Los cielos
Pero pongámosle que hay cielo, Osvaldo. Vamos a permitírnoslo hoy. Hoy que usted se ha muerto y hoy que buena parte de la gente está por celebrar el nacimiento de un buen tipo, según cuentan.
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Y si es como lo pintan, ese cielo es de los suyos: los desplazados, los castigados, los oprimidos. Ahí deben estar recibiéndolo los que tenían hambre, los torturados, los exiliados, los que lucharon. Meta saludo deben estar todavía, Osvaldo, de contentos nomás de verlo.
Cómo no habrían de estarlo, cómo no abrazarlo y llevarlo en andas por los jardines y zaguanes que ha de tener el cielo. Como no destapar la chicha y el pulque, el mezcal y el tinto sobrio y bodeguero para celebrar el encuentro. Porque si alguien habló por ellos fue usted, Osvaldo; si alguien corrió el manto de terciopelo áspero y pesado con el que los poderosos ocultan sus atrocidades fue usted, maestro. Si ellos son aunque no estén, si ellos están es porque usted los rescató del olvido y el silencio. Los trajo a la luz. Los parió de nuevo y para siempre, ya que hablamos de natividades.
Ha de ser grande esa fiesta, Osvaldo. Porque cuando los de abajo festejan se escucha de todos lados. Celebra un chango en Santiago y las risas llegan hasta Puerto Madero. Ruidos molestos, le dicen. Cantan victoria los morenos senegaleses y en Recoleta cierran las persianas para no enterarse. Pero no hay caso, la alegría de los pobres si filtra como agüita. Mire que ahora hago silencio para sentir el tintinear de abrazos allá en el paraíso.
Pero ojo que no haya algún colado. Nunca falta un buey corneta cuando un pobre se divierte. Se sabe que a estos tipos hay tres cosas que les sobran: maldad, impunidad y contactos. No sería de extrañar entonces, que entre tanto fusilado se entrevere algún verdugo. Usted los conoce, Osvaldo; los ve de lejos, como los ha visto en la historia, agazapados detrás de un uniforme, de una sotana o un maletín.
Flor de despelote habrá de armarse allá arriba. Meta rebelión y protesta, barricada y organización. “Quién dijo que murió el Viejo”, dirán los obreros, los presos, los engrillados, “si está más vivo que nunca, hombro con hombro con nosotros”.
Qué lindo sería ese cielo, maestro. Cielo anarco, rebelde y libertario.
Pero era una suposición nomás. Usted, otros tantos y yo sabemos que no existe el paraíso. O ya habrá tiempo para enterarse lo contrario.
A nosotros nos queda seguir su ejemplo; hacer de este mundo un lugar feliz para los infelices. Los infelices de ayer por honor a la verdad; los de hoy, por imperio de lo justo; los de mañana, por mandato irrevocable.
Si este lugar, si este suelo, este país, este mundo tiene algo de ese paraíso rebelde y contestatario es por su palabra, Osvaldo, por su acción, por su existencia.
Le estamos debiendo entonces gran parte de lo digno que tiene nuestra Patria.