Necrológicas
NORMA DELIA CHENLO Y
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RAFAEL NORBERTO CARICATO
Allá lejos, y hace tiempo, un día frío y ventoso, en mayo del 64, arribaron a Tandil desde Capital Federal, Norma Chenlo y Rafael Caricato. Ambos, recién recibidos de médicos y de padres, con su pequeña hija Silvana de apenas un año de edad.
Ese viaje en tren llegó con ansias de asentarse en Tandil, por ser el destino de Rafael como médico de la VI Brigada Aérea.
Así fue que en la querida Villa Italia alquilaron una casa e instalaron sus consultorios para desarrollar ambas profesiones. Norma, especializada en ginecología-obstetricia, y Rafael, médico anestesista. Como solían decir, “íbamos con la valijita de arriba para abajo, ahora, está todo computarizado”.
El barrio estaba despoblado y oscuro. Un sólo cable de luz con una inmensa lámpara atravesaba la esquina de Quintana al 500. Las llamadas telefónicas para anunciar los domicilios eran recepcionadas en la comisaría o destacamento que estaba a una cuadra.
Poquito tardó en llegar su segunda hija, Marisel, y tres años más tarde, nació el tercer hijo del matrimonio, Norberto.
Eran épocas donde las puertas estaban sin llave, las veredas se poblaban de chicos con pelotas, triciclos y bicicletas. En febrero se disfrutaba una gran fiesta popular, llegaban los famosos Carnavales.
Nunca dudaron en mudarse. Para la familia Caricato, Villa Italia tenía su encanto y ahí, en la calle vertebral, Quintana 578-580, edificaron la casa y el consultorio.
En el barrio compartían charlas y amistad con el pediatra doctor Imperiale y su esposa Alicia. Con el doctor Pedrini y su esposa Beatriz.
El pago chico fueron esas calles, el Jardín de Infantes 903 y la Escuela Primaria 21. Todo a mano, todo en familia.
En la Villa pasaron los mejores años de sus vidas. Fue un lugar añorado y recordado afectuosamente por ellos. La Sociedad de Fomento Unión y Progreso, la Iglesia Nuestra Señora de Begonia, donde los niños recibieron la primera comunión, la sucursal del Banco Comercial de Tandil, el Kiosco “El Escoces” y la heladería “Palencia”, entre otros.
No faltaban los queridos pacientes y vecinos, quienes los reconocían profesionalmente, acercándoles lechuga, achicoria amarga, berro, frutas de sus quintas y huevos frescos del gallinero. Siempre contaban que al llegar de Buenos Aires los vecinos le prestaron dos sillas hasta que les llegaron los muebles, así de amigos.
Rafael tuvo un padrino en su profesión que fue el doctor Horacio Mónaco, quien lo acompañó y enseñó el verdadero valor y sentido de ejercer su especialidad. Su recorrido laboral era entre la Clínica Chacabuco, la Clínica Vandor, el Hospital Ramón Santamarina, el Policlínico Ferroviario y el Sanatorio Tandil. Siempre muy dedicado a su trabajo. Contaba entre sus anécdotas que había anestesiado a Fangio.
Miembro del Rotary Club Tandil y de la Biblioteca Rivadavia, iba y venía con libros y artículos de diarios.
Norma repartía sus jornadas entre el consultorio, sus hijos, los mandados, la casa, el Hospital, la Clínica Modelo, junto al doctor Cereseto, y más tarde a cargo en Salud Pública. Participó de Lalcec y fue miembro de la comisión de la Cruz Roja.
Disfrutaba de la complicidad con las amigas colegas, las doctoras Juana Bellagamba, Cristina Fernández y López Rey también instalada en Villa Italia.
Sus hijos crecieron y formaron sus familias. Llegaron los primeros nietos, los mellizos Juan Ignacio y Juan Manuel, hijos de Silvana, que nacieron en Buenos Aires en 1989, ellos les dieron la dicha de inaugurar el título de “abuelos”.
Al poco tiempo, nacieron Emilia y Federico, hijos de Marisel y Norberto respectivamente. Más tarde, arribaron Catalina y Julia.
