infancia que nunca imaginó que le servirían.
Pese a tantos años fuera de Córdoba, no dejaba de tomar su mate casi hirviendo, la tonadita se le notaba por teléfono y el pronombre estaba fijo en los apodos, esos que eran descriptivos, aunque a medida que crecían sus nietos reclamaban que se los cambien.
“Mi abuela no era de esas señoras cariñosas ni mimosas, pero siempre se ponía contenta con las visitas, y tenía caramelos para los bisnietos, siempre había algún consejo y desde que cumplió ochenta se despedía diciendo ‘por si no nos vemos más’. Ah! Y viejitos eran los otros, a los que les llevaba más de diez años.
Con los años, los nietos mudándose cada vez más lejos, las visitas se espaciaron, pero la doña no dejaba de recordar los nombres de todos, los de sangre y los políticos. Y desde el 2012 empezó a memorizarlos en soledad, ya que don Raúl falleció. Las fiestas no fueron las mismas, y hablar ‘del papi’ le nublaba la vista, pero mantuvo el buen humor, ni seguir las bromas pesadas de alguna de sus nietas; y luego reírse con los ojos cerrados, mientras se frotaba la cara con una mano.
Siempre mirando canales de noticias, podía opinar de cualquier tema de actualidad, y hasta hizo un pequeño video con el lema ‘quédate en casa’. Hablábamos por videollamada y se mataba de la risa con las travesuras que le contaban. Le encantaba la modernidad del freezer y el microondas, que compraron poco antes de cumplir los 90 años.
En enero la vi por última vez. Me había pedido, unos meses antes, ver a mis hijos, los cordobesitos (como ella), como les decía a veces. Sus ojos no tenían el brillo de siempre, me dijo que estaba cansada. Yo supe que no la vería más, aunque hablamos de la fiesta que haríamos para los cien, un buen asado y unos tintos.
Y aunque ya no estén Don Raúl ni Doña Guille, en 2022 vamos a brindar por los cien años de ‘los viejos’. Anabela”.
V FABIÁN ALBANO MOLINA
El pasado miércoles 27 de mayo falleció Fabián Albano Molina, más conocido por su apodo, “el Negro”.
Su familia y amigos sienten profundamente su ausencia y lo recuerdan como el hombre generoso y amable que era y que a pesar de sus limitaciones mentales, supo ganarse el afecto de mucha gente.
Fabián había nacido en Ayacucho, el 15 de febrero de 1938. Vivió en el campo con sus padres y hermanos donde les ayudó, por un tiempo, en el tambo hasta que toda la familia se mudó a Tandil, al barrio Las Tunitas.
Allí vivió la mayor parte de su vida, donde se cruzó con excelentes personas que lo llegaron a apreciar y cuidar muchísimo, entre ellos se encuentran los colectiveros de la línea 501 “El rojo”. Lo apreciaban por su disposición a colaborar alcanzando las planillas de los viajes y llevándolas en aquellos años a las casillas y porque algunas veces los acompañaba en sus recorridos.
Siempre estuvo dispuesto a hacer mandados a algún vecino que lo necesitara y les regalaba golosinas a los niños que los mismos comerciantes le obsequiaban a él.
“Su hermana, cuñado y sobrinos lo van a extrañar mucho, pero con la tranquilidad de saber que por ahora está dormido en la muerte y en el mejor lugar que podemos estar, la memoria de Dios”.