El Tandil tumbero, la trama no ficcionada de la ciudad
La opinión pública comienza de a poco a despejarse de los gravísimos sucesos policiales que lo tuvieron atenta por un sensible margen de tiempo hasta que el buen curso de las investigaciones judiciales se encaminaron al eventual esclarecimiento de los homicidios que llamaron la atención de propios y ajenos, con la consabida voracidad periodística foránea también.
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Bajada la espuma de aquellos flashes que obnubilan y detalles que escandalizan, quedarán los deudos de las víctimas aguardando por el accionar de los adustos y cultivadores del bajo perfil de los funcionarios judiciales en pos de cerrar las instrucciones penales rumbo a un juicio que determinará las potenciales penalidades para los responsables.
Los trágicos sucesos fueron seguidos cual películas de género policial que lograron “entretener” a una audiencia que, de a poco, parece desentenderse de lo que se desnudó pornográficamente, con actores principales y de reparto que no precisamente fueron sacados de la ficción. Eran -son- personajes de la vuelta de la esquina, cuyo atribulado pasado se condice con el tenebroso presente e incierto futuro.
Lo que alguna vez algún actor social y político supo definir como el “otro Tandil”, acerca de ese costado oscuro casi disimulado que hace al porcentaje de una población excluida y vulnerable, pareció parir sin pausa y con prisa una cofradía marginal con códigos propios. De aquel Tandil oculto al Tandil tumbero expuesto, con las consabidas consecuencias letales.
Los crímenes del joven Jorge Bustamante como del jubilado Daniel Ávila parecen el corolario de otras historias comunes que ya han transitado por los pasillos de la justicia penal, ámbito acostumbrado a atender a la “clientela” de siempre. Las muertes de Nito Rodríguez o Marito Maciel, por caso, fueron señales de esa marginalidad que se respiraba en una cultura subterránea de la ciudad y que se bien tuvieron un desenlace judicial con respectivas condenas, se sospecha que, como casi siempre ocurre, los expedientes penales se aproximaron a la verdad de los hechos en juzgamiento, pero no se dijo todo lo que se sabía.
En aquellos casos se destilaba mucho más que un circunstancial enfrentamiento entre víctimas y victimarios. Se aludía descarnadamente de un cóctel explosivo de marginalidad, alcohol, drogas y ajustes de cuentas.
Ahora con estos dos últimos recientes trágicos sucesos, la realidad de ese otro mundo subterráneo vuelve a la superficie y bofetea los rostros con miradas incrédulas de una sociedad que se hace la distraída para pasarla mejor, hasta que les toca.
El referente de ong La Tribu Mario “el Pata” Raimondi, alguna vez expuso sobre lo que pasaba en los barrios de la periferia. Que después de las 18 el Estado se iba de las calles y ese escenario se transformaba en tierra de nadie o más bien era ocupado por sujetos alienados por condimentos extras y paridos de una trama social sórdida.
No tardaron en salir a contestarle con oportunismo desde la esfera estatal para salvarse las ropas que eso no era tan así.
Más luego salió un excura a hablar desde una homilía sobre el consumo de droga y los pacatos de siempre le saltaron a la yugular pidiendo pruebas primero, denuncias más tarde, y su cabeza después. El religioso colgó la sotana, la droga siguió.
Pero ahora esa verdad que se esfuerza por esconder volvió a saltar como géiser. El guión del género policial oscuro que ganó capítulos varios por el crimen de Bustamante desnudó brutalmente esas vidas signadas por la exclusión y la droga que lleva a jóvenes desangelados sin presente y menos futuro a atentar contra sus propias vidas y, si eso no alcanza, con la de otros, sin remordimiento alguno.
Anoticiados de la desaparición de la víctima, ya la vecindad que convive a diario con esos “pibes quemados” parecía saber que ellos tenían que ver. A ninguno le resultaba ajeno que Nahuel Morales y Ángel Tami andaban en la mala, con postura orgullosa de pertenecer a esa cofradía tumbera. Con solo observarlos caminar por las calles del barrio se los veía deambular como zombis, con mucho tiempo ocioso dedicado a consumir lo que fuera necesario para escaparse de sus propias vidas. Para eso estaba Bustamante, quien los podía abastecer de los estupefacientes necesarios para salirse de esa realidad que los carcome a cambio de las necesidades sexuales del proveedor.
Si para obtener la mercancía es necesario tener sexo, se hace. El perfil tumbero no tiene prejuicios.
También aparecen otros actores que los necesitan para saciar sus intereses económicos y personales. Irrumpen en ese mundo marginal y se mezclan para sacar provecho al punto de querer cobrarse venganza y por despecho privar de la libertad a ese sujeto con el que las cosas –la relación- no terminaron como el capitalista quería.
Se dice que este actor con título de abogado traspasó los límites y las miradas inquisidoras piden por su cabeza, pero las consecuencias de sus actos hasta aquí no tendrán repercusiones en la vía judicial, el que hizo una falsa acusación fue su pupilo que está imputado y tiene derecho a mentir.
Sí los judiciales deberían explicar por qué el controvertido letrado está libre desde hace tiempo, cuando hay una seria imputación por abuso sexual (tras una emboscada similar a la que sufrió Emanuel Ramírez) y el común de los mortales que está procesado de semejante delito está tras las rejas hasta arribar al juicio.
Otro crimen
Y casi como una segunda temporada de la serie marginal serrana, otra muerte. La del policía jubilado Daniel Ávila, quien en sus ratos de esparcimiento, en especial en la primera quincena de mes cuando todavía el dinero alcanzaba, departía encuentros con un grupo de jóvenes “amigos” con necesidad de dinero y consumo sin costo. Para ello, el ofrecimiento de alguna mujer como prenda.
Si se confirma que el detenido resultó ser el autor, no es otro actor más de esa cultura que, desesperado por subsistir no tiene empacho en matar, en este caso a garrotazos frente a la resistencia de la “presa” que advirtió que le estaban hurtando su dinero.
Como Tami no tuvo reparos en calzarse las zapatillas de quien se supone asesinó a golpes con una llanta para luego asfixiarlo con un cinto, tampoco Matías Fabre se habría preocupado por sacarse el jeans manchado con sangre.
El sentido común de los “normales” se pregunta por qué tanta pasividad tras el devenir de los acontecimientos fatales. Qué les pasa que después del hecho uno se va con su cómplice y el abogado “amigo” a pasar el fin de semana a Mar del Plata cual viaje de egresados.
Por qué el otro siguió transitando en el barrio sin evidencia de preocupación alguna cuando ya pesaba una orden de detención en su contra. Hasta dónde llega la impunidad de estos individuos que ni siquiera se ocupan de borrar sus huellas de lo que se supone los involucran en la escena criminal.
Habrá que indagar sobre esa cultura tumbera que los cobija y les da un sentido de pertenencia, independientemente si es en la libertad presunta de la calle o detrás de las rejas de un penal.
Por lo pronto, la vecindad va recobrando su apatía social, ensimismada en sus propios asuntos, hasta que se presente una nueva temporada con episodios y personajes renovados de una trama no ficcionada que podría bautizarse como el Tandil tumbero.