La llegada de los nietos invitaba a llenar la casa de mamaderas, baberos, cunas, juegos y juguetes. La Navidad y el recibimiento de un año nuevo ya tenían un color diferente.
Una lluviosa y fría Semana Santa de 1996, perdieron en un trágico accidente automovilístico a su hija mayor Silvana, a su yerno Ricardo y al pequeño Juan Manuel. Este penoso suceso golpeó el corazón de la familia y de sus seres queridos.
Sin dudas un dolor irreparable, pero con gran fortaleza, la inquebrantable fe en Dios, el amor de sus otros hijos y de todos los nietos siguieron adelante. Fueron admirables resilientes.
La llegada de su séptima nieta Lucía, y los más pequeños, Martina y Juan Pablo les devolvieron risas, alegrías y emociones. Todos sus nietos fueron su motivo para vivir y salir con el corazón bien remendado. Tan adelante siguió la vida que se jubilaron y la casa quedó muy grande. Para “estar más cerca” se mudaron a un departamento en el centro de la ciudad. Con sus bastones cruzaban la calle Maipú, deteniendo los autos y colectivos, con todo el tiempo del mundo.
Norma y Rafa eran apasionados del tango, los espectáculos culturales, los amigos, las comidas, los buenos vinos y las reuniones sociales.
Rafa no se perdía una mañana sin su café, era un clásico. Con frecuencia pasaba por el kiosco de diarios y revistas de Daniel, en la esquina del Banco Provincia, quien le prestaba su banquito para conversar un rato. Charlas, diarios y chascarrillos con los “muchachos”, amigos de “La Vereda” y de “Requete Rico” (“Rico Tipo” así lo llamaba). Salía con la excusa de algún mandado, café de por medio, y Norma lo esperaba con el almuerzo, pero Rafael no podía regresar sin su encargue, con algún postre, galletas para celíacos y chocolates.
Norma, más casera, cocinaba algo rico, miraba películas en Netflix y leía libros de historia y medicina. Extrañaba la casa de Quintana, salir a la puerta con pantuflas y comprar en los comercios amigos. Sus escapadas eran por la tarde a la peluquería, o a algún negocio de ropa o perfumería, dando libertad a su coquetería.
A pesar de las arrugas, los achaques y las manos gastadas por el tiempo, los últimos años fueron bien vividos, siguieron viajando y disfrutando en familia y con amigos, apasionados del asadito del domingo, el helado y un buen champagne.
Un día el mundo entró en cuarentena por la pandemia. Se cuidaban, los cuidábamos. Rafael tenía 87 años recién cumplidos y Norma estaba próxima a cumplir 85 años, pero el venenoso virus Covid-19 les ganó la batalla.
Juntos estudiaron y se graduaron en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires; juntos hicieron su residencia en el Hospital de Clínicas y en el Hospital de Morón; juntos llegaron a Tandil; juntos formaron una familia y juntos partieron a un mundo mejor y están juntos.
“Y si nos preguntan, decimos la verdad, fueron los mejores. Tal como dice la letra de la canción: ‘Como lo eterno del amor en una alianza, podría ser que el mar se junte con el cielo para lograr la inmensidad que hay en el vuelo.
Que me regala tu mirada y tu desvelo, bajo la luna cuando danzas en mis sueños. Te voy a amar y me amarás. Te amo sin principio ni final. Y es nuestro gran amor, mi ángel de la eternidad’”.
MARÍA SUSANA NOCHETTI
Susana Nochetti nació el 21 de junio de 1974, en la ciudad de Tandil. Transitó su infancia en La Numancia, junto a sus padres Toto y Yolanda y sus hermanos Juan, Mabel e Inés.
A pesar de comenzar con problemas de salud a la corta edad de 10 años, nunca bajó los brazos, demostrando que se podía salir adelante, que este paso por el mundo dejaría muchas enseñanzas a quienes la pudieron amar.
“Susi” vivió una adolescencia feliz y plena, pudiendo sonreír a la vida, disfrutar de la edad, cuidando poco su salud, pero viviendo cabalmente a su manera.
