¿Es Del Potro tan bueno como lo creemos?
Conmovió al país deportivo cuando construyó esa maravilla de semana olímpica en Río de Janeiro. Lo glorificó cuando en Zagreb fue el factótum de la conquista de la Davis. Emocionó con cada triunfo grande -unos cuantos, por cierto- tras la cuarta cirugía y la idea del retiro.
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Que Juan Martín del Potro tiene un don para al tenis es indudable. De su resiliencia sobran muestras. Pero a la vez se apilan sinsabores poco previstos. Por suerte, últimamente sólo los de la cancha. Los de afuera, las lesiones, llevan casi dos años ausentes, desde aquella vuelta en Delray Beach en febrero de 2016. Veintitrés meses de continuidad sin grandes malas nuevas.
Tiempo suficiente para que el carreteo del retorno ya no sea un tema ni un atenuante. Tampoco lo era ya en 2017, cuando hubo caídas ante Shapovalov (143º), Gulbis (un falso 589º), Elias (125º), Harrison (52º). Difícil que algo así les pase a Federer, Nadal, Djokovic. Del Potro, no muy lejos en potencial, los ha vencido y varias veces, pero también pierde frente a ignotos en más ocasiones que las previsibles.
¿Cuán bueno es, entonces, el tandilense, de quien siempre se aguarda grandes cosas? Un deportista es bueno o no por todo lo que hace, no por sus picos. Gilles Villeneuve, por caso, fue colosal en sus éxitos, pero poco eficaz en lo global. Lo que define el nivel de un atleta no es su techo, sino su promedio. Todos sus resultados, no solamente los mejores. Excluidos los carreteos, claro.
Del Potro registra un alto 71,1% de efectividad en su carrera, pero 38,7% ante top-ten. Federer, casi siempre sano en sus 19 años de profesionalismo, ostenta 81,9%, y Nadal, maltratado por los infortunios físicos, brilla con 82,5%. Ese 10, 11% de distancia parece poco pero es gigantesco. ¿Debería el argentino ser el Nº 1 en algún momento? No sería lógico en tiempos de Roger y Rafa. Ni de Nole.
Juan Martín tuvo en un enorme mérito por volver, y un gigantesco mérito por volver así. Nadie olvida eso, pero cabe preguntarse, como aficionados, si es tan bueno como lo creemos. O tan bueno como lo que esperamos de él.
(*) Publicado en LA NACIÓN