Necrológicas
RAQUEL CAMPI
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Raquel Campi, una hermosa madre, llegó a este mundo el 16 de junio de 1941, a una familia numerosa formada por Camilo y Leoncia, once hermanos: Quito, Toto, Sara, Negra, Chichí, Beba, Pepe, Cocholo, Marta y Elina.
Un hogar muy humilde, pero con una gran riqueza, el amor familiar que, por sobre todas las cosas, inculcaron los abuelos.
Trabajó limpiando casas, también de maestra rural, donde conoció a su compañero “Chingolo”, Ernesto Raúl Trejo, con quien se casó a los 23 años y de ese matrimonio nacieron Gaby y Pablo, quienes le dieron cinco nietos que fueron la luz de sus ojos: Victoria, Leonel, Emanuel, Alberto y Paulina. También disfrutó y mimó a su bisnieto Joaquín.
Madre, abuela, tía, amiga de esas que dejan huella, siempre presente, en las buenas y en las malas, la que enseñó que la alegría no depende de las circunstancias o de las facilidades que nos pueda presentar la vida y tampoco consiste en tener cosas, la felicidad está en el amor de la familia, en el disfrute de estar juntos.
“Partió de este mundo el 3 de noviembre de 2020, dejando en nuestra mente y en nuestros corazones su bella sonrisa y la alegría de haber compartido las anécdotas de su infancia, de su juventud, cuentos antes de dormir, tangos cantados a capela, bailes y su mirada llena de amor. Mami te recordaremos eternamente con el amor incondicional que siempre nos diste. Pablo y Gaby Trejo”.
OSVALDO HORACIO BARSOTTINI
Osvaldo Barsottini fue un terrible hombre que nació el 4 d octubre de 1945, en San Manuel, y estuvo ligado a Nélida Freire (Neyi) desde los 16 años. Fueron 58 años de lealtad y amor. Formador de una gran familia, padre de tres hijos Fabiana, Gaby y Pucho, impresionante abuelo de Sofía, Catalina, Valentino, Lara, Ciro y Vito, increíble bisabuelo de Milo y Faustina.
Gran hermano de Yengo e Higo (que se fueron antes de él), y Miguel, su compinche en el Turismo Carretera, llamándose los domingos para hablar de quién había ganado, porque en tema fútbol eran opuestos.
Un hombre que vivía para su familia. Le encantaban los domingos de todos juntos; amante de los deportes, aunque el fútbol siempre fue su pasión. Hincha de Boca y de cualquier equipo donde jugaba su joya.
Después de una dura lucha, él mismo decidió que ya era suficiente, se despidió de sus seres amados y se fue a otro lugar, dónde seguramente sigue cuidando de su tan amada familia.
MANUELA CUEVAS
Manuela Cuevas nació el 23 de septiembre 1926, en María Ignacia (Vela), y era hija de españoles. Vino a Tandil de muy chica, se casó en 1945 con Esteban Farbo, fue madre de seis hijas, todas mujeres, trece nietos, bisnietos y tataranietos.
Vivió con su esposo en zonas rurales de Tandil y quedó viuda en 2003.
Fue una mujer de perfil bajo, muy querida por su familia y todos los que la conocieron. Falleció el pasado 4 de noviembre 2020, a los 94 años.
SUBOFICIAL MAYOR ARTURO RAMÓN FERNÁNDEZ
Arturo Ramón Fernández nació en la ciudad de Salta, el 7 de febrero de 1936. Al año se mudó a Buenos Aires, junto a sus padres Marta y Arturo. Allí vivió y disfrutó de su niñez junto a sus hermanos: Gloria, Héctor y Marta, todos su primos y tíos. En la adolescencia ingresó a la Escuela de Suboficiales General Lemos, forjando allí lo que sería para siempre su firme vocación de servicios para con las FFAA.
Una vez culminados sus estudios, fue destinado a distintos puntos del país, entre ellos la cuidad de Azul, al Regimiento de Caballería Blindada 10, “Húsares de Pueyrredón”, donde conoció a su esposa y compañera de vida, María Ester Monterroso, con quien se casó y formó un hogar con la llegada de sus hijos José, Laura y Gaby.
