Necrológicas
ANA MUÑOZ MONTES
Recibí las noticias en tu email
Ana Muñoz Montes nació el 5 de octubre de 1925, y fue la menor y décima hija de Juan y María, nacida en la ciudad de Albuñol, Granada, España.
Hacia 1949, con un su primera hija, Carmen, de casi dos años, y embarazada de su segundo hijo, decidieron junto a su marido Juan A. Fernández Montes, que había luchado en defensa de la República, iniciar un viaje hacia un nuevo país: Argentina.
Su familia recuerda su relato de esa travesía, de meses de viaje en un barco rezago de guerra llamado “Córdoba”, donde estuvieron varados tres días en alta mar en medio de una gran tormenta.
Una vez en Argentina, se asentaron en Tandil, siendo ayudados por unos parientes. Don Juan Antonio trabajó en el campo y doña Ana cuidaba de sus hijos. Después de unos años de sacrificio, en la zona de Villa Galicia lograron construir su primera casa.
Fue madre de cinco hijos, y a los 47 años enviudó. En 2012 perdió a uno de sus hijos, Mariano, y a pesar de estos golpes que le dio la vida, salió siempre adelante.
De aquellos tiempos hermosos donde se daban las reuniones familiares, algunos de sus nietos recuerdan jugar con un par de castañuelas y abanicos en un patio verde lleno de frutales, con ricos higos, granadas y nueces. Una pileta de losa en el patio, donde se podían bañar los más chiquitos y donde con sus manos dejaba los delantales como nuevos, blancos y más blancos, para la escuela.
Alguna que otra mesa larga donde comían todos juntos, mirando “Los Benvenuto” o “Feliz Domingo”, comiendo tallarines; ella con su delantal “con bolsillos” y la infaltable fruta de postre. Forman parte de esos recuerdos también las “migas” y “gachas”, comidas tradicionales de su infancia en España. La pastafrola que hacía era la reina de los cumpleaños de todos. Octubre era su mes más alegre, su casa se llenaba de gente, por su cumpleaños y el Día de la Madre.
Al mirar sus fotografías no hay una donde no estuviera igual, con sus soleros y polleras, “nunca pantalón”. Siempre añorando su querida España, a sus hermanos y su familia. En sus relatos jamás perdió su acento español.
El pasado 16 de noviembre de 2020, con 95 años, partió a reencontrarte con tus seres queridos.
“Hay pedacitos tuyos que dejaste por acá aún. Te recordamos tus hijos Carmen, Juan José, María Rosa y Marcelo, tus yernos Maximiano y Héctor; tus nueve nietos Verónica, Pablo, Diego Emanuel; Ana, Karina y Natalia; Marina y Alfredo y tus nietos políticos; tus 16 bisnietos Martín, Tadeo, Milena; Leonel, Brisa, Albertina, y Mariano; Belén y Sol, Lautaro, Franco y Valentino; Merlina y Santino; Benjamín y Francisco, tus raíces.
Nos tocó a nosotros hoy, y es nuestra tarea, mantener vivo el legado de esta generación de abuelos que nos llevó la pandemia. Te recordamos así, elegimos los pequeños detalles para describirte. Buen viaje, nos volveremos a encontrar. Tus seres queridos”.
EDUARDO LÓPEZ
Eduardo López, “Rony” para algunos, nació en la Navidad de 1949, en Bordenave, donde se crió con sus padres, en el campo, entre caballos de carrera y tareas rurales. Su papá, Máximo López, fue un gran y reconocido burrero de la época en su zona, y su mamá, Dominga Elisa Pacheco, excelente madre, esposa, ama de casa, y compañera en todo. Asistió con sus hermanas, Olga, Graciela y Rosa, a la escuela rural El Pincen, en el partido de Puán.
En su adolescencia era gran cuidador y jockey, ganador de muchas carreras de su zona. Luego, a los 27 años, se casó con María Cecilia Baier, modista de alto prestigio, con quien tuvo tres hijos: Elizabet, César Abel y Betiana (Chicha).
En 1988, decidieron radicarse en la ciudad de Tandil, buscando nuevos horizontes. Aquí siguió trabajando en el campo, pero también probó suerte como repartidor, en un lavadero de autos, en una cantera y demás.
Con el correr del tiempo, fue abuelo de tres hermosos nietos: Valentina Elisa, Joaquín y Sofía.
Y de este plano, teniendo su propio caballo de carrera denominado “Black”, se fue el pasado 9 de noviembre de 2020, dejando su mejor enseñanza, la cultura del trabajo, honestidad y unión familiar.
