ENFOQUE
No te preocupes paloma
En tren de confesiones, aquí va una: detesto las palomas. Y si bien el enunciado no requiere un análisis muy profundo diré, que mi aversión hacia ellas no alcanza a ser ornitofobia aunque roza el trastorno.
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El problema no está en el ave, sino en sus conductas. Son por sobre todas las cosas, especies usurpadoras que no reparan en anidar en las más hermosas construcciones arquitectónicas como en las canaletas de las casas generando cuantiosos problemas edilicios.
Ni hablar de aplicar un método efectivo a la hora del exterminio. Ningún entendido en la materia puede garantizar que estos plumíferos puedan ser erradicados con técnicas efectivas de control de plagas. Vuelven. Vuelven una y otra vez.
En mi haber tengo muy malas experiencias y si bien comparto su derecho a la convivencia dentro del reino animal o el significado bíblico que tiene su vuelo tras el diluvio universal, también creo que son símbolo de abandono.
Y a estas alturas, en las que seguramente ya gané el odio de colombófilos y proteccionistas, respeto todas las opiniones por estar más preocupada por la cuestión sanitaria que por la vida en la naturaleza.
Cuando uno repasa el sinnúmero de enfermedades que pueden transmitir, queda perplejo y hasta comienza a experimentar los primeros signos de hipocondría que se manifiestan como una suerte de escozor que cala en la sensación corpórea.
A veces, creo que el Intendente de la ciudad comparte este mismo padecimiento cuando recorre los edificios emblemáticos de calle Rodríguez. El uno, el teatro Cervantes. El otro, la sede central del exBanco Comercial de Tandil.
La belleza arquitectónica de estos espacios casi lindantes ofrece una imagen de ensueño cuando uno se detiene a apreciar sus molduras, sus ventanales, la dimensión de sus arcadas o cada uno de los detalles que mantienen erguido su carácter.
Ambas estructuras, hoy se muestran como el estandarte de aquello que lograron ser pero también como una gran vidriera de lo que aún pretenden. Desidia y ambición conviven entre sus ladrillos.
Ante la mirada abúlica de muchos transeúntes y las promesas de un impulso vital, abrigan el anhelo del renacer pero también a cientos de palomas que custodian la esperanza de estas piezas que buscan despabilar el mote de patrimonio histórico.
Sus fachadas desteñidas y garabateadas pasan desapercibidas por el andar acostumbrado que busca esquivar por un lado, el gran esqueleto de andamios que se levanta como una gran muralla de contención y por otro, los desechos propios de estos animales que han copado sus recintos.
La sala teatral, el gran legado de la comunidad española en la ciudad, continúa absorbiendo entre sus paredes el vuelo rasante de aves y las promesas de quienes de tanto en tanto, pisan su suelo cubierto de heces y en nombre de la cultura, asumen un fallido compromiso de resurrección.
Por su parte, la otrora entidad financiera intenta resurgir como un paseo techado tan necesario para compensar los verdes espacios que ofrece la comarca, pero su incierto final de obra desvela más a quienes aprobaron el proyecto que a quienes solventarán su costo.
De vez en cuando, campaña mediante, algún movimiento de suelo irrumpe el silencio de las estructuras y genera una huida impetuosa de bandadas que en la estampida, abandonan por un rato sus nidos sin perder de vista sus moradas.
El tiempo transcurre, y tanto el recinto artístico como la mítica ochava tandilense descansan en la expectativa presupuestaria del Estado y de las arcas privadas para funcionar en medio de la urbanidad y de las aves que serán fieles testigos del emerger de su actividad.
Al menos, por ahora, las prioridades de funcionarios e inversores no están puestas en reactivar estos enormes criaderos que la única eclosión que vislumbran es la de desplumados pichones hambrientos que picotean al son del crujir de las cáscaras.
Mientras tanto, y como dice la canción, “no te preocupes paloma… dos ilusiones se irán a volar”.