La adultez fue un poco más dura y las vueltas de la vida, la pusieron a prueba y a partir de los 28 años, todo cambió por completo; tuvo que aprender a vivir no sólo con la diabetes sino además con la ceguera.
Su familia sabe mejor que nadie de su lucha, su esfuerzo por ser feliz, su optimismo ante la vida y su gran corazón.
Queda claro que cada lugar que visitó, cada abrazo que la alojó, cada sentimiento que recibió y cada corazón que la hospedó extrañarán su sonrisa, su alegría, sus chistes y todo lo que la hacía ser “Susi”.
“El dolor hay que cambiarlo por los hermosos recuerdos que nos dejó y las enseñanzas que nos quiso dar. Y así como eligió la manera de vivir, también eligió el momento en que debía irse; sabiendo que ahora ella encontró la paz junto a su hijo Nahuel y a su papá Toto.
Sólo se muere cuando se olvida y nosotros nunca te olvidaremos. Simplemente gracias. Te amamos”.
CARLOS EMILIIO CREVECOEUR
El 13 de julio de 1951 nació Carlos Emilio Crevecoeur, el hijo del medio de tres hermanos varones de doña Carmen Alonso y don Emilio Crevecoeur. Cursó sus estudios primarios en la Escuela 11 “Bartolomé Mitre” y el secundario lo realizó en la exTécnica 1.
Comenzó a trabajar desde muy joven, para ayudar en su hogar, en el Automóvil Club y hasta en Metalúrgica Tandil. Con el paso del tiempo, junto a su padre y hermanos empezaron un emprendimiento que era un transporte de cargas generales, iniciándose en su querida profesión de camionero.
Con muchos años de trabajo y sacrificio, forjó junto a sus hermanos, un transporte de hacienda.
Siendo más joven, también tuvo un paso por el automovilismo en la categoría Promocional 850, donde cosechó varios amigos. Era fanático de esta disciplina e hincha de Ford.
Fue padre de cuatro hijos y abuelo de seis nietos, quienes lo extrañan y lo van a llevar siempre en el corazón, manteniendo vigente su legado de humildad, sacrificio y respeto al prójimo.
“¿Por qué? Porque te fuiste demasiado pronto. Porque me faltaba mucho por aprender, hay cosas que todavía no comprendo y creo nunca voy a entender. Porque te fuiste demasiado lejos, y a su vez estás tan dentro. Siento que esto fue injusto y tampoco era el momento.
Porque te llevo muy adentro, y yo sin poderte alcanzar, vas corriendo entre mis venas, espero en algún momento volvernos a encontrar.
En esta vida mi compañero, al que nunca he de defraudar, deseo descanses ya tranquilo, porque Dios te va acompañar. Cristian Crevecoeur”.
AÍDA TERÉN
Aída Terén nació en San Francisco, provincia de Córdoba, el 19 de enero de 1929. Fue la hija menor del matrimonio formado por María Galperín y Bernardo Terén, inmigrantes ucranianos llegados a la Argentina a principios del 1900. Su padre fue sastre y tenía su taller en el centro de aquella pujante ciudad del este cordobés.
Al terminar sus estudios secundarios y con sólo diecisiete años, se trasladó con su madre y su hermano David a la capital cordobesa para ingresar a la carrera de farmacia en la Universidad Nacional de Córdoba, de la cual egresó pocos años más tarde.
Mientras cursaba sus estudios, conoció a quien luego sería su esposo, Antonio Andrés Lloréns, “Nenucho”, farmacéutico, bioquímico y oficial de la Fuerza Aérea. Luego de terminar su carrera, se casaron y tuvieron a sus primeros dos hijos: Gabriel y Sergio. En 1964, al ser su esposo trasladado a la Base Aérea Militar Tandil, la familia se estableció en esta ciudad y poco tiempo después, el matrimonio abrió la Farmacia Terén, que originalmente estaba en avenida Rivadavia 1315. Unos años después, nació Gustavo, su tercer hijo.