MATILDE MARTÍNEZ
Matilde Martínez viuda de Galera, más conocida como “Lila”, falleció el pasado 17 de noviembre de 2020, a los 88 años, dejando el vacío de su ausencia, pero el amoroso recuerdo que quedará por siempre en los corazones de su familia.
Fue una excelente persona. Para destacar, su fortaleza, actitud, buenos valores y su hogar, que era el punto de encuentro para la familia y amigos.
“Te vamos a echar de menos. Que en paz descanses”.
TARCISIO MADDALENO (TARCHI)
Tarcisio Maddaleno nació el 7 de enero de 1946, en Cafasse, provincia de Torino, Italia. Cuando sus padres tenían ya dos hijos, junto a su hermano Grato de 4 años, se vinieron a la Argentina, radicándose en San Isidro.
Estudió en el colegio Santa Isabel de San Isidro y en el Segundo Fernández de Béccar, recibiéndose de Técnico en torno y fresa.
Teniendo su familia chacra en Río Colorado, provincia de Río Negro, conoció a quien luego sería su esposa por 50 años, Silvia Cristina Prat. De esa unión nacieron Rosario y Marina. Tras permanecer allí escasos 4 años, se radicaron en Tandil. Aquí trabajó en Ronicevi, por más de 30 años, donde se jubiló.
Fue un devoto de su familia, formada por su esposa e hijas, y la buena fortuna de sus queridos nietos, Florencia, Jeremías y Victoria.
Fue un excelente vecino y amigo, tratando siempre de ayudar a todos, en todo lo que podía.
“Tratamos entre todos de hacerle sobrellevar esa enfermedad que lo fue abatiendo de a poco, pero haciéndole saber que todos estábamos en su lucha.
Tarchi, te amamos y sabemos que te vamos a echar de menos, y te agradecemos el amor brindado y por estar siempre presente cuando te necesitamos, con esa bondad que tenías de tender una mano a quien lo necesitaba.
Fue muy triste ver tu lucha por vivir, pero el destino quiso que no sigas sufriendo. Tu recuerdo estará siempre en nuestra memoria y vivirás en el corazón de todos los que te quisimos. Descansá en paz, un inmenso beso al cielo. Silvia, Rosario, Marina, Florencia, Jeremías y Victoria”.
CLAUDIA ROXANA CUVILLIER
El pasado 9 de noviembre de 2020 falleció, a los 50 años, Claudia Roxana Cuvillier. Había nacido en Tandil, el 3 de febrero de 1970, y vivió siempre en el barrio Ceferino Namuncurá, junto a sus padres Jorge Cuvillier y Nélida Josefa Castro (f), y sus hermanos Oscar, Mauricio y Gastón.
Rodeada de una gran familia de tíos y primos, tuvo una infancia feliz. Cursó sus estudios primarios en las escuela 34 y 53, finalizando su bachillerato en Técnica 2.
Más tarde conoció a Pedro Bálsamo, su único amor y compañero, iniciando un camino juntos. De esa unión, en 2003, nació su único hijo, Lucas Bálsamo, su gran motor.
En su etapa laboral, se desempeñó como portera en la Escuela Primaria 5, durante 14 años, y luego titularizó en la Escuela Primaria 42.
A lo largo de su vida, demostró ser una mujer sencilla, con gran fortaleza y firmes valores, dictados por un inmenso corazón.
Madre, esposa, hija, tía, sobrina, prima, hermana, amiga incondicional, predispuesta a ayudar y compartir. Encontró un fuerte apoyo emocional en sus amigas y afectos. Le gustaba viajar y pasar buenos momentos. Supo afrontar los problemas con una sonrisa y optimismo.
“Nos dejaste una gran enseñanza. La vida es hermosa y a pesar de las dificultades, nunca hay que dejar de sonreír. Siempre te recordaremos con amor y alegría. Tu familia”.
GALILEO FABIANI
Oriundo de la vecina Ayacucho, Galileo Fabiani nació el 12 de mayo de 1927, y era hijo de Gaudencio Fabiani y Rosa Cabalcanti.
Desde muy joven, fue a trabajar al campo y cuando cumplió los 18 años, por un conocido rindió examen para entrar en el Ferrocarril. En palabras de él: “Me resultó tan sencillo que entregué primero, con mucho miedo, pensé que había realizado todo mal, había mucha gente con estudios”. Siempre contaba eso de aquel examen, con mucha emoción. Por entonces, salió sorteado para ir a la Marina (le guardan el puesto en el Ferrocarril), donde prestó servicio por dos años, en una experiencia que le encantó.