En 1976 fue trasladado al Batallón Logístico 1 de la ciudad de Tandil, lugar donde finalizaría su carrera con el más alto grado, Suboficial Mayor, para pasar a situación de retiro.
Siempre ligado a las FFAA, y siguiendo su vocación de servicio, desempeñó tareas administrativas en el Haras General Lavalle, durante algunos años, y colaboró desinteresadamente con el Círculo de Suboficiales Retirados de las FFAA “Eduardo Argentino Cerone”, su querido “circulito”.
Con el paso del tiempo, la familia creció con la llegada de sus hijos políticos: Rosana, Sergio y Fabio. Y arribaron sus tan amados y queridos nietos: Tomy, Cami, Sol, More y Martín. Abuelo piola, alegre y confidente, ¡tan buena onda! Hincha del Rojo, del buen vino, del asado familiar.
Su vida transcurrió en la dedicación incansable para con el ejército y el absoluto cariño y amor para su esposa Mary, la educación y ejemplo de sus hijos y nietos.
“El Quique”, “Dite” o “Cacho”, como le decían los que lo amaban, ejemplo de vida si los hay, qué poder decir; si las palabras quedan chicas y el corazón se agiganta al recordarlo. Así, tal como él era, en realidad como es, porque vive en cada uno de nosotros. Quien tuvo la dicha de conocerlo sabe que fue un hombre de bien, tremendamente honesto y responsable en todas sus labores y desempeños. Su mayor riqueza fue, sin lugar a duda la familia, la cuál supo cuidar y alimentar con profundo amor y dedicación. Siempre presente, con palabras de aliento, optimista, ayudando y acompañando en los buenos y malos momentos. Supo entender cada una de las necesidades y situaciones familiares; fue generoso y empático con sus amistades y camaradas.
Te recordamos así, como el gran hombre que sos, porque no te fuiste, estás más vivo que nunca en nuestros corazones. El 30 de octubre de 2020, a los 84 años, Dios decidió llevarte a su lado, porque ahora es el momento de que descanses eternamente en paz. Gracias. Te queremos mucho Arturo Ramón Fernández”.
ERNESTO EDUARDO VALIN
Nació el 22 de abril de 1931, en Tandil; se casó con Nelly y hubiesen cumplido 63 años de matrimonio de no haber existido este maldito virus. Juntos formaron una gran y hermosa familia con tres hijos: Rubén, Marisa y Verónica; cinco nietos y dos bisnietas; su yerno Jorge Deliso y su nuera Stella Maris Hernández. Esa era su familia más directa. Fue el menor de seis hermanos.
Hizo todo lo que quiso y vivió como quiso. Buen esposo, padre, amigo y buen vecino. Fue bombero, tuvo cantera, campo, y si hay algo que se destacó entre todas sus pasiones, fue su querido club La Movediza, donde supo cosechar muchos amigos y también algunos enemigos, porque a la hora de pelear no tenía límites.
Se fue “el Laucha”, como lo llamaban, y quedó un gran vacío, pero esto es parte de la vida, lo injusto es que haya sido de esta forma, dándole batalla a algo que sorprendió al mundo y que tal vez por sus años no se pudo bancar.
“Viejo querido, te vamos a extrañar. Tu esposa, hijos, sobrinos, amigos y nietos te recordaremos siempre y estarás presente en nuestros corazones y nuestra memoria. Seguro ya estarás descansando junto a todos los que se te adelantaron. Un gran abrazo al cielo”.
JUAN VIEIRA
El pasado 7 de noviembre de 2020 falleció Juan Vieira, causando su deceso un profundo dolor entre sus familiares y amigos. Sus nietas acercaron hasta nuestra Redacción el siguiente recuerdo.
“Don Juan para algunos, Toto para nosotros. Un abuelo de cuento, de esos con arrugas, canas, lentes, camisa a cuadros, pantalón pinzado, sentado en su sillón leyendo el diario y una espalda tan ancha que daba la seguridad que nada malo nos podía pasar. Hombre de pocas palabras, pero siempre muy atento y preocupado; detrás de cada uno de sus consejos estaba toda su sabiduría y experiencia para que progresemos y seamos felices.
