OPINIÓN
Cultura del atraso
Por Andrés Dorta (*)
Recibí las noticias en tu email
Nuestro país padece un largo período de decadencia socioeconómica que lo ha llevado a registrar retrocesos en todos los indicadores (crecimiento del PBI, pobreza, inversión directa, nivel de empleo formal, etc.) y que se evidencia en la constante volatilidad macroeconómica en la que las recurrentes crisis dan lugar a un lapso de crecimiento, en un efecto rebote que vuelve a colocar el nivel de producción a los mismos niveles en que se encontraba anteriormente; es decir, vivimos en una montaña rusa de la cual parece imposible salir.
Y esta imposibilidad para salir y entrar en una senda de crecimiento sostenido y sustentable en el tiempo obedece no tanto a defectos económicos, como a una cultura del atraso arraigada profundamente en nuestra sociedad.
Está mal visto en amplios sectores de la población y es políticamente incorrecto propender a la expansión del sector privado que genere producción, riqueza y sus ganancias se reinviertan para producir nueva riqueza; todo lo cual repercute favorablemente en el nivel de empleo (en cuanto cantidad y calidad) y en el estándar de vida de la sociedad; a más de otorgarle al sujeto un mayor grado de libertad.
Existe una creencia internalizada y generalizada que la generación de riqueza es un acto inmoral; que quienes obtienen ganancias son seres avaros, individualistas contumaces desprovistos de todo sentido de solidaridad y empatía hacia el semejante. No niego que haya personas exitosas económicamente que encajen en esta descripción, pero de allí a extenderla a la totalidad de los emprendedores supone un erróneo uso del método deductivo.
En esto no es ajena la concepción filosófica de las distintas religiones (comenzando por el catolicismo) que sostienen un culto al pobre, ser que tendrá ganado el Paraíso como compensación a todas las calamidades que sufre en este planeta; “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de los Cielos” dice la Biblia. Con lo cual el metamensaje es “no hagas una actividad productiva propia que provoque una mejora en tus condiciones de vida y te brinde libertad, pues en ese caso no obtendrás el acceso al Paraíso eterno”.
El Estado populista aprovecha esta idiosincrasia: menos prosperidad, menos emprendimiento privado, menos libertad y mayor control por parte de la clase encaramada en el poder; por ello no es de extrañar la baja calidad institucional republicana y la existencia de dinastías cuasimonárquicas en las provincias del interior (norte y sur) y de los denominados “barones” en el conurbano bonaerense.
Y en este particular 2020 se observan varios ejemplos de esta cultura del atraso, que impactan en distintos sectores de la vida y es pertinente señalar:
- a) Sector rural: este sector dinámico y competitivo de nuestra economía, generador de divisas por excelencia, sufre el incremento sustancial de las retenciones a las exportaciones; todo lo cual vuelve poco redituable a la actividad y desincentiva el desarrollo. Aquí subyace la concepción equivocada de que el productor rural es un gran beneficiario del accionar del Estado y que, en consecuencia, debe repartir los frutos de su esfuerzo sostenido con los otros congéneres que no tenemos la suerte de tener un pedazo de campo con el cual enriquecernos.
- b) Industria del software: en este caso se derogó la ley que establecía estímulos a los productores de software, incipiente actividad también generadora de divisas y empleos. Si esta industria puede competir en el mundo, ¿por qué no cobrarles impuestos que permitan mantener al resto?
- c) Teletrabajo: la actual situación sanitaria aceleró el proceso respecto a la existencia de trabajo en forma remota. La sanción de la Ley 27.555 fue una oportunidad perdida en cuanto a regular la modalidad de forma tal de estimular la creación de nuevos empleos, la baja de costos para los empleadores. Como está prevista, serán muy pocas las posibilidades de usar esta herramienta que, incluso permitiría que personas del interior del país pudieran acceder a nuevos trabajos. La creencia que el empleador es un sujeto despiadado que busca explotar al hombre está implícita en muchos de quienes sancionaron esta ley.
- d) Alquileres: lo antedicho también puede aplicarse a este tema. Estuvo latente en toda la discusión la idea de que el propietario es un especulador inmobiliario que juega con aquellos que quieren acceder a una vivienda, desconociendo que el inmobiliario es un mercado atomizado, competitivo. Y en infinitas ocasiones se trata de personas de clase media que con su esfuerzo o el de su familia pudieron tener una locación extra para obtener una renta adicional, piénsese en los jubilados que no pueden vivir con los recortados ingresos actuales.
La sanción de esta ley -en muchos aspectos- tuvo un efecto diametralmente opuesto al buscado: los precios de los alquileres se encarecieron aún más, según diversos informes; acá también se creó la obligación de registrar el contrato privado (la omnipresente voracidad estatal) en el entendimiento que el propietario es un gran potentado que debe ser castigado con más impuestos (como si el inmueble ya no estuviera gravado con diversos impuestos).
Y así podríamos continuar mencionando la falta estímulos a las actividades con proyección, la errática política exterior (Argentina se opone a un acuerdo Mercosur-UE), las constantes intromisiones en la propiedad privada, etc.
Es muy difícil en este cuadro tomar la decisión de invertir, intentar generar empleos (las actitudes sindicales merecerían un artículo aparte) y bienestar.
Por ello el problema macroeconómico argentino y sus crisis, la imperiosa necesidad de generar divisas y empleos de calidad se parecen cada día más a una utopía inalcanzable y muchos miran a los países vecinos como tierra de posibilidades. No es de extrañar: la mentalidad atrasada repercute negativamente más de lo que parece.
(*) Abogado. Secretario y asesor del bloque de concejales Integrar.