En la Marina trabajaba en el bar, siempre tenía todo organizado y lo querían mucho porque cocinaba muy bien, y de eso pudieron dar fe sus seres queridos. Siempre contaba muchas anécdotas de su paso por el servicio militar. Un día confió que si no hubiese tenido un lugar en el Ferrocarril, se hubiese quedado allí.
En 1951, se casó con su primera esposa, con quien tuvo sus tres hijos, Alberto, María Rosa y Jorge. Luego de un tiempo, se separaron.
Como él trabajaba de señalero en el Ferrocarril, fue recorriendo varios destinos hasta llegar a Tandil, donde se enamoró de la ciudad y de la querida abuela Inés.
Vivieron juntos muchos años, desde 1980 hasta 1998, cuando ella falleció. Juntos compraron un terreno donde se hicieron su casa y donde él tenía un lugar inmenso para hacer lo que más le gustaba en la vida, que era trabajar la tierra. Pasaba todo el día en su huerta, era algo hermoso de ver; también tenía gallinas y conejos.
Su nieta recuerda que los viernes solía llevarla a pasar el fin de semana y el domingo, al regresar, lo hacía con una bolsa grande de verduras para que su madre las cocinara. Además, repartía verduras a familiares y amigos. Eran lindas épocas aquellas.
Cuando se dedicó a vender huevos, también lo acompañaba su nieta, recolectándolos de mañana y de tarde; los limpiaban y ubicaban en las cajas para salir a repartirlos por toda la ciudad.
“Una de las decisiones más felices para mí fue cuando decidieron que me ibas a criar. Desde ese momento no me despegué de tu lado. Siempre juntos. Cuando nació tu primer bisnieto del corazón (mi primer hijo), le regalaste un caballo, no me olvido más la felicidad que tenías, el regalo era más para vos que para él. A los 80 años, decidiste que te comprarías una moto porque las piernas no te daban más para andar en bici. Y así fue, usaste la moto hasta marzo de este año. Querido abuelo te vamos a extrañar mucho, siempre estarás en nuestros corazones”.
ROSA BARILA
Rosa Barila viuda de Caratozzolo nació en Italia, Bagnara, Calabria, y a los 15 años vino con sus cuatro hermanas y padres a Argentina. Forjando su futuro, conoció a Juan Caratozzolo, del mismo pueblo que ella. Se casaron y estuvieron 50 años juntos, naciendo sus dos hijas Patricia y Carmen, y de allí cuatro nietos y cuatro bisnietos.
Al quedar viuda vino a vivir a Tandil para estar más cerca de su familia. A raíz de esta pandemia, Dios se la llevó el pasado 16 de noviembre de 2020, dejando más que triste y con impotencia a toda la familia.
Sus nietos Jesica y Juan Manuel González la recuerdan con amor, lamentando su partida. Ahora descansa junto a su esposo y a Jesús.
RICARDO ANTONIO LLANOS
Oriundo de la localidad de Alcira Gigena, provincia de Córdoba, llegó a Tandil después de jubilarse de su querido Banco Provincia de Córdoba, en busca de un futuro mejor para su familia.
La familia pasó años difíciles hasta que se pudieron instalar en esta maravillosa ciudad. Con el transcurso de los años, muchos lo conocieron como “el Cordobés”, que manejaba un remís situado en la avenida España.
Fue un hombre muy querido, especialmente por toda su familia. Un gran esposo, padre, suegro, abuelo y tío. Generoso, honesto, una persona que siempre enorgullecía a su familia.
“Vivió la vida como quiso, a su manera y muy feliz. Hoy dejó un dolor y un vacío muy grande en quienes tanto lo amamos. A quienes no lo conocieron, vale contarles que fue una persona maravillosa que nunca tuvo reparo en ayudar a quien lo necesitó. Querido y respetado por sus compañeros de trabajo, un hombre serio de pocas palabras pero de muchas acciones, que daba todo por sus seres queridos. Quedarán sus anécdotas y todos sus mimos a nietas y sobrinos. Buen esposo que eligió vivir su vida con esa mujer que tanto lo amó y lo amará por siempre, a aquel hombre que fue y será el gran amor de su vida.
Como hija sólo puedo decirte que no me podía haber tocado mejor padre en el mundo y darte las gracias por todo lo que me diste. Te voy amar toda mi vida. No te digo adiós papá querido, te digo hasta que nos volvamos a ver, allí donde todo es maravilloso y el dolor no existe, allí donde con tu nieta seguro me esperan. Siempre en nuestros corazones papá, nonito, abuelo, Richard, el “Negro” Llanos, el mejor esposo, padre, abuelo y tío que alguien pueda tener”.