Aída pasó su vida dedicada al cuidado de la salud, atendiendo las necesidades de los vecinos de la zona y siendo a la vez, durante varios años, docente de la carrera de enfermería. Estuvo al frente de la farmacia hasta los 75 años, cuando decidió retirarse y dedicarse exclusivamente a su hogar y a su familia. Tuvo tres nietas, Paula, Rocío y Sofía y un nieto, Orri, que vive en Islandia con sus padres. Un mes antes de morir, nació su primera bisnieta, Maia, a quien no llegó a conocer.
Aída falleció el 14 de octubre de 2020, como consecuencia de un ACV que comprometió gravemente su salud. Hasta unos días antes de su partida seguía sorprendiendo por su gran memoria y lucidez.
Su familia la despide con enorme cariño y agradece las demostraciones de afecto recibidas.
JUAN CARLOS ALONSO
Juan Carlos Alonso nació en Capital Federal, el 27 de mayo de 1948, y era hijo de Dora Giannatiempo y Juan Alonso. Desde muy chico, se radicaron junto a su hermano, Norberto Alonso, en María Ignacia (Vela), donde pasó parte de su infancia. Luego se estableció definitivamente en Tandil, donde contrajo matrimonio con Noemí González y formaron su familia junto a sus hijos Daniel, Sergio y Juan Carlos.
De profesión herrero y un apasionado del Turismo Carretera (TC) y del fútbol, era fanático de Chevrolet y de Independiente de Avellaneda. Fue una persona humilde y siempre dispuesta a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio.
Falleció el 16 de octubre de 2020, dejando una gran ausencia entre los que compartieron su camino. “Siempre lo recordaremos con cariño, sabiendo que brindó todo por su familia y amigos”.
YOLANDA MAFALDA GILARDI
El pasado 16 de octubre de 2020, a los 90 años, falleció Yolanda Mafalda Gilardi. Nació en Tandil, el 13 de diciembre de 1929. Se casó con Segundo González y fruto de esa unión, nacieron sus hijos: Elvira, Noemí, Oscar y los mellizos Cristina y Diego.
Fue abuela de 13 nietos, 18 bisnietos y 8 tataranietos. Yolanda amaba las plantas, todas en general. Era fanática de River Plate y miraba todo los partidos de fútbol. Le gustaba jugar a las cartas y a los dados, también escuchar música y radio, donde se comunicaba y pedía temas de folclore y chamamé.
“Tus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, hijos políticos y amigos siempre te recordaremos con amor”.
CARLOS HERACLIO HERRERA
Carlos Heraclio Herrera nació el 5 de mayo de 1945, en General Hacha, provincia de La Pampa, y era hijo de Heraclio Herrera y Rosalina Matilde Gómez, llegando a esta ciudad, junto con su familia, a los 18 años.
Trabajó en la Municipalidad, en el área de Vialidad, donde para todos sus compañeros fue “Carlitos” hasta el día en que se jubiló. Hace un mes de su fallecimiento y su familia lo recuerda como el gran marido, papá y abuelo que fue.
“Cada uno de nosotros te vamos a llevar en nuestros corazones cada minuto de nuestras vidas. Deseamos que descanses en paz junto a Jesús y nos ilumines desde el cielo. Tú señora Eva; tus hijos Lidia, Rosi y Alejandro; tus nietos Joaquín, Martina, Jazmín, Mateo, Valentino, y tu nuera Daniela. Te vamos a amar por siempre”.
LETICIA BEATRIZ TALTAVULL
Leticia Beatriz Taltavull nació el 27 de julio de 1951, en Villa María, Córdoba. En su adolescencia se radicó en Villa Cacique, donde conoció a Juan Santamaría, quien se convertiría en su esposo. Fruto de esa unión, llegaron sus dos hijos: Gabriela y Lucas. Gran parte de su vida, residieron en Loma Negra y más tarde se instalaron en Tandil.
A Leti le encantaba hacer manualidades, para cada trabajo tenía una idea brillante, era en definitiva una gran artesana. Le gustaba pintar flores y tenía el don de poder reciclar todo, ella era capaz de convertir un rollo de cartón en una perfecta alza paños. Le ponía pasión y dedicación a todo lo que hacía. Obsesiva y detallista por la perfección.
