En el lugar del otro
De Diógenes compré un día la linterna a un mercader; distan la suya y la mía cuanto hay de ser a no ser.
Blanca la mía parece; la suya parece negra; la de él todo lo entristece; la mía todo lo alegra.
Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira.
(Ramón de Campoamor)
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Algo así como un adagio y pretendida postura filosófica refiere a la valoración que cada sujeto, una sociedad, hace de determinado asunto de acuerdo a su idiosincrasia, su contexto, su interés. En resumidas cuentas, según el color del cristal con que se mire se echará a rodar su convicción, una sentencia.
Ese rigor valorativo, moral, termina relativizado por las circunstancias que rodean al asunto, con una carga emotiva lógica si se trata de situaciones tensas, dramáticas, por caso la conmoción por la seguidilla de amenazas de bombas en escuelas y el debate sobre qué les pasa a los pibes involucrados y, en especial, qué hacer con ellos.
Merece estas líneas las repercusiones cibernéticas que generó el público pedido de disculpas hace casi siete días de un papá de uno de esos muchachones sindicados como responsable de una de las llamadas intimidatorias a los establecimientos educativos, alarmas que motivó un dispendio de recursos humanos, económicos y corte de clases que generó el lógico y esperado reproche social como penal.
Ahora bien, los iracundos foristas parecen no conformarse con las públicas disculpas de ese progenitor que seguramente avergonzado e indignado por el accionar de su hijo entendió necesario hacer público su sentir y someterse a la represalia social y procesal que le quepa. Pero a los comentaristas no les alcanza el sometimiento. Quieren más. La intolerancia para con el otro se vomita en escasos como intensos y furiosos caracteres.
Cuando es el otro el que pisó el palito. Cuando la falta y la culpa es ajena hay que castigar sin contemplaciones. A la hoguera si es necesario (a esta altura tampoco alcanza) para saciar la sed de venganza, ya no de justicia.
Es que precisamente el valor de justicia depende de aquel cristal con que se mira. Hay que esperar que el infortunio, el destino (nadie está exento de equivocarse) les toque en carne propia para trastabillar y toparse con aquel clamor de vendetta disfrazado de justicia.
Los actores judiciales son los que padecen a diario estas situaciones intolerantes. Son los que cotidianamente deben mensurar entre víctimas y victimarios en pos de un bien común dentro de un estado de derecho.
Cuentan, por caso, que el pibe de 19 años –hasta aquí único detenido por las amenazas de bombas y recientemente excarcelado- no le alcanzaban las lágrimas frente al adusto funcionario para mostrar arrepentimiento de lo que había perpetrado y ahora descubierto. Que su vergonzosa gestualidad incluso la evidenció suplicándoles a los padres que lo perdonaran por semejante escarnio. Cabía otra apostilla sobre la situación del pibe detenido: era aspirante a policía. Casi una metáfora de estos tiempos.
“Que se joda por bolu…”, será la primera sentencia que saltará a la yugular por ese pibe grandulón que no sabía de antecedentes penales y por un “favor” a su novia de turno terminó procesado.
Pero aquel arrepentimiento y lógico castigo procesal que le cabrá tampoco alcanzará a los jurados cibernéticos. Quieren más. Sus valores así lo exigen, por lo menos hasta que ese pibe no sea el de ellos, porque de serlo la tolerancia será mucho más laxa.
Si no que lo diga el comisario inspector Rubén Frassi. Sin ánimo de personalizar en su persona y el delicado momento que atraviesa su hijo, quien recientemente recuperó su libertad bajo caución al aguardo del proceso judicial que lo sindicó como uno de los integrantes de una peligrosa banda que asaltó una cerealera de Benito Juárez, ellos bien saben ahora de qué se trata eso de ponerse en el lugar del otro.
No sería extraño hallar y repasar alguna declaración y/o comentario arropada de justificación de Frassi que, como fiel policía, ante la demanda de determinado suceso delictivo, estado de inseguridad vecinal, reprochó sobre “la injusticia” de que algún delincuente que ellos atraparon a las pocas horas los (los judiciales) dejaron libre. Que las leyes están hechas para los delincuentes, que el garantismo y demás muletillas fáciles de pronunciar y poco factibles de profundizar.
El ejercicio sería preguntarle a Frassi y los suyos sobre qué piensan ahora sobre ese “maldito” garantismo procesal, cuando precisamente ese espíritu fue el que prevaleció para que su hijo quedara en estado de libertad a disposición de la justicia.
Las valoraciones, entonces, se van corriendo de acuerdo a las circunstancias personales y/o coyunturales.
Cual forzada metáfora, en tiempos en los que empieza a respirarse el clima mundialista bien vale traer a este entramado complejo el gol con la mano del Diego. Para los ingleses –y buena parte del mundo-, fue lisa y llanamente una trampa. Para nosotros, si el juez no la vio vale y se festejó como la mano de Dios. Esa picardía o viveza criolla frente a esos piratas que nos robaron las islas.
En verdad todos coincidimos que fue trampa, pero para nuestros intereses no importó. Ese día, esos años, nos despojamos de algunos pretendidos valores para ponderar otras pasiones.
Allí, la frustración y la impotencia fueron del otro. Y así transitamos los días y la vida misma, sin darnos el tiempo de hacer aquel ejercicio de ponernos en el lugar del otro, lo que llaman empatía. Con eso tal vez alcanzaría para achicar la famosa grieta y ser menos intolerantes…
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