Alberto vs Los Imbéciles: un discurso que expone las debilidades del poder
El discurso del Presidente en el que la semana pasada anunció nuevas restricciones por la segunda ola de coronavirus que hace meses azota al mundo – y que según el comité de infectólogos que asesora al gobierno hace semanas está en Argentina –, rememoró viejos momentos del 2020 que la mayoría pretende olvidar.
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Lo que a fines de marzo había sido interpretado por muchos como un aprendizaje en la comunicación del Frente de Todos al posicionar la dupla Cafiero-Vizzotti como las nuevas caras de las malas noticias, quedó en la nada. Una vez más, Fernández se puso al frente del anuncio de medidas restrictivas – a las que él mismo calificó como impopulares – y demostró que sus indicaciones de acción no son aceptadas, al menos por una porción importante de la sociedad.
Hace exactamente un año Fernández demostró una excesiva utilización de su caudal de poder. En el comienzo de la cuarentena Alberto empezó con todo: hubo una condensación de poder tan grande por parte del Presidente que luego no fue capaz de sostenerla en el tiempo y que aún hoy tiene consecuencias.
Dado que el sistema político se comunica a partir de decisiones – las cuales son siempre vinculantes diría Luhmann -, el decreto de marzo del 2020 que establecía el inicio del confinamiento escondía dentro de sí una gran amenaza. Los subordinados al poder debían optar entre aceptar o desobedecer dicha decisión. El problema es que la legitimidad de Fernández no se basó en otorgar libertades sino en todo lo contrario.
Como bien explicó Luis Costa en su columna del domingo en Perfil, el hecho de que las decisiones que se comunican a cada paso en el sistema político sean vinculantes, “permite que el análisis se ubique en el punto exacto en que esas decisiones son o no aceptadas por los públicos, como medida del poder real que un gobierno tiene en un momento exacto”. La equivalencia es clara: cuanto más exagerada es la amenaza, menos poder se tiene.
Las elecciones obligan a una actualización del discurso, pero aunque Fernández retomó su postura del 2020 cuando sus alocuciones seguían las líneas propias del discurso peronista como la lo es la noción de unidad nacional, esta idea duró menos de 24 horas.
Por definición, todo discurso político tiene dentro de sí un adversario y mientras al comienzo de la pandemia esa figura era ocupada por el microorganismo, caracterizado con un discurso bélico – un “enemigo invisible” que había que “atacar” y para poder “vencerlo” los argentinos debían actuar “unidos” -. Hoy, ese adversario es más amplio pero aunque se sume a ese vagón a una parte de la sociedad a la que se la pretende seducir en modo barrabrava, la amenaza no surte efecto. Sigue siendo exagerada.