En el frente de batalla
Los contagios en provincias y ciudades que durante meses marchaban invictos o con pocos casos, llegaron por negligencias en unos casos, por la circulación necesaria de personas que realizan trabajos esenciales entre diferentes distritos y por el relajamiento y vecinos confiados que el virus pasaba de largo por la ruta y no entraba a la ciudad.
Recibí las noticias en tu email
Es imposible imaginar que una comunidad subsista eternamente amurallada y encapsulada para evitar los contagios. Más tarde o más temprano el virus no golpea la puerta, entra sin llamar y esto ocurrió siempre, acá y en la China. Solo Gunnison, un pueblito de EEUU, resistió la Gripe Española de 1918, la pandemia más grande y letal que se recuerde y no tuvo ningún contagio. Pero es un caso único, para el libro de los récords, que aun hoy intriga a los científicos.
Soy de una tranquila ciudad del sur bonaerense rodeado de llanura, pero vivo desde hace años en un barrio de la Capital Federal acechado por el virus, con el mayor número de contagios. Les aseguro que convivir con la enfermedad que circula en la calle, lejos de atemorizar, nos obligó a reforzar y familiarizarnos con las medidas de aislamiento y distanciamiento. Cada salida a la calle y regreso a casa es una ceremonia de cuidados con el cada día menos soportable olor a lavandina. En nuestra casa desde marzo no entra nadie, salvo un plomero por culpa de un caño del baño, que eligió el peor momento para inundar a los vecinos del piso de abajo.
Es difícil ver alguien sin barbijo y no es posible relajarse en defensa propia y de los demás, porque sabemos que el virus está y espera agazapado donde menos lo esperamos. Los que salen a la calle, la mayoría, son los que no tienen otra opción porque necesitan trabajar. Y así y todo, en este mundo interurbano que habitan catorce millones de personas, el sistema de salud soporta la oleada y hasta ahora todos los contagiados tienen atención, los hospitales resisten y médicos, enfermeros y personal de salud dejan la vida por salvar la de los demás.
La vacuna es un haz de luz que comenzamos a ver al final del túnel pero falta todavía y mientras tanto nos tenemos que arreglar con lo que tenemos. El plasma humano es una posibilidad para atemperar la gravedad de la enfermedad que se experimenta con buenos resultados en hospitales de la provincia.
Y está el plasma de los caballos, que a diferencia de nuestro sistema circulatorio irrigado por cuatro o cinco litros de sangre, ellos tienen diez veces más y pueden ser los grandes mayoristas de anticuerpos capaces de controlar la infección que provoca el virus.
Otro aporte en esta batalla proviene de los perros. En la facultad de Veterinaria de la UBA los entrenan para que puedan detectar con el olfato si una persona está infectada. Las enfermedades tiene un olor particular y los perros ayudan a detectarlo sin necesidad de test. El grado de efectividad a través del olfato es sorprendente: los menos eficientes tienen 86 % hallazgo positivos y las perras más adaptadas el 100% de aciertos.
Podemos verlos en una calle periférica de la ciudad, a pleno campo o la vera de un camino. La postal de un hombre a caballo con el perro que los sigue detrás es la más gráfica descripción de unidad y cariño entre el hombre y los dos animales que lo acompañan a sol y sombra, en las buenas y en las malas. En esta que más los necesitamos no nos podían fallar. Y están!!.