Con las ilusiones intactas
Anoche se continuó repitiendo la tradición en la casa de Juan, como en millones de hogares, con pastito y agua frescos para los cansados camellos de los Reyes Magos. El no pudo dormirse hasta bien tarde por la ansiedad que le despierta cada año la posibilidad del milagro de estrecharse en un abrazo con Melchor, Gaspar y Baltasar.
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Una cosa es cierta, ha habido años mejores y no tanto para los sabios de Oriente donde Juan no ha encontrado el original del juguete pedido sino una versión más económica que produjo primero un gesto de disgusto para luego jugar por jugar olvidándose de la marca.
Aunque el ritual siempre fue el mismo, desde que nació, los obsequios encontrados fueron cambiando según la edad y la moda y cuando los juguetes seguían en boga de un año a otro, Juan insistía en sus cartas de letras desparejas encabezadas invariablemente con el “Querido Reyes, soy Juan…”, con todo lo que tuviera que ver con Rambo.
Fue así que el pequeño inició una colección que mostraba orgulloso a sus amigos, prestaba poco a su hermano y pedía a su mamá que tuviera cuidado con la zona del fuerte, que ocupaba una gran parte de su cuarto y que los accesorios tales como helicóptero, lancha, muñecos malos y otros tantos buenos, ocupaban parte del de su hermano menor, lo que hacía que fuera dificultoso moverse por los refugios de sus hijos.
Para su mamá era divertido alzar a Rambo, pasarle una franela y sentarlo en la lancha que partía a todo motor sobre un imaginario pantano donde lo esperaría su amigo Trautman para darle instrucciones o quizás el mismo pantano lo llevaría a una emboscada preparada por su archienemigo el general Warhawk, no lo sabemos.
La cuestión es que como en tantas películas donde personajes y soldaditos que de día son de plomo, se convierten por la noche en seres de carne y hueso era lo que llevaba a Juan a jugar hasta altas horas. Se jactaba de ser el único en la ciudad que tenía la colección completa y quizás fuera cierto, ya que a su casa venían muchos amiguitos para compartir con él a su amado héroe Rambo.
Sin embargo cuando Juan fue creciendo -demasiado rápido para el gusto de sus padres-, convirtiéndose en un adolescente que de a poco dejó los juegos para ocuparse de la música, las pilchas y las chicas… y también del colegio, el cuartel de Rambo se fue oscureciendo con el paso del tiempo, pero siempre en el mismo lugar y ocupando una parte de su cuarto y del de su hermano.
Y llegó el día en que terminó el secundario y se fue a estudiar lejos de casa, pero dejando a buen resguardo el cuartel, en una caja enorme que colocó con mucho cuidado en el estante superior del quincho.
Pasaron los años y como siempre sucede en una casa, las cosas en desuso se fueron acumulando y todo iba a parar allí, la alfombra vieja, el sillón de estilo pero descolado, la cómoda con el mármol rosa roto en una esquina, por lo que hubo que hacer espacio para estas nuevas cosas viejas de las cuales a la familia le resultaba difícil desprenderse.
Un día su madre descubrió la caja en el estante superior del garaje, con esfuerzo la bajó, limpió un poco el polvo y la abrió encontrando a Rambo y su troupe. Pensó de inmediato en los chiquitos que no siempre reciben regalos e imaginando caritas sonrientes decidió llevar la caja a la parroquia. Seguramente Juan no se acordaría, habían pasado más de 18 años, ni tendría en cuenta sus juegos de niños, la caja llena de polvo colocada en el estante superior en el quincho.
Anoche se siguió repitiendo la tradición en la casa de Juan y su mujer con el pastito y el agua frescos y la espera de los Reyes Magos que traerán un auto con techo de plástico de brillantes colores con el que se trasladará usando sus piecitos… el chiquitito aún no sabe leer ni escribir, pero comienza a demostrar con firmeza lo que quiere, por el momento sus juguetes preferidos son la pelota, la guitarra y los libros para colorear.
Juan, recordando su infancia, aquella época donde dejaba los zapatos con el corazón latiendo fuerte y la ansiedad de la noche mágica, hoy tuvo un dejavù, y marcando el celular de su madre le cuenta lo de su hijo y con la voz entrecortada por la emoción le dice:
-El fin de semana vamos a comer a tu casa y le voy a enseñar mi colección completa de Rambo ¡No sabés los recuerdos que tengo!, cuando me fui a estudiar dejé todo en una caja en el estante más alto del quincho, para que nadie la tocara. ¡Te quiero ma! Nos vemos.
Juan corta feliz mientras su madre mira el teléfono boquiabierta. ¿Qué hacer, cómo decírselo? O, ¿por qué decírselo?
Terminada la conversación, enciende la computadora, entra a mercadolibre.com y comienza a comprar la colección completa de Rambo “La Fuerza de la Libertad”, la lancha, el helicóptero, a su archienemigo el general Warhawk y su amigo incondicional Trautman… compra con un entusiasmo casi infantil, con una alegría infantil, riendo y pensando que -también esta vez- las ilusiones de su hijo quedarán intactas… Le informan que la compra estará en la sucursal… en cinco días. ¡Justo a tiempo! ¡Fantástico!
Cuando venga Juan -piensa la madre-abuela- se encontrará, como cuando era chico, con la colección completa de Rambo “La Fuerza de la libertad”.
Y le brillarán los ojos como entonces.
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