Más tarde, llegaron sus nietos Bruno y Luciano, por los cuales tenía un amor especial, era su gran defensora. No se los podía retar delante de ella, porque era capaz de hacer un juicio. Disfrutaba de jugar con ellos, inventando entretenimientos como pescar en una olla donde los peces eran tapitas de metal y las cucharas de madera se convertían en cañas que con un hilo y un trozo de imán cumplían ese rol. Así era ella, capaz de fabricar un mundo de algo sencillo.
Su partida de forma tan abrupta dejó un vacío enorme, difícil de entender en un contexto totalmente desconocido para su familia.
“Mamá, te extrañamos un montón y aún nos duele tu partida. Pero te amamos incondicionalmente. Gabriela, Lucas y tus nietos”.
JOSÉ PARASUCO FORTURELLA
Nació el 15 de marzo de 1945, en Capizzi, provincia de Mesina, Italia, lugar donde vivió hasta los 6 años. A esa edad partió rumbo a Argentina con su mamá Carmela y sus hermanos Nicola y María, para reencontrarse con su papá Pablo que ya se había radicado en Tandil, ciudad donde comenzaron una nueva vida que no fue nada fácil. Aquí nacieron sus otros hermanos, Miguel, Teresa, Santiago y Rosa.
Cursó sus estudios primarios en la Escuela 21 y desde muy chico comenzó a trabajar, primero juntando papa, luego en un horno de ladrillos, más tarde en la pastelería, la cantina del Batallón Logístico, el kiosco El 22 y finalmente, se dedicó a la siembra de papa.
A los 28 años se casó con Blanca, con quien tuvo a sus hijos Mauricio, Sebastián, Gustavo y Juan Pablo. Años más tarde, llegaron sus hijas políticas Viviana, Aldana, Natalia y Daniela, y con ellas sus nietos Facundo, Mateo, Donato, Rocío, Enzo, Santiago, Luciano y Lorenzo. Formaron así su tan preciada familia.
Posteriormente, aparecieron los problemas de salud contra los que luchó durante años, hasta que finalmente este 18 de octubre de 2020 le ocasionaron su fallecimiento.
“Pepe, hombre fuerte, trabajador, de un corazón inmenso, honrado, leal, solidario, paternal, para quien las palabras familia y amistad eran sagradas. Siempre preocupado y ocupado por sus seres queridos. Amante de la pesca, la que te encantaba compartir con tus hermanos, tus hijos, tus nietos, tus amigos, contagiándoles a todos tu pasión. ¡Hincha de River!, amor que también les transmitiste a tus hijos y nietos. Te encantaba jugar a las cartas. Cosechaste muchísimos amigos para los que siempre estabas presente, apoyando con lo que necesitaran. Blanquita fue tu amor, tus hijos tu vida y tus nietos la luz de tus ojos. Tu alegría era recordar anécdotas de tu infancia, de tus papás, de tus hermanos, el cariño de tus amigos y el poder disfrutar a tu familia. Eras feliz con el constante transitar por tu casa de tus hijos, que a diario pasaban a saludarte, contarte sus cosas, a buscar tu consejo. De tus nueras, para las que fuiste un verdadero padre y de tus nietos, que llegaban ansiosos a contarte sus logros, a mostrarte algo que habían aprendido, a tomar la leche más rica del mundo, a mirar algún programa de tele con vos, a compartir con sus abuelos.
Pepe, papá, abue, nos duele tu ausencia y te vamos a extrañar muchísimo. Pero siempre vas a estar con nosotros, porque tu legado es enorme. Porque alguien que vivió como vos sólo se va físicamente, pero vivirás eternamente en nosotros. Cada domingo vas a estar presente en la enorme mesa familiar que tan feliz te hacía, porque esa mesa sos vos; en cada viaje de pesca porque todo nos lo enseñaste vos; cuando necesitemos un consejo vamos a saber que nos dirías porque estuviste cada vez que te necesitamos. Tus nietos hacen tus chistes, miran El Zorro, juegan tus juegos, porque compartiste con ellos siempre. Gracias por tanto amor, gracias por cuidarnos siempre, gracias por los valores que nos enseñaste con tu palabra y con el ejemplo. Que descanse en paz, te queremos muchísimo”.