Fuiste parte de nuestra crianza, de nuestra vida: nos viste nacer, crecer, independizarnos, formar una familia. Cómo nos gustaría volver a la infancia, esa época donde nos pasabas a buscar con la camioneta y nos llevabas a tu casa: ese lugar mágico donde nos sentíamos seguras, donde no existían los retos y la comida era la mejor.
Con los años crecimos, nos convertimos en madres y vos en bisabuelo y gracias a ello, guardamos en nuestro corazón hermosos recuerdos junto a nuestros hijos. Porque fue una de las cosas más lindas verte con una sonrisa cuando los escuchabas llegar, ponerte a jugar con ellos y olvidarte por un ratito de todas las nanas.
Qué orgullo cuando nos hablan de vos; con palabras e historias maravillosas que muestran tu calidad de persona, tu humanidad, lo trabajador que eras, tus valores de oro y, lo más importante, tu gran corazón.
Todo nieto desea que sus abuelos sean eternos y para nosotras vos lo sos, porque lograste que te podamos ver en lo unida que es nuestra familia, en las enseñanzas, en los recuerdos. Nos dejaste el mejor de los legados: nos enseñaste que la familia es nuestra mayor fortaleza y que pase lo que pase, siempre vamos a estar el uno para el otro.
¡No te preocupes abuelo que la abuela va a estar bien! Y sabemos que, a pesar de la distancia, estarás presente apoyándonos, dándonos ese empujoncito cuando las cosas se pongan difíciles y por supuesto celebrando nuestros logros.
Gracias por regalarnos tantos años de tu vida, gracias por tu dedicación y cariño, gracias por ser el sostén de la familia. Gracias ‘Toto’ por ser tan buen papá, abuelo, bisabuelo, hermano, amigo. Gracias, gracias, gracias. Te queremos mucho y te vamos a extrañar. Tus nietas, Agustina, Lucía y Belén”.
GINÉS GARCÍA ALÍAS
A los 77 años, falleció el pasado 21 de noviembre, Ginés García Alías, causando un profundo dolor entre sus seres queridos y amigos. Un incansable trabajador, esposo, padre y abuelo amoroso. Su familia lo despide en las palabras de su nieta Florencia:
“Me vas a susurrar tu historia al oído. Va a empezar mojada de olas, salada del agua del mar, con la tibieza de la mano de tu mamá Rafaela, con la mirada lejana de Luis que veía cómo su tierra española se desvanecía para siempre en el horizonte. Sólo les quedaría una valija y la promesa de una vida mejor.
Será un cuento de tristeza y de miedo. La de un niño demasiado pequeño, de esos que todavía nombran el mundo a medias, que miran con ojitos curiosos y confusos, que hacen preguntas difíciles de responder. Te dirán en secreto que tenés que portarte bien, que sería un viaje largo.
La esperanza te la dieron tus manos metidas en el barro y la comprensión de que la prosperidad entra en una semilla. Pero, sobre todo, tu paciencia y la certeza de que la tierra prometida sólo se alcanza con trabajo.
Tus manos sostuvieron las de Mercedes, acunaron a tus cinco hijos, acariciaron a tus ocho nietos y a tu bisnieto. De tus manos brotaron los campos y nacieron animales. Abrazaste la vida en todas sus formas posibles.
Fuiste humilde y generoso. A nadie lo determina su origen y tampoco su destino. Te detuviste a escuchar con atención, porque te importó conocer a los que te rodeaban y no mirar para otro lado. Tuviste los pies en la tierra, la mirada hacia adelante, la memoria en tus raíces, la fe en el cielo y el corazón en nosotros, en tu familia.
Enseñaste con el ejemplo. Nos dijiste que todo era posible. Te emocionaste porque sabías que lo esencial se resumía en la mesa grande del domingo. Qué grandioso que hayas sido tan consciente de tu felicidad.
Abuelo, hoy hay sol. Hace mucho que no llueve. ¡La! No sabes la sequía que hay. Ojalá nos mandes algún chaparrón. Mañana te voy a seguir hablando del clima. Voy a ir a tu casa y bajar el volumen del televisor. Voy a cambiar el canal Rural porque me aburre. Voy a escuchar la radio y robarte el Eco para hacer el crucigrama. Voy a seguir mirando el picaporte para esperar que llegues del campo. Me voy a reír con mis primos de tu ronquido. Voy a correr a abrazarte cuando me vuelva a La Plata, te voy a decir que te quiero y que necesito que te cuides. Vos me vas a dar cinco besos ruidosos y me vas a decir que los abuelos me quieren mucho. Entonces, vamos a doblar en la esquina de Sarmiento y te voy a ver hacerte chiquito mientras saludás y sonreís.
Te voy a seguir escribiendo mil veces. Te voy a seguir nombrando para siempre, porque tu historia es la de un hombre bueno que decidió ser feliz. Y esa es la única historia que vale la pena escribir.
Le conté a Felipe que te fuiste a una estrella. Él me dijo que no, que ahí te aburriste y te fuiste a ayudar a Papá Noel a hacer juguetes. Sabe de tu determinación y de tu trabajo. Sabe que solamente los más buenos del mundo pueden ocupar ese lugar.
Nosotros estamos juntos. Estamos bien. Quédate tranquilo. Prendé la camioneta y anda a Fuente Nueva. Esperanos con el mate abajo de la parra”.
RAMÓN PÍO LUCERO
Nació el 11 de julio de 1929 en un pequeño pueblo, Unión, en San Luis. Unas pocas palabras no van a alcanzar como reseña histórica de los 91 años de la vida de “el abuelo coco”, como le decían todos, cariñosamente, por su casi calva cabeza desde siempre.
Desde los 8 años empezó a trabajar como bollero, dejando para siempre sus estudios primarios y dar lugar a lo que fue su refugio, el trabajo; en el que construyó como su hogar y adornó con diversas actividades, siempre con la misma intensidad, alegría, esfuerzo y apego.
Desde pequeño y fuera de la casa de sus padres, se desempeñaba en cuantos quehaceres le permitía su edad, en la estancia que lo adoptó hasta los 16 años. Luego se fue de allí para iniciar su propio camino, emprendiendo con su pequeño tambo lechero, donde responsablemente cada día ordeñaba y repartía leche en Rancúl, La Pampa. Esto lo hizo hasta casi sus 26 años, tiempo en el cuál conoció, se enamoró y se casó con Ana Lezana, un 24 de febrero de 1955, su incesante compañera todo terreno, que lo seguiría hasta el último día de su vida aquí en la tierra, y lo seguiría al otro lado del camino a horas de diferencia de su partida, como para plasmar la fidelidad infinita y el constante acompañamiento en cada uno de sus pasos. Mujer de innumerables virtudes, con la cual tuvo ocho hijos, y fueron padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Estuvieron juntos desde casi el primer día de conocerse hasta el último, un breve lapso de 65 años.
Ramón realizó todo tipo de tareas rurales en distintas épocas de su vida. Desde sus inicios como bollero, luego tambero y lechero, jornalero, en siembras, cosechas y como todo trabajador rural de la época, se desempeñó en los campos en infinitas multiplicidades de tareas. Luego estuvo en el ferrocarril, en sus construcciones, donde el arduo trabajo y pesadas tareas eran el pan de cada día. Sus compañeros lo recordarían por su alegría y modo infatigable de realizar sus funciones. Con el mismo impulso se desempeñaría acá y allá, donde quiera que fuera. Luego en máquinas topadoras y motoniveladoras en varias empresas, construyó rutas extensas, dejando un legado en el tiempo, donde tantos viajeros quizá jamás sabrán de él y sin embargo, no prescindirán de su importancia.
Esto lo llevaría de ciudad en ciudad en estadías temporales, hasta llegar a Tandil, donde se radicó definitivamente con su familia. Aquí hizo su casa, trabajó en empresas cerealeras, al desistir de estar alejado de la familia por períodos que se hacían largos. Después en canteras, fue también albañil, pañolero en los inicios del primer supermercado en Tandil. Inquieto por naturaleza, transitó activamente en distintas tareas y todas ellas las hizo con la misma pasión de ver el trabajo de sus manos. No cesó nunca su fervor por hacer, hasta el último día de su vida. Tiempo en el cual llegó con el shock de una época, que quisiéramos que no hubiese existido: “la pandemia”.
ALFREDO OSCAR ABRAHAM
El pasado 7 de noviembre falleció en Tandil, a los 80 años, Alfredo Oscar Abraham. Había nacido el 9 de marzo de 1940 en San Miguel del Monte, fue hermano mayor de 8 hijos; siendo su mamá Elena Rosa Parra (f) y su papá Alfredo Abraham (f).
En el año 1970 vinieron con su hija de 3 años de visita a Tandil y se enamoraron de esta preciosa ciudad; radicándose aquí. Desde ese año trabajó en panaderías importantes, ya que su oficio era panadero, facturero, confitero; haciendo todo en general.
“’Mi viejito lindo’”, le decía siempre, nos dejaste un profundo dolor entre familiares y amigos; los que tuvieron la alegría de conocerte.
‘Cacho’, le decían los más conocidos. Es difícil describir en pocas líneas su amor, su dulzura, su silencio que hoy se apoderó de toda la familia.
Supo demostrar su fortaleza ante tanto tormento de su enfermedad, cada situación vivida siempre junto a su esposa Carmen di Primio; compañera de toda la vida, compartiendo 63 años juntos con todo lo bueno y malo.
De esa relación nació su hija Marisa Abraham, quien lo ama mucho, lo cuidó y mimó con sus alegrías para que sea más feliz en los momentos difíciles de la vida; quien le dio un precioso nieto: Alfredo José Eletta, y quien le brindó todo su amor, respeto, alegría, y todos los cuidados que necesitaba para tener una buena calidad de vida.
Viejito lindo siempre estarás en nuestros corazones, te amamos, te amaremos. Descansa en paz mi viejito lindo en los brazos del Dios todopoderoso, te amamos. Tú esposa Carmen, tu hija Marisa, tu yerno Sergio Lozano y tu nieto Fredy, de quien estabas muy orgulloso. Te amamos papito, mi viejito lindo, hincha del ‘Rojo’, Club Atlético Independiente. Besos al cielo papito, te amamos, te extrañamos mucho”.
RAÚL ALBERTO LAMAS
Raúl Alberto Lamas nació el 1 de diciembre de 1958 y desde muy chico trabajó en la metalúrgica, en las canteras, en el monte con la leña y en la chatarra. Era muy conocido por muchas personas, por su trabajo, su generosidad y humildad con la gente, construyendo una gran familia junto a su compañera de vida María Galabert. Fruto de ese amor nacieron sus siete hijos: Ana, Marina, Verónica, Yesica, Belén, Alberto y Rocío, quienes le dieron en total 23 nietos a los que amaba. El pasado 17 de noviembre de 2020 falleció tras tres meses de lucha contra su enfermedad, dejando un gran dolor en su familia.
“Papá te fuiste, pero el rastro que dejó tu existencia ha sido un regalo para los demás. Tu amor, bondad y cariño ha hecho crecer y florecer la obra que sembraste. Supiste aprovechar bien el tiempo que Dios te entregó, dándonos la vida y luchando para que nada le faltara a tu familia. Siempre te recordaremos con orgullo y seguirás dentro de nuestros corazones, aunque estés allá en el cielo, donde podrás descansar en paz. Te amamos papá”.
OSCAR ALFREDO ZUBELDÍA (COLO)
Oscar Alfredo Zubeldía, alías “Colo”, nació el 3 de octubre de 1949, siendo hijo de Darolo Zubeldía (f) y Juliana Becedillas (f), y falleció el pasado 10 de noviembre de 2020.
Trabajó en la Usina Popular y Municipal durante 35 años, y una vez jubilado, se dedicó a su casa, la que reformó con amor y sacrificio. Fue un buen hombre, de carácter, al que había que saber llevar. En 1992 conoció a Mari, y a pesar de idas y vueltas, se amaron.
“Me fui de Tandil para olvidarte y no pude. Me visitabas cada quince días. Sufro tu partida. Te pido fortaleza. Por siempre tu ‘gordita’ Mari. Descansa en paz mi vida”.